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- Libro I: De lo que tiene trascendencia a todas las fuentes de riqueza
- Libro II: De la naturaleza, acumulación y empleo del capital
- Libro III: De los diferentes progresos de la riqueza de las naciones
- Libro IV: De los sistemas de economía política (incluye la famosa cita de la «mano invisible»)
- Libro V: De los ingresos del soberano o del Estado
ATENCIÓN: a pesar de ser un resumen, este artículo es bastante extenso. ¿Tienes alguna pregunta puntual? Puedes utilizar el siguiente chatbot integrado con GPT-3.5 para interactuar con todo el contenido del blog, y con mis 2 libros:
Libro V: De los Ingresos del Soberano o el Estado
Capítulo I: De los Gastos del Soberano o el Estado
De los Gastos en Defensa
Adam Smith comienza el último libro de su obra hablando sobre el papel del soberano en la protección de la sociedad a través de una fuerza militar. El costo de mantener esta fuerza varía dependiendo del estado de la sociedad y su nivel de desarrollo.
Primero, examina las sociedades de cazadores, como las tribus nativas de América del Norte, donde cada hombre es tanto cazador como guerrero. En estas sociedades, no hay un verdadero soberano o estado, y el guerrero se mantiene a sí mismo sin costos adicionales para la sociedad.
Las sociedades de pastores, un paso adelante en términos de desarrollo, como los tártaros y los árabes, operan de manera similar. Aunque estas sociedades son nómadas, la vida militar es similar a la vida cotidiana y se financian a través de sus rebaños.
Estas sociedades de pastores pueden llegar a ser formidables para las naciones civilizadas vecinas debido a su capacidad de movilización en grandes números. Las invasiones tártaras en Asia son un ejemplo de esto.
Smith luego describe sociedades agrícolas más avanzadas, que a pesar de no tener una gran cantidad de comercio exterior o industrias manufactureras, cada hombre es o puede convertirse fácilmente en un guerrero. El entrenamiento militar no le cuesta al soberano, y el campesino puede ser movilizado durante el tiempo entre la siembra y la cosecha sin sufrir grandes pérdidas económicas.
Luego, Smith llega a las sociedades aún más avanzadas, en las que las demandas del trabajo y la guerra se vuelven demasiado grandes para ser llevadas a cabo sin el apoyo del estado. Con el progreso de las manufacturas y las mejoras en el arte de la guerra, se vuelve imposible para los que luchan mantenerse a su propio costo. En estas sociedades, una gran parte de la población debe ser mantenida por el estado mientras están en servicio.
En las antiguas repúblicas griegas, se requería que cada ciudadano libre aprendiera las artes militares como parte de su educación, y estas habilidades se enseñaban en un campo público con diferentes maestros. Algo similar ocurría en la antigua Roma, con los ejercicios del Campus Martius. Sin embargo, bajo los gobiernos feudales, a pesar de las ordenanzas que requerían que los ciudadanos practicaran arquería y otras habilidades militares, estas prácticas parecen haber sido ignoradas y, con el tiempo, los ejercicios militares parecen haber caído en desuso.
Smith señala que en la antigua Grecia, Roma y durante los primeros años de los gobiernos feudales, la profesión de soldado no era una ocupación separada o distinta, sino que cada ciudadano se consideraba apto para ejercer la profesión de soldado en ocasiones ordinarias y extraordinarias. Sin embargo, a medida que las sociedades se vuelven más complejas, el arte de la guerra también se vuelve más complicado, lo que requiere que se convierta en una ocupación principal para ciertos ciudadanos.
Smith también discute cómo los cambios en la agricultura y la fabricación han dejado a los ciudadanos con menos tiempo para practicar ejercicios militares, lo que ha llevado a la formación de ejércitos profesionales.
