Recently updated on junio 12th, 2024 at 12:23 pm
ATENCIÓN: a pesar de ser un resumen, este artículo es bastante extenso. ¿Tienes alguna pregunta puntual? Puedes utilizar el siguiente chatbot integrado con GPT-3.5 para interactuar con todo el contenido del blog, y con mis 2 libros:
«Camino de Servidumbre» (en inglés, “The Road to Serfdom”) fue escrito por el economista y filósofo austriaco Friedrich A. Hayek y publicado por primera vez en 1944. Hayek fue un importante pensador del liberalismo clásico y un miembro destacado de la Escuela austriaca de economía.
«Camino de Servidumbre» es una de sus obras más conocidas y se centra en la crítica del socialismo y el colectivismo. Hayek argumenta que cualquier forma de planificación centralizada y control estatal de la economía conduce, en última instancia, a la pérdida de la libertad individual y a la tiranía. En el libro, Hayek sostiene que las economías de mercado y la competencia son esenciales para preservar la libertad y la democracia.
Este libro ha sido influyente en el pensamiento económico y político, especialmente en la defensa del liberalismo clásico y el libre mercado.
En un mundo donde las discusiones políticas y económicas a menudo se ven polarizadas, es crucial explorar y comprender las perspectivas que han moldeado la forma en que pensamos sobre estos temas. «Camino de Servidumbre» de Friedrich A. Hayek es una de esas obras clave que ha dejado una huella indeleble en el pensamiento económico y político del siglo XX. Este libro clásico del liberalismo ofrece argumentos sólidos en contra del socialismo y la planificación centralizada, abogando por la libertad individual y la competencia en el mercado como pilares esenciales de la democracia.
En este artículo, nos embarcamos en un recorrido conciso y analítico por «Camino de Servidumbre», explorando sus ideas principales capítulo por capítulo. Nuestro objetivo es ofrecer una visión clara de los argumentos de Hayek y proporcionar una base sólida para aquellos interesados en profundizar en esta obra maestra.
Capítulo 1 – La Abandonada “Vía Intermedia”
En este capítulo de «Camino de Servidumbre», Hayek analiza cómo la civilización occidental se ha desviado de sus ideales de libertad y justicia. La creencia común es que las fuerzas externas han frustrado nuestros objetivos, pero la realidad podría ser que nuestros propios errores y la búsqueda de nuestros ideales hayan conducido a resultados inesperados.
Hayek argumenta que, aunque la amenaza totalitaria se ha materializado en países como Alemania, Italia y Rusia, no debemos olvidar que estos países también compartían una civilización europea común y que los valores que defendemos estaban amenazados incluso antes de la guerra. La tendencia hacia el socialismo representa un cambio radical en la dirección de la evolución de nuestras ideas y orden social, alejándonos de la libertad económica que ha sido fundamental para la libertad personal y política en el pasado.
La transformación gradual de un sistema jerárquico rígido en uno donde los individuos pudieran intentar dar forma a sus propias vidas y elegir entre diferentes formas de vida está estrechamente asociada con el crecimiento del comercio. La libertad y la tolerancia fueron valores fundamentales en este período, pero en tiempos recientes han estado en declive, desapareciendo por completo con el surgimiento de los estados totalitarios.
A lo largo de la historia europea moderna, la dirección general del desarrollo social fue liberar al individuo de las ataduras que lo vinculaban a formas de vida y actividades económicas prescritas. Sin embargo, actualmente nos encontramos en un camino que nos aleja de la libertad económica y nos acerca al totalitarismo.
El autor sostiene que el desencadenamiento de las energías individuales condujo a un increíble crecimiento de la ciencia y la tecnología, a medida que la libertad individual se propagó desde Italia hasta Inglaterra y más allá. La rápida capacidad de satisfacer deseos y necesidades de la población generó un aumento en el nivel de vida de todas las clases sociales. A medida que se lograban avances, las ambiciones crecían y las personas buscaban acelerar aún más el progreso, lo que llevó a considerar los principios liberales como obstáculos a superar.
El liberalismo no es una ideología estacionaria y admite una variedad infinita de aplicaciones. No obstante, la insistencia en ciertas reglas básicas, como el principio del laissez-faire, debilitó la posición del liberalismo y llevó a su eventual declive. A medida que la impaciencia por el avance lento del liberalismo crecía, sus principios fundamentales comenzaron a ser abandonados. Las personas buscaban un cambio radical en la sociedad en lugar de mejorar las instituciones existentes.
La actitud hacia la sociedad cambió gradualmente, y en lugar de aprovechar las fuerzas espontáneas de la sociedad, se buscó reemplazar el mecanismo impersonal y anónimo del mercado por una dirección colectiva y consciente. El cambio en la dirección de las ideas también se invirtió, con ideas alemanas influenciando a Inglaterra, y un enfoque en el socialismo y la planificación comenzó a dominar.
Hacia el final del capítulo, Hayek discute la influencia intelectual que los pensadores alemanes ejercieron en el mundo durante un período crucial. Esta influencia fue respaldada no solo por el gran progreso material de Alemania, sino también por la reputación extraordinaria que los intelectuales y científicos alemanes habían obtenido durante el siglo anterior, cuando Alemania se había vuelto un miembro integral e incluso líder de la civilización europea común. Sin embargo, esto también ayudó a difundir ideas desde Alemania que atacaban los fundamentos de esa civilización. Los alemanes, al menos aquellos que difundían estas ideas, estaban muy conscientes del conflicto y la civilización europea común se convirtió, antes de los nazis, en “civilización occidental”, donde “occidental” adquirió un nuevo significado.
“Occidental” en este sentido se refería al liberalismo, la democracia, el capitalismo, el individualismo, el libre comercio y cualquier forma de internacionalismo o amor por la paz. A pesar del desdén apenas disimulado de muchos alemanes hacia los ideales “superficiales” del Oeste, o quizás debido a esto, las personas del Oeste continuaron importando ideas alemanas y se les llevó a creer que sus antiguas convicciones eran simplemente racionalizaciones de intereses egoístas y que sus ideales políticos estaban obsoletos y eran motivo de vergüenza.
Capítulo 2 – El Gran Engaño
En este capítulo de «Camino de Servidumbre», Hayek argumenta que el socialismo ha desplazado al liberalismo como la doctrina de la mayoría de los progresistas, no porque la gente haya olvidado las advertencias de los grandes pensadores liberales sobre el colectivismo, sino porque se les persuadió de lo contrario. El socialismo, del mismo modo que el nazismo, comenzó como un movimiento autoritario, pero luego se alió con las fuerzas democráticas y prometió una “nueva libertad” para ganar apoyo. Hayek señala cómo se cambió el significado de la palabra “libertad” para que el socialismo pareciera más atractivo.
El socialismo prometía liberar a las personas de la “tiranía de la necesidad” y ofrecía igualdad económica. Esto hizo que la demanda de la “nueva libertad” se convirtiera en un sinónimo de la antigua demanda de una distribución equitativa de la riqueza. A pesar de que la palabra “libertad” era utilizada de manera diferente por socialistas y liberales, pocas personas se dieron cuenta y aún menos cuestionaron si estos dos tipos de libertad podrían combinarse.
Hayek sostiene que la promesa de mayor libertad se ha convertido en una de las armas más eficaces de la propaganda socialista, atrayendo a más liberales hacia el socialismo y haciéndoles creer que este sistema conduciría a la libertad.
Luego, Hayek sostiene que hay una conexión entre el socialismo y el fascismo, basándose en las experiencias de aquellos que han observado de cerca las transformaciones en Rusia, Alemania e Italia. El autor menciona varios casos, como el de Eastman, Chamberlin y Voigt, quienes llegaron a la conclusión de que el socialismo puede llevar al autoritarismo y a sistemas totalitarios.
Hayek también destaca cómo muchos líderes nazis y fascistas comenzaron como socialistas, y cómo los miembros de estos movimientos tenían una gran facilidad para cambiar de un bando a otro. Para ambos, el enemigo real es el liberal clásico, con el que no tienen nada en común y al que no pueden convencer.
A pesar de la conexión entre socialismo y fascismo, Hayek señala que en países como el Reino Unido, la mayoría de las personas todavía creen que el socialismo y la libertad pueden combinarse. Sin embargo, argumenta que es necesario examinar seriamente las implicaciones de este tipo de sistemas, ya que el socialismo democrático puede no solo ser inalcanzable, sino que también puede generar consecuencias indeseadas.
El segundo capítulo de “Camino de Servidumbre” desafía la percepción generalizada de que el socialismo y el fascismo son ideologías diametralmente opuestas. Hayek argumenta que, en última instancia, ambas están basadas en el colectivismo y la planificación centralizada, lo que conduce a la pérdida de la libertad individual y al autoritarismo. Este capítulo refuerza la tesis central de Hayek al destacar cómo el control estatal en la economía, en cualquiera de sus formas, socava la libertad y la democracia.
Capítulo 3 – La Individualidad y la Planificación Económica
Este capítulo trata sobre la confusión en torno al concepto de socialismo, que a menudo se utiliza para describir los ideales de justicia social, igualdad y seguridad, pero también se refiere al método específico que muchos socialistas esperan utilizar para alcanzar esos objetivos. En este sentido, el socialismo implica la abolición de la empresa privada, la propiedad privada de los medios de producción y la creación de una “economía planificada” en la que un órgano central de planificación reemplaza al empresario que trabaja para obtener beneficios.
La disputa sobre el socialismo se ha convertido en un debate sobre los medios y no sobre los fines. Sin embargo, también está involucrada la cuestión de si los diferentes objetivos del socialismo pueden lograrse simultáneamente. El término colectivismo se puede utilizar para describir los métodos que pueden emplearse para una variedad de fines, y el socialismo puede considerarse una especie de ese género.
La planificación central de la actividad económica es necesaria para que la distribución de ingresos se ajuste a las ideas actuales de justicia social. La planificación también es indispensable si la distribución de ingresos debe regularse de una manera que nos parezca lo contrario de justa. Los métodos que se deben emplear son los mismos que podrían garantizar una distribución igualitaria.
Es esencial definir el sentido exacto del término “planificación” antes de analizar sus consecuencias. La planificación se refiere a la dirección central de toda la actividad económica de acuerdo con un solo plan, que establece cómo los recursos de la sociedad deben dirigirse “conscientemente” para servir a fines particulares de una manera específica.
Luego, Hayek explica que la disputa entre los planificadores modernos y sus oponentes no es sobre si se debe planificar racionalmente, sino sobre cuál es la mejor manera de hacerlo. Argumenta que el liberalismo económico favorece la competencia como el medio principal de coordinar esfuerzos humanos, y que es superior a otros métodos porque permite ajustar las actividades sin la intervención coercitiva o arbitraria de la autoridad.
Hayek aclara que la competencia exitosa requiere un marco legal adecuado, y que el sistema legal debe ser diseñado tanto para preservar la competencia como para hacer que funcione de la manera más beneficiosa posible. El autor señala que ciertas restricciones en los métodos de producción y un sistema extenso de servicios sociales son compatibles con la preservación de la competencia, siempre y cuando no se diseñen para hacerla ineficaz en amplios campos.
El autor también lamenta la falta de atención a los requisitos positivos para el funcionamiento exitoso del sistema competitivo, destacando que depende en gran medida de la existencia de un sistema legal apropiado y que el estudio sistemático de las formas de instituciones legales que harán que el sistema competitivo funcione de manera eficiente ha sido descuidado.
Hayek reconoce que existen áreas en las que la competencia no puede funcionar adecuadamente y en las que el Estado debe intervenir para proporcionar servicios y regular ciertas actividades. La competencia y la planificación no pueden mezclarse de cualquier manera sin debilitar la eficacia de ambos. La planificación debe estar orientada a fomentar la competencia y no a sustituirla.
El autor argumenta que el movimiento moderno a favor de la planificación es en realidad un movimiento contra la competencia. Afirma que el resultado inmediato de este enfoque es la creación de monopolios industriales independientes que perjudican a los consumidores. La única alternativa a estos monopolios es el control estatal, que a menudo conduce a una dirección económica centralizada. Hayek advierte que es difícil encontrar un equilibrio entre la competencia y la planificación centralizada, ya que la combinación de ambos puede resultar en un sistema menos eficiente que si se hubiera confiado en uno u otro en su totalidad.
Aunque Hayek critica la planificación en contra de la competencia, reconoce la necesidad de una planificación adecuada para que la competencia sea lo más efectiva y beneficiosa posible.
Capítulo 4 – La “Inevitabilidad” de la Planificación
Fuimos los primeros en afirmar que cuanto más complicadas sean las formas de civilización, más restringida debe volverse la libertad del individuo.
B. Mussolini
En este capítulo, Hayek cuestiona la supuesta inevitabilidad de la planificación centralizada en lugar de la competencia en la economía. Muchos defensores de la planificación argumentan que los cambios tecnológicos hacen que la competencia sea inviable y que la única alternativa es la dirección gubernamental. Sin embargo, Hayek argumenta que esta creencia es infundada y el resultado de opiniones erróneas propagadas durante décadas.
Hayek aborda el argumento de que la superioridad de las grandes empresas sobre las pequeñas, debido a la eficiencia de la producción en masa, hace que la competencia desaparezca en muchos campos. Aunque es cierto que el monopolio y la restricción de la competencia han crecido en los últimos cincuenta años, Hayek sugiere que esto no es una consecuencia inevitable del avance tecnológico, sino más bien el resultado de políticas específicas en diferentes países.
El autor destaca que la disminución de la competencia y el crecimiento del monopolio aparecieron primero en países industrialmente jóvenes, como Estados Unidos y Alemania, donde fueron promovidos activamente por políticas gubernamentales. En cambio, en Gran Bretaña, la industria siguió siendo altamente competitiva hasta 1931, cuando el país adoptó políticas proteccionistas y experimentó un rápido crecimiento de los monopolios. Hayek sostiene que estos desarrollos no son el resultado de avances tecnológicos, sino de políticas gubernamentales específicas.
Luego, Hayek argumenta que la creencia de que los avances tecnológicos y el progreso económico hacen necesario el control centralizado es errónea. Sugiere que, aunque en ciertos casos la centralización podría traer beneficios temporales, la descentralización y la competencia son fundamentales para el crecimiento a largo plazo y la adaptabilidad.
Hayek sostiene que la competencia es especialmente importante en una sociedad compleja y altamente especializada como la actual, ya que es el único método eficiente para coordinar el intercambio de información y conocimientos entre individuos. El sistema de precios bajo la competencia es el mecanismo que permite a los empresarios ajustar sus actividades de acuerdo con las acciones de sus pares, y sólo funciona si no se puede controlar el precio.
Hayek también menciona argumentos que sugieren que la protección contra la competencia es necesaria para que las innovaciones tecnológicas sean efectivas. Aunque reconoce que hay casos donde la estandarización obligatoria podría aumentar la abundancia en ciertos campos, insiste en que preservar la variedad y la libertad de elección es esencial para el progreso a largo plazo, ya que no podemos predecir de qué forma puede surgir algo mejor. En resumen, el autor aboga por preservar la libertad y la competencia, incluso si esto significa sacrificar ganancias inmediatas en ciertos casos.
Hayek argumenta que el progreso tecnológico no nos obliga a adoptar la planificación económica, sino que nos otorga un poder que debemos usar con responsabilidad para preservar la libertad. También cuestiona por qué muchos expertos técnicos apoyan la planificación, sugiriendo que es el resultado de la frustración de no poder llevar a cabo todos sus objetivos especializados en el sistema actual.
El autor sostiene que cada uno de nosotros es un especialista en algún aspecto, y que todos creemos que nuestros valores e intereses personales son objetivamente correctos. Sin embargo, la adopción de la planificación social revelaría conflictos entre estos intereses, y permitir que los especialistas planifiquen la sociedad sería peligroso e intolerante. Hayek defiende un método que permita la coordinación sin la necesidad de un “dictador omnisciente”, lo cual implica mantener ciertos controles impersonales y a menudo incomprensibles en los esfuerzos individuales, aunque esto genere descontento entre los especialistas.
Capítulo 5 – Planificación y Democracia
En este capítulo, Hayek discute la relación entre planificación centralizada y democracia. Los sistemas colectivistas, como el socialismo, el comunismo y el fascismo, buscan organizar la sociedad y sus recursos para lograr un objetivo unitario, negándose a reconocer esferas autónomas en las que los individuos puedan actuar según sus propios intereses. Esto contrasta con el liberalismo y el individualismo, que defienden la libertad individual.
Hayek sostiene que no existe un código ético completo que pueda guiar todas las decisiones en una sociedad planificada. La diversidad de necesidades y deseos de las personas hace imposible que alguien pueda comprender y ponderar todas las posibles prioridades. La filosofía del individualismo se basa en este hecho fundamental, permitiendo a las personas seguir sus propios valores y preferencias dentro de ciertos límites, en lugar de imponerles las preferencias de otros.
Esto no significa que el individualismo no reconozca la existencia de objetivos sociales. Por el contrario, permite la cooperación en áreas donde las personas están de acuerdo en objetivos comunes. La acción colectiva se limita a aquellos casos en los que los individuos comparten intereses similares, lo que a menudo puede ser un medio para lograr diferentes fines personales.