El autor sostiene que una nación rica e industriosa es más probable que sea atacada, y si el estado no toma medidas para la defensa pública, los ciudadanos no estarán preparados para defenderse. En esta situación, Smith ve dos opciones para el estado: puede imponer la práctica de ejercicios militares a todos los ciudadanos, o puede mantener y emplear a un cierto número de ciudadanos en la práctica constante de ejercicios militares, haciendo de la profesión de soldado una ocupación separada y distinta. Si el estado elige la primera opción, se dice que su fuerza militar consiste en una milicia; si elige la segunda, se dice que consiste en un ejército permanente.
Smith explica que cualquier milicia que haya servido en varias campañas sucesivas se convierte en un ejército permanente en todos los aspectos. Los soldados se ejercitan diariamente en el uso de sus armas y se acostumbran a obedecer inmediatamente a sus oficiales, al igual que en los ejércitos permanentes.
A continuación, Smith ilustra su argumento con ejemplos históricos. Destaca el ejército de Filipo de Macedonia, que evolucionó de una milicia a un ejército permanente a través de sus constantes guerras. Este ejército derrotó a las milicias de las repúblicas griegas y del imperio persa, demostrando la superioridad de un ejército permanente.
El siguiente ejemplo es la caída de Cartago y la elevación de Roma. Según Smith, el ejército de Aníbal, que había evolucionado a un ejército permanente a través de diversas guerras, superó a la milicia romana en las batallas iniciales. Sin embargo, con el tiempo, la milicia romana, que estaba constantemente en el campo, se convirtió en un ejército bien disciplinado y entrenado.
Luego, Smith habla de la decadencia de los ejércitos romanos. Atribuye su caída a varias causas, incluyendo la severidad de su disciplina, la negligencia en el mantenimiento de sus ejercicios y su pesada armadura. Además, bajo los emperadores romanos, los ejércitos que custodiaban las fronteras se volvieron peligrosos para sus propios amos, lo que llevó a su dispersión en pequeños cuerpos a través de las ciudades provinciales. Aquí, los soldados se convirtieron en comerciantes, artesanos y fabricantes, cambiando su carácter militar por el civil. Esta transformación llevó a la decadencia del ejército romano, lo que finalmente resultó en la caída del imperio occidental.
Originalmente, las naciones germánicas y escitas que se establecieron sobre las ruinas del imperio occidental mantenían una milicia compuesta por pastores y agricultores, que estaba bastante bien ejercitada y disciplinada. Sin embargo, a medida que avanzaban las artes y la industria, la autoridad de los jefes decayó y la gente tenía menos tiempo para ejercicios militares. Por tanto, la disciplina y el ejercicio de la milicia feudal se deterioraron gradualmente, lo que llevó a la introducción de ejércitos permanentes.
Smith argumenta que un ejército permanente es necesario tanto para la defensa de una nación civilizada como para la civilización de una nación bárbara. Un ejército permanente establece, con una fuerza irresistible, la ley del soberano a través de las provincias más remotas del imperio y mantiene cierto grado de gobierno regular en países que de otra manera no podrían admitir ninguno.
Por otro lado, señala que los hombres de principios republicanos han visto con recelo un ejército permanente por considerarlo peligroso para la libertad. Sin embargo, Smith sostiene que un ejército permanente puede ser favorable para la libertad en ciertas circunstancias, siempre y cuando esté bajo el mando de aquellos que tienen el mayor interés en apoyar la autoridad civil, ya que ellos mismos poseen la mayor parte de dicha autoridad.
En relación con el costo de mantener un ejército, Smith menciona que el deber del soberano de defender a la sociedad de la violencia y la injusticia se vuelve progresivamente más costoso a medida que la sociedad avanza en civilización. En particular, el cambio introducido en el arte de la guerra por la invención de las armas de fuego ha aumentado aún más el costo de ejercitar y disciplinar a cualquier número particular de soldados en tiempos de paz, y de emplearlos en tiempos de guerra.