Hayek argumenta que la planificación centralizada y la democracia son incompatibles, ya que la primera impone objetivos unitarios y un código ético completo que no puede existir, mientras que la segunda permite la libertad individual y la cooperación en áreas de interés común.
Hayek analiza cómo el acuerdo voluntario entre individuos puede guiar las acciones del Estado, pero solo en áreas donde existe consenso. Los límites de la esfera de acción del Estado se determinan por el grado de acuerdo entre los individuos en objetivos específicos. Cuanto más amplio sea el alcance de la acción estatal, menor será la probabilidad de que los individuos estén de acuerdo.
El Estado puede depender del acuerdo voluntario para guiar sus acciones siempre que se limite a las áreas donde existe consenso. Sin embargo, cuando el Estado asume el control directo en áreas donde no hay acuerdo, la libertad individual se ve afectada. Además, no es posible ampliar indefinidamente el ámbito de acción común sin limitar la libertad individual. Cuando el sector comunitario en el que el Estado controla todos los medios excede cierta proporción del total, los efectos de sus acciones dominan todo el sistema.
Hayek cita el ejemplo de Alemania en 1928, donde las autoridades centrales y locales controlaban directamente más del 50% del ingreso nacional, lo que les permitía controlar indirectamente casi toda la vida económica de la nación. En tales situaciones, casi todos los objetivos individuales dependen de la acción del Estado, lo que significa que la “escala social de valores” que guía las acciones del Estado debe incluir prácticamente todos los fines individuales.
Hayek discute las consecuencias cuando la democracia se embarca en la planificación, la cual requiere más acuerdo del que realmente existe. La gente puede haber acordado adoptar una economía dirigida porque creen que generará prosperidad, pero este acuerdo se basa en mecanismos y no en objetivos específicos. La planificación crea una situación en la que es necesario llegar a un consenso sobre un número mayor de temas de lo que estábamos acostumbrados.
Cuando las asambleas democráticas no pueden llevar a cabo lo que parece ser un mandato claro del pueblo, esto provoca insatisfacción con las instituciones democráticas. Los parlamentos son vistos como ineficientes y no pueden llevar a cabo las tareas para las que fueron elegidos. Entonces, se cree que para realizar una planificación eficiente, la dirección debe ser sacada de la política y puesta en manos de expertos, funcionarios permanentes o entidades autónomas independientes.
El problema radica en que no hay razón para creer que siempre habrá una mayoría a favor de un plan en particular. Cada miembro de la asamblea legislativa puede preferir un plan específico para dirigir la actividad económica en lugar de no tener ninguno, pero puede que no haya un plan que una mayoría prefiera en lugar de no tener ningún plan en absoluto. La planificación, por lo tanto, enfrenta desafíos inherentes en la búsqueda de un acuerdo mayoritario sobre la dirección de la economía.
Hayek argumenta que la democracia no puede funcionar eficazmente en la planificación económica detallada, ya que no es posible alcanzar un acuerdo en un plan unificado y coherente. La delegación de poderes a expertos y organismos especializados puede parecer una solución, pero esto solo crea más problemas al intentar integrar estos planes individuales en un todo unificado. Como resultado, surge una creciente demanda de dar más poder a individuos o gobiernos para actuar sin la restricción de procedimientos democráticos. La búsqueda de un “dictador económico” es una etapa característica en el movimiento hacia la planificación y, según Hayek, refleja la creciente creencia de que las autoridades responsables deben ser liberadas de las ataduras de la democracia para lograr resultados en la economía.
Por último, Hayek analiza la situación en Alemania antes de que Hitler llegara al poder, destacando cómo la democracia ya estaba en decadencia, lo que permitió a Hitler aprovecharse de las circunstancias. Hayek argumenta que la creencia en que la democracia puede mantenerse a salvo mediante el control parlamentario es incorrecta, ya que en una sociedad de planificación centralizada, la toma de decisiones puede volverse arbitraria y autoritaria.
Hayek también señala que la democracia no es un fin en sí mismo, sino un medio para proteger la paz y la libertad individual. La democracia puede ser compatible con la opresión si el gobierno de una mayoría doctrinaria llega a dominarla. La planificación centralizada lleva a la dictadura porque esta última es la herramienta más efectiva para coaccionar y hacer cumplir ideales. La democracia puede persistir en algún nivel bajo un régimen totalitario, pero es probable que destruya la libertad personal. El autor concluye que la concentración en la democracia como el principal valor amenazado es peligrosa, ya que el poder puede volverse arbitrario si no hay límites claros.
Capítulo 6 – Planificación y Estado de Derecho
Hayek sostiene que el Estado de Derecho es un distintivo crucial entre un país libre y uno bajo un gobierno arbitrario. El Estado de Derecho implica que el gobierno está sujeto a reglas fijas y anunciadas previamente, permitiendo a las personas prever cómo se utilizarán los poderes coercitivos del Estado y planificar sus asuntos individuales. Aunque este ideal nunca puede alcanzarse perfectamente, la meta es reducir la discreción del ejecutivo en la medida de lo posible.
La distinción entre crear un marco legal permanente para la actividad productiva guiada por decisiones individuales y dirigir la actividad económica por una autoridad central es, en esencia, una distinción entre el Estado de Derecho y un gobierno arbitrario. Bajo el Estado de Derecho, el gobierno se limita a establecer reglas que determinan las condiciones en que se pueden utilizar los recursos disponibles, dejando a los individuos decidir para qué fines se utilizarán. Por otro lado, bajo un gobierno arbitrario, el gobierno dirige el uso de los medios de producción hacia fines específicos.
La planificación económica de tipo colectivista implica lo contrario al Estado de Derecho. La autoridad planificadora no puede limitarse a proporcionar oportunidades para que personas desconocidas las utilicen como deseen. Debe atender a las necesidades reales de las personas conforme surjan y decidir entre ellas, estableciendo distinciones de mérito entre las necesidades de diferentes personas. Estas decisiones no pueden deducirse de principios formales ni establecerse con anticipación.
La distinción entre la justicia o la ley formal y las reglas sustantivas es crucial y difícil de delinear con precisión en la práctica. Las reglas formales informan a las personas de antemano cómo el Estado actuará en ciertas situaciones, mientras que las reglas sustantivas implican elegir entre fines o personas particulares. En última instancia, las reglas formales deben servir como instrumentos para ayudar a las personas a planificar sus propios objetivos sin favorecer a individuos específicos.
Hayek argumenta que el principio liberal de la “Regla de la Ley” es superior, aunque pueda parecer paradójico, debido a que sus resultados precisos son desconocidos. La razón de esto es doble: económica y moral o política.
Desde el punto de vista económico, Hayek sostiene que el estado debe establecer reglas generales para situaciones generales y permitir la libertad individual en aspectos que dependen de las circunstancias de tiempo y lugar. Solo los individuos involucrados en cada caso pueden conocer completamente estas circunstancias y adaptar sus acciones a ellas. Para que los individuos utilicen su conocimiento de manera efectiva, las acciones del estado deben ser predecibles y basarse en reglas fijas.
El argumento moral o político es más directamente relevante: si el estado puede prever con precisión los efectos de sus acciones, no puede dejar ninguna opción a quienes se ven afectados. Además, si se conocen los efectos precisos de una política gubernamental sobre las personas, el gobierno no puede ser imparcial. Debe tomar partido, imponer sus valores y elegir los fines para la gente.
Hayek también argumenta que cuando la planificación se vuelve más extensa, las leyes deben ser calificadas cada vez más en términos de “justicia” o “razonabilidad”, lo que lleva a un mayor arbitrio y discreción en la toma de decisiones. La planificación, por lo tanto, implica discriminación deliberada entre las necesidades de diferentes personas y un retorno al “estado de derecho” en lugar del “estado de contrato”.
Hayek sostiene que la igualdad formal ante la ley es incompatible con las políticas gubernamentales que buscan la igualdad material o sustantiva, y que cualquier política dirigida a un ideal de justicia distributiva conducirá a la destrucción de la Regla de la Ley.
Hayek argumenta que para que el Estado de Derecho sea efectivo, es fundamental que se aplique una regla sin excepciones, independientemente de su contenido. Lo importante es que la regla permita predecir el comportamiento de otras personas y se aplique universalmente, incluso si en casos particulares puede parecer injusta. Además, señala que el término “privilegio” se malinterpreta y se abusa cuando se aplica a la propiedad privada como tal, ya que la propiedad privada no es un privilegio si todos pueden adquirirla bajo las mismas reglas.
Hayek también aborda la confusión en torno a la inacción del estado y la idea errónea de que un sistema liberal se basa en el laissez-faire. Sostiene que la pregunta sobre si el estado debería o no actuar o interferir plantea una falsa alternativa. Lo importante es que las acciones del estado sean predecibles para que los individuos puedan planificar en consecuencia. El Estado de Derecho es un logro importante de la era liberal y está seriamente amenazado hoy en día.
El autor concluye que en una sociedad planificada, el Estado de Derecho no puede prevalecer, ya que el uso del poder coercitivo del gobierno ya no estará limitado ni determinado por reglas preestablecidas. El Estado de Derecho no significa necesariamente que todas las acciones del gobierno sean legales, sino que se refiere a si las leyes permiten un poder arbitrario o prescriben claramente cómo debe actuar el gobierno.
Hayek sostiene que el Estado de Derecho implica límites al alcance de la legislación, restringiéndola a reglas generales y excluyendo leyes que discriminen a personas específicas. Esto no significa que todo esté regulado por la ley, sino que el poder coercitivo del Estado solo puede usarse en casos predefinidos por la ley. Cualquier violación a esta regla lleva al totalitarismo.
Hayek critica la postura contradictoria de H. G. Wells, quien defiende tanto la planificación central como los derechos individuales. El autor sostiene que en un mundo planificado, muchos de estos derechos serían imposibles de garantizar, ya que las autoridades controlarían aspectos clave como la ubicación de las industrias o los medios de comunicación.
La experiencia de países europeos demuestra que el control estatal completo de la economía puede resultar en discriminación y opresión, incluso sin violar formalmente los derechos individuales o de las minorías. Hayek concluye que la planificación centralizada socava el Estado de Derecho y conduce al totalitarismo.
Capítulo 7 – Política Económica y Seguridad
En este capítulo, el autor reflexiona sobre el control económico y el totalitarismo. Muchos planificadores piensan que una economía dirigida debe ser gobernada por una sola persona, y que la responsabilidad y el poder deben estar en manos de un comandante en jefe, cuyas acciones no deben estar limitadas por el procedimiento democrático. Los planificadores aseguran que la dirección autoritaria solo se aplicará a cuestiones económicas, pero esto es una creencia equivocada.
El autor sostiene que la creencia de que el poder ejercido sobre la vida económica es un poder sobre asuntos secundarios es errónea y surge de la idea errónea de que hay fines económicos separados de otros fines de la vida. Además, el autor sostiene que no existe un “motivo económico” separado y que una ganancia o pérdida económica es simplemente una ganancia o pérdida en la que aún podemos decidir qué necesidades o deseos se verán afectados. La planificación económica no solo afectaría a nuestras necesidades marginales, sino que significaría que ya no podríamos decidir qué consideramos marginal.
El autor argumenta que la planificación económica no solo afectaría a nuestras necesidades marginales, sino que significaría que ya no podríamos decidir qué consideramos marginal. Es decir, la planificación económica interferiría con nuestra libertad para decidir qué es importante para nosotros. El control en nuestras actividades económicas significaría un control constante sobre todo, lo que va en contra de nuestra libertad individual.
Hayek destaca que el control económico no se limita a un sector aislado de la vida humana, sino que se extiende a todos los aspectos de nuestras vidas, ya que quien controla la actividad económica controla los medios para satisfacer todas nuestras necesidades y, por lo tanto, decide qué valores y fines son prioritarios. Hayek argumenta que la planificación económica implica que la comunidad, o sus representantes, deben decidir la importancia relativa de las diferentes necesidades.
El poder del planificador sobre nuestras vidas privadas no se vería afectado si no ejerce un control directo sobre nuestro consumo. En una sociedad planificada, el control sobre la producción sería la fuente del poder del planificador sobre todo el consumo, y este poder sería efectivo incluso si el consumidor tuviera la libertad nominal de gastar su ingreso como quisiera. Además, el control de producción y precios conferido por la planificación económica es casi ilimitado, lo que significa que la autoridad podría dirigir la distribución de bienes y servicios entre distritos y grupos, y discriminar entre personas según sus fines y valores.
En este sentido, la planificación económica permitiría que alguien más decida qué queremos y qué necesitamos, en lugar de que nosotros mismos lo determinemos. Además, la libertad de elección en una sociedad competitiva se basa en la disponibilidad de alternativas, mientras que la planificación económica reduce la cantidad de alternativas disponibles y confiere a la autoridad la capacidad de impedir la realización de ciertos fines. Por lo tanto, en una sociedad planificada, la autoridad tendría el poder de controlar nuestra vida cotidiana no solo como consumidores, sino también como productores, lo que limitaría aún más nuestra libertad.
Hayek argumenta que aunque hay mucho que puede hacer el estado para ayudar a la difusión del conocimiento y la información y para asistir en la movilidad, la planificación económica propuesta por la mayoría de los planificadores no mejorará las oportunidades de elección para las personas. Si quieren planificar, tendrían que controlar la entrada en diferentes trabajos y ocupaciones, o los términos de remuneración, o ambos, lo que eliminaría la elección libre de ocupación. En cambio, la autoridad de planificación seleccionaría a los candidatos en función de criterios objetivos.
Además, Hayek afirma que la libertad económica es un requisito previo para cualquier otra libertad, y esta libertad económica debe incluir el derecho a elegir y asumir los riesgos y responsabilidades que conlleva el derecho de elección. En la planificación económica, el estado se ve obligado a privar a las personas de la elección para poder darles lo que mejor se ajuste al plan, lo que resultaría en más descontento y opresión que cualquier abuso de las fuerzas económicas. La pasión por la “satisfacción colectiva de nuestras necesidades” que han fomentado los socialistas, en la que queremos tomar nuestros placeres y necesidades en el momento y forma prescritos, es en parte una forma de educación política, pero también es el resultado de las exigencias de la planificación, que consiste esencialmente en privarnos de elección para darnos lo que mejor se ajuste al plan en un momento determinado por el plan.
En conclusión, Hayek sostiene que la planificación económica conduciría a la eliminación de la libertad individual y personal en la elección de trabajos y actividades económicas y que la libertad económica es esencial para cualquier otra libertad. Además, argumenta que la planificación económica no aumentará las oportunidades de elección para las personas, y que la promesa de una sociedad planificada para producir un producto sustancialmente mayor que el sistema competitivo se está abandonando gradualmente. Finalmente, Hayek señala que la pasión por la “satisfacción colectiva de nuestras necesidades” que han fomentado los socialistas conduce a la eliminación de la elección personal y la libertad.
Capítulo 8 – ¿Quién, en última instancia, decide?
En este capítulo, Hayek defiende la competencia como una de las principales garantías de libertad en una sociedad. Aunque algunos argumentan que la competencia es “ciega” porque las recompensas y las penalizaciones no se comparten de acuerdo a los méritos de los individuos, Hayek argumenta que es precisamente esta falta de previsibilidad lo que es una característica valiosa de la competencia. Es imposible predecir quiénes serán los afortunados y quiénes sufrirán un desastre, lo que significa que el éxito depende de la capacidad y la suerte de los individuos, y no de la voluntad de unos pocos.
Hayek también discute la igualdad de oportunidades y la desigualdad de ingresos en una sociedad competitiva. Si bien es cierto que las oportunidades están desigualmente distribuidas en una sociedad de libre empresa, la libertad individual sigue siendo fundamental porque nadie puede impedir que alguien intente alcanzar el éxito. Por otro lado, Hayek argumenta que aquellos que buscan una mayor igualdad en los ingresos deben tener en cuenta que al transferir toda la propiedad al Estado, el Estado se convierte en el único árbitro de los ingresos y la posición social de los individuos.
Además, Hayek explica que la propiedad privada es una de las garantías más importantes de la libertad individual. Si todos los medios de producción estuvieran en manos de una sola entidad, ya sea del Estado o de un dictador, ese individuo o grupo tendría un control absoluto sobre la vida de todos los demás. Hayek afirma que incluso aquellos que no poseen propiedad se benefician de la existencia de propietarios privados, ya que esto implica que nadie tiene poder absoluto sobre ellos.
Hayek argumenta que es imposible detener la planificación económica justo donde se desea, ya que todas las actividades económicas están interconectadas y si se impide la libre operación del mercado más allá de cierto punto, el planificador se verá obligado a extender su control hasta que sea comprensivo. Esta idea se ve reforzada por ciertas tendencias sociales o políticas que se hacen sentir cada vez más a medida que se extiende la planificación.
En una sociedad planificada, la posición del individuo está determinada por la autoridad, lo que cambia la actitud de las personas hacia su posición en el orden social. Las desigualdades que aparecen injustas en una sociedad competitiva son más fáciles de soportar si son determinadas por fuerzas impersonales en lugar de ser intencionales. Además, el desempleo o la pérdida de ingresos son menos degradantes si son resultado de la mala suerte y no son impuestos deliberadamente por la autoridad.