Luego, Smith concluye que la gran ventaja en la guerra moderna recae sobre la nación que puede costear mejor el gasto de las armas de fuego, lo que favorece a una nación opulenta y civilizada sobre una pobre y bárbara. Esto ha invertido la dinámica de los tiempos antiguos, cuando las naciones opulentas y civilizadas encontraban dificultades para defenderse de las naciones pobres y bárbaras.
De los Gastos en Justicia
La segunda obligación del soberano es proteger a cada miembro de la sociedad de la injusticia o la opresión de otros. Esta obligación, que se traduce en el establecimiento de una administración de justicia, tiene costos variables en las diferentes etapas de la sociedad.
En las naciones de cazadores, la propiedad escasea, y no suele haber magistraturas o administraciones de justicia establecidas. Sin embargo, la adquisición de propiedades valiosas y extensas, como consecuencia de la ambición y la avaricia, requiere de un gobierno civil.
El gobierno civil implica un cierto grado de subordinación, que crece a medida que se adquieren propiedades valiosas. Las causas que naturalmente introducen esta subordinación parecen ser cuatro: la superioridad de las calificaciones personales, la edad, la fortuna y el linaje.
En las naciones de cazadores, donde prácticamente no existe la propiedad, no hay una administración regular de justicia. La principal forma de hacer daño en estas sociedades es a través de daños personales o a la reputación. Sin embargo, Smith sostiene que los humanos no suelen ser propensos a estos daños por motivos de envidia, malicia o resentimiento, ya que no proporcionan ninguna ventaja real o duradera.
Con la aparición de la propiedad, surge la necesidad de un gobierno civil para proteger a los propietarios, ya que la avaricia y la ambición pueden impulsar a las personas a invadir la propiedad de otros. En las sociedades con gran propiedad, existe una gran desigualdad y, por lo tanto, un potencial de conflicto e injusticia.
La creación del gobierno civil lleva a la subordinación. Según Smith, hay cuatro factores que naturalmente introducen la subordinación: la superioridad de las calificaciones personales, la edad, la fortuna y el nacimiento. Estos factores establecen una especie de autoridad y subordinación, y son más evidentes en las naciones de pastores, donde la riqueza está concentrada en pocas manos.
En estas sociedades, los pastores ricos y de noble nacimiento tienen una autoridad natural y un poder ejecutivo. También tienen algún tipo de autoridad judicial, ya que son a quienes los más débiles buscan protección. Smith argumenta que el gobierno civil, en la medida en que está instituido para la seguridad de la propiedad, está en realidad instituido para la defensa de los ricos contra los pobres.
Luego, Smith menciona que la autoridad judicial del soberano era, en sus primeros días, una fuente de ingresos. Aquellos que buscaban justicia estaban dispuestos a pagar por ella. Con el tiempo, los jueces delegados por el soberano se convirtieron en una especie de recolectores de ingresos. En resumen, la administración de justicia se convirtió en un medio para obtener ingresos para el soberano.
El autor sostiene que cuando la administración de justicia se convierte en una herramienta para obtener ingresos, pueden surgir diversos abusos. Las personas con más recursos pueden obtener más que justicia, mientras que las menos acaudaladas podrían recibir menos. Estos problemas pueden ser incluso más graves cuando el soberano administra la justicia personalmente, ya que puede ser difícil encontrar a alguien con suficiente poder para responsabilizarlo.
En las naciones de pastores, el soberano es simplemente el pastor o pastor principal, y su mantenimiento proviene de la misma forma que cualquier otro miembro de su clan, es decir, a través de la expansión de sus propios rebaños. En las sociedades agrícolas que recién emergen de la etapa de pastoreo, como las tribus griegas en la época de la Guerra de Troya y los antiguos germanos y escitas, el soberano es simplemente el terrateniente más grande y se mantiene con los ingresos de su propio patrimonio. Sus súbditos no suelen contribuir a su mantenimiento, a menos que necesiten su autoridad para protegerlos de la opresión de otros miembros de la sociedad.