Finalmente, Hayek afirma que una vez que el gobierno se embarca en la planificación económica, el problema central se convierte en la estación adecuada de los diferentes individuos y grupos. Como el poder coercitivo del estado será el único que decida quién obtiene qué, el único poder que valdrá la pena tener será una participación en el ejercicio de este poder dirigente. Por lo tanto, el control del estado se convertirá en el único objetivo y todas las preguntas económicas y sociales serán preguntas políticas.
Hayek argumenta que la igualdad total sería la única solución para resolver los problemas de mérito y que la fórmula para lograr una mayor igualdad social no resuelve el problema. Además, señala que no existen estándares morales objetivos que permitan resolver las cuestiones sobre qué es un “precio justo” o un “salario justo”. Estos estándares se derivan del régimen competitivo existente y desaparecerían con la desaparición de la competencia. El reclamo de los trabajadores de poseer todo el producto de su trabajo también es problemático en una sociedad socialista, ya que algunos trabajadores tendrían ingresos mayores que otros.
Hayek afirma que la planificación centralizada implica que el planificador decidirá la cantidad de producción para cada bien y servicio, lo que afectará los salarios y los precios. Además, el planificador debe decidir la importancia relativa de los diferentes fines, lo que implica la necesidad de equilibrar la importancia de los diferentes grupos y personas. Esto significa que el planificador ejercerá un control directo sobre las condiciones de las diferentes personas.
Además, Hayek argumenta que los socialistas tratan de resolver este problema a través de la educación, pero que la educación no puede crear nuevos valores éticos. Los socialistas intentan crear un movimiento de masas que acepte un conjunto definido de valores, lo que ha llevado a la creación de instrumentos de adoctrinamiento que se han utilizado eficazmente por parte de los nazis y fascistas. Los movimientos socialistas crearon la idea de un partido político que abarcaba todas las actividades de la vida de una persona y que reclamaba guiar sus opiniones sobre todo. También fueron los primeros en recoger a los niños en organizaciones políticas desde una edad temprana.
El capítulo 8 de Road to Serfdom se enfoca en la relación entre el socialismo y el surgimiento de movimientos fascistas y nazis. El autor argumenta que el socialismo tradicional basado en la división de la sociedad en dos clases, capitalistas e industriales, se volvió obsoleto con la aparición de una nueva clase media compuesta por trabajadores administrativos, profesionales y comerciantes, cuya posición económica se estaba deteriorando en comparación con la de los trabajadores industriales. A medida que esta nueva clase media se sentía más alienada del socialismo tradicional, las teorías fascistas y nazis comenzaron a atraer a estos grupos, en gran parte debido a su envidia por la posición económica de los trabajadores industriales.
El autor sostiene que la clave del éxito del fascismo y el nazismo fue su habilidad para apelar a los deseos de los grupos marginados que habían sido dejados fuera del socialismo tradicional. Estos grupos aspiraban a puestos de liderazgo y poder dentro de la sociedad, pero se sentían excluidos por el socialismo tradicional. Además, los fascistas y los nazis estaban mejor preparados para la política de la época, que se caracterizaba por un aumento del control del estado sobre la economía y la vida social. Por último, estos movimientos ofrecieron una visión del mundo que justificaba los privilegios que prometían a sus seguidores.
El autor también señala que los líderes socialistas de la época tuvieron dificultades para entender por qué la aplicación de políticas socialistas generaba resentimiento en las clases menos favorecidas. Los socialistas habían encontrado fácilmente aliados entre los empresarios de sus respectivos sectores, pero las grandes masas de trabajadores y los grupos marginados se sentían excluidos y explotados por los líderes socialistas y la burocracia que había creado el movimiento. En última instancia, el autor argumenta que el éxito de estos movimientos radica en su capacidad para ofrecer una visión alternativa del mundo que justifica sus objetivos políticos y promete beneficios concretos a sus seguidores.
Capítulo 9 – Seguridad y Libertad
En el capítulo IX, Hayek habla sobre la relación entre la seguridad y la libertad. Hay quienes sostienen que la seguridad económica es una condición indispensable de la libertad real. Pero esta idea puede convertirse en un peligro para la libertad si se entiende en un sentido demasiado absoluto. Hayek hace una distinción entre dos tipos de seguridad: la seguridad limitada, que puede lograrse para todos y que es un objeto legítimo de deseo, y la seguridad absoluta, que en una sociedad libre no puede lograrse para todos y no debe concederse como un privilegio.
El autor argumenta que la primera forma de seguridad, que consiste en asegurar un mínimo de sustento para todos, puede garantizarse sin poner en peligro la libertad general. El Estado puede ayudar a los individuos en la provisión de los riesgos comunes de la vida, como la enfermedad y los accidentes, donde el deseo de evitar tales calamidades no se debilita por la provisión de asistencia. También puede proporcionar una mayor seguridad a través de la asistencia a las víctimas de desastres naturales.
El capítulo también aborda el problema de la fluctuación general de la actividad económica y el desempleo a gran escala que la acompaña. Hayek argumenta que aunque su solución requerirá mucha planificación, no es necesario reemplazar el mercado con una planificación especial para lograrla. La solución podría encontrarse en la política monetaria o en el cronometraje cuidadoso de las obras públicas emprendidas a gran escala. En cualquier caso, los esfuerzos necesarios para proteger contra estas fluctuaciones no conducen a la planificación que constituye una amenaza para nuestra libertad.
Hayek aborda el problema de la seguridad económica y cómo ésta puede ser proporcionada a través de la abolición de la libertad en la elección de empleo. Aunque la garantía de una renta estable puede parecer ideal, si se proporciona a algunos, se convierte en un privilegio a expensas de otros cuya seguridad se ve disminuida. La seguridad de una renta invariable sólo puede ser proporcionada para todos a través de la abolición de toda libertad en la elección de empleo. Sin embargo, lo que se está haciendo constantemente es otorgar esta seguridad en forma fragmentada a diferentes grupos, aumentando la inseguridad para aquellos que quedan excluidos.
Hayek también discute el problema de los incentivos adecuados en una sociedad planificada. Si los cambios en la distribución de los trabajadores entre diferentes empleos ya no pueden ser provocados por “recompensas” pecuniarias y “penalizaciones”, que no tienen ninguna conexión necesaria con el mérito subjetivo, deben ser provocados por órdenes directas. El problema de los incentivos es discutido como un problema de la disposición de las personas para dar lo mejor de sí mismas. Pero es igual de importante que las personas puedan elegir y juzgar lo que deberían hacer, y se les debe dar una medida fácilmente inteligible de la importancia social de diferentes ocupaciones.
Por último, Hayek destaca que en la economía planificada el problema de la disciplina es muy difícil de resolver. Se necesita presión externa para que las personas den lo mejor de sí mismas, ya sea en el ámbito del trabajo ordinario o en el de las actividades de gestión. En un sistema planificado, los gerentes también tendrán que seguir reglas establecidas para juzgar si están haciendo lo que se espera de ellos, ya que el riesgo y la ganancia no son suyos. Si fallan, el castigo es peor que la bancarrota, poniendo en peligro la libertad y la vida.
Hayek describe dos tipos irreconciliables de organización social: la comercial y la militar. Esta última es el sistema en el que el Estado proporciona seguridad económica plena a todos sus miembros, aunque esto implica restricciones en la libertad y una estructura jerárquica. Sin embargo, es difícil encontrar una justificación para exigir que aquellos que no quieren renunciar a su libertad también se les deba quitar. Aunque se puede organizar secciones de la sociedad en este sistema, el empleo obligatorio en las fuerzas armadas no ha sido aceptado debido a la restricción de la libertad individual.
Hayek sostiene que las políticas actuales de otorgar privilegios de seguridad a diferentes grupos están creando condiciones en las que la búsqueda de la seguridad se convierte en algo más importante que el amor por la libertad. Cada vez que se garantiza la seguridad completa a un grupo, la inseguridad del resto aumenta proporcionalmente. La planificación, también conocida como restricción, es la única forma en que se puede otorgar seguridad a grupos particulares dentro del sistema de mercado. Sin embargo, esto implica reducir las oportunidades disponibles para otros. El proteccionismo de la competencia hace que aquellos fuera de las industrias controladas se vean afectados negativamente, y la cantidad de personas que buscan seguridad de esta manera ha aumentado el desempleo y la inseguridad para grandes secciones de la población.
Finalmente, Hayek afirma que el esfuerzo general por lograr la seguridad a través de medidas restrictivas ha transformado progresivamente la sociedad. La propagación del socialismo ha disminuido la importancia de las actividades que implican riesgos económicos, mientras que se ha estigmatizado las ganancias que hacen que valga la pena correr riesgos. La nueva generación ha sido influenciada por esta actitud y ha aprendido que las empresas comerciales son deshonrosas, mientras que la seguridad es loable. En consecuencia, Hayek cuestiona si al cambiar nuestras instituciones para satisfacer estas nuevas demandas, no destruiremos valores que todavía consideramos superiores.
En el capítulo nueve del libro de Hayek, se ilustra el cambio que se ha producido en la estructura de la sociedad desde hace veinte años, con la victoria del ideal de seguridad sobre el de independencia. El autor hace una comparación entre la sociedad inglesa y alemana, y destaca cómo una gran parte de la vida civil de Alemania se organizó deliberadamente desde la cima, lo que le dio a la estructura social un carácter peculiar. Hayek afirma que, en este tipo de sociedad, es difícil esperar que muchos prefieran la libertad a la seguridad, y que la libertad solo puede comprarse con el sacrificio de la mayoría de las cosas buenas de la vida.
El autor también discute la importancia de proporcionar cierta seguridad para preservar la libertad, pero señala que esta seguridad debe proporcionarse fuera del mercado, y que la competencia debe funcionar sin obstáculos. Es esencial no confundir la seguridad con la libertad, y Hayek se opone a la moda actual entre los líderes intelectuales de ensalzar la seguridad a expensas de la libertad. Él sostiene que es importante reconocer que la libertad solo se puede tener a un precio, y que como individuos debemos estar preparados para hacer sacrificios materiales severos para preservar nuestra libertad.
En conclusión, Hayek argumenta que si bien la seguridad es necesaria para preservar la libertad, es importante no confundir la seguridad con la libertad y que es esencial reconocer que la libertad solo se puede tener a un precio. También destaca que el riesgo es un componente inherente a la libertad y que, aunque algunas personas puedan preferir la seguridad a la libertad, es esencial preservar la convicción de que la libertad es esencial para una sociedad libre.
Capítulo 10 – ¿Por qué las peores personas llegan a la cima?
En este capítulo, Hayek explora la creencia de que los rasgos más repulsivos de los regímenes totalitarios son debidos a un accidente histórico, ya que fueron establecidos por grupos de delincuentes y matones. Muchos argumentan que el sistema totalitario podría ser dirigido por personas decentes en beneficio de la comunidad. Sin embargo, Hayek sostiene que el cambio de la democracia al totalitarismo implica la elección entre el desprecio de la moral ordinaria o el fracaso, lo que hace que los individuos sin escrúpulos e inhibidos sean más exitosos en una sociedad totalitaria.
El autor también sostiene que el deseo generalizado de una acción gubernamental rápida y decidida es lo que conduce al desmantelamiento de las instituciones democráticas y al establecimiento de un régimen totalitario. La gente busca a alguien con suficiente apoyo sólido para inspirar confianza de que puede llevar a cabo todo lo que quiera, y es entonces donde entra el nuevo tipo de partido organizado de manera militar.
Hayek explica cómo la uniformidad en la opinión es difícil de lograr entre individuos altamente educados e inteligentes, pero que puede ser fácilmente obtenida en aquellos con bajos estándares morales e intelectuales. Si se desea un gran grupo que imponga sus opiniones y valores de vida en el resto, serán las personas con menos originalidad e independencia quienes podrán poner el peso de sus números detrás de sus ideales. Un potencial dictador tendría que aumentar su número de seguidores convirtiendo a más personas a una ideología simple y listos para aceptar un sistema de valores prefabricado.
En cuanto a la filosofía colectivista, Hayek argumenta que, debido a la necesidad de asegurar un apoyo incondicional, es más probable que surja el nacionalismo en lugar de la verdadera igualdad. El colectivismo sólo puede existir en algún tipo de particularismo, ya sea nacionalismo, racismo o clasismo, y parece ser impracticable en una escala global, excepto en el servicio de una pequeña élite gobernante. La comunidad del colectivismo sólo puede extenderse hasta donde exista o se pueda crear la unidad de propósito de los individuos, y la membresía en un grupo sólo confiere dignidad si y sólo si el individuo trabaja para los fines comunes reconocidos.
El deseo del individuo de identificarse con un grupo es a menudo el resultado de un sentimiento de inferioridad, y sólo será satisfecho si la membresía en el grupo confiere cierta superioridad sobre los forasteros. Este sentimiento de inferioridad puede fomentar la hostilidad hacia los grupos externos y puede dar lugar a la violencia. Es decir, la filosofía colectivista no tiene lugar para la amplia humanidad del liberalismo, sino sólo para el particularismo estrecho del totalitarismo.
En este capítulo, Hayek analiza cómo los planificadores socialistas tienen una actitud definitivamente hostil hacia el internacionalismo, lo que lleva a que suelen ser nacionalistas militantes e imperialistas. A través de una serie de ejemplos, Hayek sostiene que la glorificación del poder que se encuentra en el socialismo conduce fácilmente al nacionalismo y afecta profundamente la ética de todos los colectivistas.
Hayek argumenta que la creación de poder es esencial para el éxito de los colectivistas, ya que necesitan poder sobre los hombres ejercido por otros hombres, de una magnitud nunca antes conocida. El éxito del colectivismo dependerá de hasta qué punto se logre dicho poder. En contraste, en una sociedad competitiva, nadie puede ejercer una fracción del poder que tendría un consejo de planificación socialista. La competencia es el único sistema diseñado para minimizar la cantidad de poder que los seres humanos ejercen sobre otros seres humanos.
Finalmente, Hayek sostiene que las reglas éticas del colectivismo son muy diferentes de las que conocemos como morales. El colectivismo no deja libre la conciencia individual para aplicar sus propias reglas, ni conoce reglas generales que el individuo deba o pueda observar en todas las circunstancias. La ética colectivista no deja espacio para la moral individualista, ya que no hay nada que el colectivista coherente no esté dispuesto a hacer si sirve al “bien del todo”.
En el último segmento del capítulo 10, Hayek afirma que las virtudes individualistas son, al mismo tiempo, virtudes sociales que mejoran los contactos sociales y hacen que el control desde arriba sea menos necesario y, al mismo tiempo, más difícil. Estas virtudes florecen en sociedades individualistas o comerciales y están ausentes en las sociedades colectivistas o militares. Aunque el autor reconoce que la intensidad de las emociones morales detrás de movimientos como el nazismo o el comunismo se puede comparar solo con las grandes movimientos religiosos de la historia, la realidad es que cuando el individuo es solo un medio para servir a la entidad superior llamada sociedad o nación, los regímenes totalitarios se justifican a sí mismos y actúan sin considerar los derechos o valores de los individuos.
Hayek argumenta que, para el ciudadano medio del estado totalitario, a menudo es la devoción desinteresada a un ideal, aunque sea repulsivo para nosotros, lo que les hace aprobar y hasta realizar tales acciones. Sin embargo, los líderes del régimen totalitario deben estar dispuestos a romper todas las normas morales que han conocido si esto parece necesario para lograr el objetivo que se les ha asignado. En consecuencia, las personas con convicciones morales no tienen nada que hacer en los puestos de poder del régimen. Solo aquellos dispuestos a hacer cosas malas, como la crueldad, la intimidación y el espionaje, pueden aspirar a los puestos más altos en el sistema totalitario.
El autor concluye que el problema de la selección de líderes está estrechamente relacionado con la selección según las opiniones o la disposición de una persona a conformarse con un conjunto de doctrinas en constante cambio. Todo esto nos lleva a una de las características morales más características del totalitarismo: su relación y efecto en todas las virtudes que caen bajo el encabezado general de la veracidad, un tema que requiere un capítulo separado.
Capítulo 11 – El fin de la verdad
En el undécimo capítulo de “Camino de Servidumbre”, Hayek aborda el tema de la verdad y cómo se ve afectada en una sociedad con planificación económica centralizada. El autor sostiene que, en un sistema de planificación centralizada, la verdad a menudo se subordina a los intereses y objetivos políticos del Estado, lo que socava la integridad intelectual y la libre circulación de ideas.
Hayek argumenta que, en un sistema de planificación centralizada, la información y la opinión pública se ven fácilmente manipuladas por el Estado para promover sus propios fines. Esto puede incluir la censura de ideas y opiniones contrarias, la promoción de la propaganda y la tergiversación de hechos y datos para apoyar las políticas oficiales. Estas tácticas socavan la capacidad de los ciudadanos para acceder a información imparcial y confiable y tomar decisiones informadas sobre sus vidas y su sociedad.
El autor también señala que, en una sociedad planificada, los intelectuales y expertos a menudo enfrentan presiones para adaptar sus opiniones y hallazgos a las políticas y objetivos oficiales del Estado. Esto puede llevar a la corrupción de la integridad intelectual y a la pérdida de la objetividad y la independencia en la búsqueda del conocimiento.
Hayek advierte que la erosión de la verdad y la integridad intelectual en una sociedad planificada puede tener efectos devastadores en la capacidad de una sociedad para progresar y evolucionar. Sin la libre circulación de ideas y la capacidad de cuestionar y criticar las políticas oficiales, la innovación y el progreso pueden verse obstaculizados, y la sociedad en su conjunto puede estancarse.
En el capítulo 11, Hayek habla sobre la nacionalización del pensamiento y cómo la propaganda en un estado totalitario se utiliza para hacer que las personas crean en los fines del plan social dirigido. La propaganda en un estado totalitario es diferente no solo en magnitud, sino en el tipo de propaganda hecha por diferentes agencias independientes y en competencia. La propaganda totalitaria tiene el poder de moldear las mentes de las personas en cualquier dirección que deseen, incluso las personas más inteligentes e independientes no pueden escapar completamente de esa influencia si están aisladas de otras fuentes de información.
Además, las consecuencias morales de la propaganda totalitaria son profundas, ya que socavan uno de los fundamentos de todas las morales, el sentido y el respeto por la verdad. El objetivo de la propaganda totalitaria no se limita a la enseñanza de un código moral definido y comprensivo, sino que se extiende a cuestiones de hecho. La propaganda totalitaria no solo busca inducir a las personas a aceptar los valores oficiales, sino que también busca que las personas estén de acuerdo con las vistas sobre los hechos y posibilidades en los que se basan las medidas particulares.
Hayek también habla sobre cómo la ética completa, el sistema de valores implícito en un plan económico, no existe en una sociedad libre, sino que tendría que ser creado. La imposibilidad de separar el problema general de los valores de las decisiones particulares hace que sea imposible que un cuerpo democrático, aunque sea incapaz de decidir los detalles técnicos de un plan, determine los valores que lo guían.
Hayek explica cómo las autoridades de planificación, en la necesidad de justificar sus decisiones, crean mitos o teorías pseudo-científicas que se convierten en una parte integral de la doctrina gobernante. Aunque los responsables de una decisión pueden haber sido guiados por nada más que el prejuicio, tendrán que establecer algún principio rector para justificar sus acciones. De esta manera, se crea una necesidad de racionalizar las simpatías y antipatías que, por falta de algo más, guían al planificador en muchas de sus decisiones, lo que los lleva a construir teorías que se convierten en parte del dogma oficial.
Además, el autor menciona que las palabras son despojadas de su significado original y se les da un nuevo significado para adaptarse a los propósitos de la propaganda totalitaria. La palabra “libertad” se utiliza en los estados totalitarios, pero su significado ha sido pervertido. El autor también señala que la confusión en el uso del lenguaje se debe al cambio continuo de significado de las palabras que describen los ideales políticos y morales.
Finalmente, Hayek explica cómo es necesario silenciar a la minoría que podría tener una inclinación crítica para mantener la adhesión de la población a la doctrina gobernante. Para asegurarse de que las personas apoyen el esfuerzo común sin dudar, deben estar convencidas de que no solo el objetivo, sino también los medios elegidos, son los correctos. Por lo tanto, la creencia oficial, a la que se debe hacer cumplir la adhesión, comprenderá todas las opiniones sobre los hechos en los que se basa el plan. La crítica pública o incluso la expresión de dudas deben ser suprimidas porque debilitan el apoyo público.
Hayek argumenta que en un sistema totalitario, los hechos y las teorías deben ser objeto de doctrinas oficiales y que todo el aparato para difundir conocimientos, como la escuela y la prensa, se utilizará exclusivamente para difundir las opiniones que, ya sea verdaderas o falsas, fortalezcan la creencia en la corrección de las decisiones tomadas por la autoridad. Toda información que pueda causar duda o vacilación será retenida. Todo lo que pueda ser objeto de comparaciones desfavorables con las condiciones en otros lugares, toda información que pueda sugerir que el gobierno no cumple sus promesas o no aprovecha las oportunidades para mejorar las condiciones, será suprimido.
Además, Hayek señala que la búsqueda desinteresada de la verdad no puede ser permitida en un sistema totalitario en disciplinas que tratan directamente de asuntos humanos y, por lo tanto, afectan inmediatamente las opiniones políticas, como la historia, la ley o la economía. Las disciplinas se convierten en fábricas de mitos oficiales que los gobernantes utilizan para guiar las mentes y voluntades de sus súbditos. El control totalitario de la opinión se extiende incluso a los campos aparentemente más alejados de cualquier interés político, incluso a las ciencias más abstractas. La ciencia, el arte y otros campos de actividad humana que se realizan por su propio bien son igualmente aborrecibles para los totalitarios, quienes insisten en que cada actividad debe justificarse por un propósito social consciente.
En general, el principio de totalitarismo se extiende incluso a los juegos y el entretenimiento, como el ajedrez, que en algunos casos han sido exhortados por los regímenes totalitarios a dejar de ser neutral y a ser condenados porque producen resultados que no se ajustan a la filosofía del planificador. El objetivo final de este control totalitario es la de dirigir todo por una concepción unitaria del todo y de hacer que el conocimiento y las creencias de la gente sean un instrumento para ser utilizado para un único propósito. La verdad ya no tiene su antiguo significado y se convierte en algo que debe ser establecido por la autoridad en interés de la unidad del esfuerzo organizado, y que puede tener que ser alterado según lo exijan las necesidades de este esfuerzo organizado.
En la última parte del capítulo 11 de “Camino de Servidumbre”, Hayek describe la atmósfera intelectual general que produce la planificación centralizada. La actitud general de cinismo hacia la verdad que genera, la pérdida del sentido incluso del significado de la verdad, la desaparición del espíritu de investigación independiente y de la creencia en el poder de la convicción racional, la forma en que las diferencias de opinión en cada rama del conocimiento se convierten en cuestiones políticas que deben ser decididas por la autoridad, son todas cosas que uno debe experimentar personalmente. La vista más alarmante es que el desprecio por la libertad intelectual no es algo que surja solo una vez establecido el sistema totalitario, sino que se puede encontrar en todas partes entre los intelectuales que han abrazado una fe colectivista y que son aclamados como líderes intelectuales incluso en países aún bajo un régimen liberal.
Hayek argumenta en contra de la creencia de que la libertad de pensamiento es ilusoria porque las opiniones y los gustos de las masas están moldeados por la propaganda, la publicidad, el ejemplo de las clases altas y otros factores ambientales que inevitablemente obligan a pensar a la gente en surcos trillados. Concluye que si los ideales y gustos de la gran mayoría siempre son modelados por circunstancias que podemos controlar, debemos usar este poder deliberadamente para dirigir los pensamientos de las personas en lo que creemos que es una dirección deseable. Hayek argumenta que nadie es competente, ni debería tener el poder, para seleccionar a quiénes se les reserva esta libertad. Muestra una confusión completa del pensamiento sugerir que, porque bajo cualquier tipo de sistema la mayoría de las personas siguen el liderazgo de alguien, no importa si todos tienen que seguir el mismo liderazgo.
Este capítulo comienza con Hayek señalando que es un error considerar el nacionalsocialismo como un movimiento sin fundamento intelectual. Hayek argumenta que las doctrinas del nacionalsocialismo son el resultado de una larga evolución ideológica que involucra a pensadores influyentes de diversos países.
El nacionalsocialismo no fue una reacción capitalista contra el avance del socialismo, sino que fue apoyado por sectores socialistas. Las fuerzas anti-capitalistas de la derecha y la izquierda se unieron, y el socialismo radical se fusionó con el conservador, lo que llevó al declive del liberalismo en Alemania.
Este capítulo, Hayek explora la conexión entre el socialismo y el nacionalsocialismo en Alemania, argumentando que este último no fue un movimiento sin fundamento intelectual sino el resultado de una evolución ideológica influenciada por el pensamiento socialista. Hayek sostiene que la unión de fuerzas anti-capitalistas de la derecha y la izquierda y la fusión del socialismo radical con el conservador fueron cruciales para el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania.
Hayek destaca la estrecha relación entre socialismo y nacionalismo en Alemania, señalando cómo figuras clave del nacionalsocialismo también influyeron en el pensamiento socialista. Personajes como Werner Sombart, Johann Plenge, Wilhelm Ostwald, Walter Rathenau y Friedrich Naumann, que promovieron la organización y el control estatal en la economía y la sociedad alemana, sentaron las bases para el surgimiento del nazismo y su enfoque autoritario.
Paul Lensch, un político socialista y miembro del Partido Socialdemócrata, sostiene que la adopción del proteccionismo por Bismarck en Alemania permitió el desarrollo de la concentración industrial y la cartelización, lo que representa una etapa más avanzada en el desarrollo industrial. Lensch también aborda cómo el sufragio universal permitió a los socialdemócratas ocupar puestos en diferentes niveles del gobierno, lo que llevó a la socialización del Estado y a la nacionalización de la Socialdemocracia.
Figuras del nacionalsocialismo como Oswald Spengler y A. Moeller van den Bruck también fueron influenciados por las ideas de Plenge y Lensch. Spengler argumenta que el espíritu prusiano y el socialismo son esencialmente lo mismo y se oponen al liberalismo inglés, mientras que Moeller van den Bruck ve al liberalismo como el enemigo. En Alemania, la lucha contra el liberalismo unió a socialistas y conservadores en un frente único, y fue a través del Movimiento Juvenil Alemán y otros grupos intelectuales que estas ideas se difundieron. El “socialismo conservador” fue el eslogan que preparó el ambiente para el triunfo del nacionalsocialismo.
En resumen, Hayek argumenta que el nacionalsocialismo es el resultado de una evolución ideológica influenciada por el pensamiento socialista y las fuerzas anti-capitalistas de la derecha y la izquierda en Alemania. Personajes clave en la historia del socialismo y del nacionalsocialismo promovieron la organización y el control estatal en la economía y la sociedad, sentando las bases para el surgimiento del nazismo y su enfoque autoritario.
Capítulo 13 – Los totalitarismos en nuestro seno [NdR: en Inglaterra]
Hayek analiza cómo la autoridad totalitaria puede surgir en países anteriormente liberales, como Inglaterra. Hayek observa cómo la creciente similitud entre los criterios económicos de la derecha y la izquierda, la veneración del Estado y la admiración del poder han debilitado las tradiciones liberales en Inglaterra. La generación actual ha olvidado o despreciado a los pensadores liberales clásicos como Lord Morley, Henry Sidgwick, Lord Acton y A.V. Dicey.
El autor compara la situación de Inglaterra con la de Alemania en el pasado, destacando paralelismos entre las ideas pre-nazis y las opiniones presentes en la literatura inglesa contemporánea. Hayek alerta sobre la amenaza del totalitarismo y cómo las ideas totalitarias pueden infiltrarse en la política y la literatura de un país, abogando por mantener la vigilancia y proteger los valores y principios liberales.
Hayek menciona que, aunque pocas personas en Inglaterra podrían estar dispuestas a aceptar el totalitarismo, hay aspectos de este sistema que muchos han aconsejado imitar. El autor destaca la tendencia en Alemania de abogar por una organización “científica” de la sociedad y cómo esta tendencia llevó a un desprecio hacia enfoques no científicos, permitiendo que los intelectuales se sometieran fácilmente a regímenes autoritarios.
Hayek critica las obras del profesor E.H. Carr y del Dr. C.H. Waddington, argumentando que están influenciados por ideas totalitarias alemanas y adoptan enfoques poco científicos al abordar cuestiones económicas y sociales. El autor señala la desconfianza de Waddington hacia la libertad individual y sugiere que esta actitud es peligrosa para una sociedad libre y tolerante.
El autor advierte sobre el riesgo del totalitarismo en el contexto de las tendencias monopolistas y plantea la necesidad de controlar y frenar estos monopolios en lugar de permitir que se integren al Estado y lo debiliten. Hayek sostiene que el problema del monopolio no radica solo en los capitalistas interesados, sino también en aquellos que apoyan y se benefician de los monopolios, como el movimiento obrero.
Finalmente, Hayek aborda el programa del Partido Laborista británico, que busca crear una “sociedad planificada”, y advierte que si los partidos progresistas del pasado son reemplazados por partidos reaccionarios, no habrá esperanza para el futuro. En resumen, Hayek subraya la importancia de mantener la vigilancia y proteger los valores y principios liberales para prevenir el surgimiento del totalitarismo en países que antes gozaban de libertad.
Capítulo 14 – Condiciones materiales y fines ideales
Friedrich Hayek aborda la relación entre el desarrollo material y los ideales que impulsan a una sociedad. Hayek argumenta que la prosperidad material no es, por sí misma, una garantía para la libertad y la democracia, y que los ideales son fundamentales para sostener estas instituciones.
Hayek comienza señalando que muchos de sus contemporáneos creían que la creciente prosperidad material conduciría automáticamente al progreso social y político, y al establecimiento de ideales democráticos y liberales. Sin embargo, él sostiene que la historia ha demostrado que esto no es necesariamente cierto, ya que hay numerosos ejemplos de sociedades prósperas que han sucumbido a sistemas totalitarios.
El autor sostiene que la clave para la libertad y la democracia no se encuentra en la riqueza material, sino en la adopción de ideales que respalden y promuevan estas instituciones. Hayek enfatiza la importancia de los ideales en la formación de una sociedad libre y democrática, argumentando que son los ideales, y no las condiciones materiales, los que influyen en la dirección que toma una sociedad.
Hayek también analiza la relación entre los ideales y la moral, argumentando que la moral es el producto de los ideales que una sociedad acepta y adopta. En este sentido, la moral no es algo innato o universal, sino que es el resultado de las creencias compartidas por una sociedad en un momento dado.
El autor advierte que la creciente prosperidad material puede llevar a una disminución de los ideales, ya que las personas pueden volverse complacientes y estar menos dispuestas a luchar por sus derechos y libertades. Esto, a su vez, puede dar lugar a un debilitamiento de las instituciones democráticas y liberales.
Hayek también aborda el papel del intelectual en la promoción de ideales y valores en una sociedad. Argumenta que los intelectuales tienen una responsabilidad especial de educar y guiar a la sociedad en la adopción y mantenimiento de ideales que promuevan la libertad y la democracia. El autor señala que, en su tiempo, muchos intelectuales se habían inclinado hacia el socialismo y el colectivismo, lo cual, en su opinión, socavaba los ideales de la libertad individual y la democracia.
En conclusión, en el capítulo 14 de “Camino de servidumbre”, Hayek argumenta que las condiciones materiales no son suficientes para garantizar la libertad y la democracia en una sociedad. Más bien, es esencial que los ciudadanos y los intelectuales abracen y promuevan ideales que respalden estas instituciones. El autor también destaca la importancia de estar alerta ante el debilitamiento de los ideales en momentos de prosperidad material, ya que esto puede conducir al deterioro de las instituciones democráticas y liberales.
Capítulo 15 – Las perspectivas de un orden internacional
Hayek analiza los peligros y las limitaciones de la planificación centralizada en una economía. Hayek argumenta que la planificación central conduce inevitablemente a la pérdida de la libertad individual y a la tiranía, ya que el poder se concentra en manos de unos pocos planificadores y se elimina la capacidad de elección y la autonomía de los ciudadanos.
Hayek comienza destacando que la planificación centralizada implica que un grupo de expertos o burócratas tomen decisiones económicas en nombre de toda la sociedad. Aunque estos planificadores puedan tener buenas intenciones, Hayek argumenta que carecen de la información y el conocimiento necesario para tomar decisiones efectivas y eficientes. El autor sostiene que, en una economía de mercado, el conocimiento y la información están dispersos entre millones de individuos, y que el proceso de descubrimiento y coordinación que tiene lugar en el mercado es fundamental para una asignación eficiente de recursos.
Hayek también argumenta que la planificación centralizada socava la libertad individual y la capacidad de elección. En un sistema de planificación central, los ciudadanos no pueden decidir por sí mismos cómo quieren vivir, trabajar o consumir, ya que estas decisiones son tomadas por un grupo de planificadores. El autor sostiene que esto lleva a la erosión de la libertad personal y a la supresión de la creatividad y la innovación, ya que los individuos no pueden explorar nuevas ideas o formas de vida.
Además, Hayek aborda el problema del poder concentrado en manos de los planificadores centrales. El autor advierte que, cuando el poder económico y político se concentra en un pequeño grupo, existe un riesgo significativo de abuso y corrupción. Hayek argumenta que la planificación centralizada conduce a la tiranía, ya que los planificadores tienen el poder de controlar y manipular la vida de los ciudadanos.
Hayek también señala que la planificación centralizada a menudo lleva a la ineficiencia económica, ya que los planificadores no pueden tener en cuenta las preferencias y necesidades individuales de cada ciudadano. En cambio, los planificadores toman decisiones basadas en agregados y promedios, lo que puede dar lugar a una asignación inadecuada de recursos y a la producción de bienes y servicios que no satisfacen las necesidades reales de la población.
En conclusión, en el capítulo 15 de “Camino de servidumbre”, Hayek argumenta que la planificación centralizada es una amenaza para la libertad individual y la democracia, y que conduce a la ineficiencia económica y a la tiranía. El autor defiende el sistema de mercado libre como una alternativa superior, en el que la información y el conocimiento están dispersos entre millones de individuos y se produce una asignación eficiente de recursos. Hayek advierte de los peligros del poder concentrado y aboga por la importancia de la libertad individual y la autonomía en la vida económica y política.