Los ingresos del soberano provienen principalmente de los presentes que recibe en estas ocasiones, y de las tarifas de la corte. Sin embargo, cuando el patrimonio privado del soberano ya no es suficiente para cubrir los gastos de la soberanía, y se vuelve necesario que la gente contribuya a través de impuestos, se estipula comúnmente que ni el soberano ni sus representantes pueden aceptar presentes por la administración de justicia. En lugar de ello, se les otorgan salarios fijos.
El autor concluye que la justicia nunca se ha administrado de forma gratuita en ninguna sociedad, ya que los abogados siempre deben ser pagados por las partes. Sin embargo, la prohibición de que los jueces reciban presentes o tarifas tenía como objetivo prevenir la corrupción, más que disminuir los costos de los litigios.
Más adelante, Smith argumenta que aunque los salarios de los jueces pueden ser bajos, la naturaleza honorable del cargo hace que sea deseado. Adicionalmente, afirma que los costos de administrar la justicia son una parte muy pequeña del gasto total del gobierno.
Smith sostiene que estos costos podrían ser cubiertos por las tasas judiciales, liberando así al presupuesto público de esta carga. Sugiere que es más fácil regular estas tasas cuando el juez es la principal beneficiario, ya que la ley puede obligar al juez a respetar la regulación. Este esquema podría incentivar a los jueces a trabajar con más diligencia y eficiencia en la resolución de casos, lo cual sería beneficioso para la administración de justicia.
Smith menciona que la estructura de los tribunales de justicia en Inglaterra fue posiblemente formada por una competencia entre los jueces de los diferentes tribunales, cada uno buscando atraer la mayor cantidad de casos posibles a su jurisdicción. Esto llevó a la creación de remedios legales efectivos para cada tipo de injusticia.
Smith sugiere que la administración de justicia puede autofinanciarse mediante una tasa de timbre en los procedimientos legales de cada tribunal. Sin embargo, advierte que esto podría llevar a los jueces a multiplicar innecesariamente los procedimientos para aumentar los ingresos generados por esta tasa.
Smith sostiene que no es necesario que el poder ejecutivo se encargue de la gestión de los fondos utilizados para pagar a los jueces. Propone que estos fondos podrían provenir de la renta de propiedades inmobiliarias o incluso de los intereses de una suma de dinero. Sin embargo, considera que la inestabilidad inherente a tales fondos los hace inadecuados para el mantenimiento de una institución que debería durar para siempre.
Adam Smith explora la separación del poder judicial del ejecutivo, argumentando que esta distinción surgió a medida que las sociedades se volvían más complejas y mejoradas. La administración de justicia se volvió una tarea tan laboriosa y complicada que requirió la atención completa de las personas a las que se les confió.
El autor señala que los líderes ejecutivos, debido a sus ocupaciones con los asuntos de estado, comenzaron a delegar la administración de justicia a un sustituto. Smith usa el ejemplo del consul romano que, estando demasiado ocupado con los asuntos políticos del estado, nombró a un praetor para administrar la justicia en su lugar.
Al analizar las monarquías europeas surgidas de las ruinas del Imperio Romano, Smith explica que los monarcas y los grandes señores consideraban la administración de justicia como una tarea demasiado laboriosa e indigna para llevarla a cabo ellos mismos. Por lo tanto, asignaban a un sustituto, alguacil o juez para encargarse de esta tarea.
Además, Smith argumenta que cuando el poder judicial está unido al poder ejecutivo, es probable que la justicia sea sacrificada en nombre de la política. Aquellos a cargo de los grandes intereses del estado podrían verse tentados a sacrificar los derechos de un individuo por el bien de estos intereses.
Smith enfatiza que la libertad de cada individuo depende de una administración de justicia imparcial. Para asegurar a cada individuo en la posesión de todos sus derechos, es necesario no sólo separar el poder judicial del ejecutivo, sino también hacer que el judicial sea lo más independiente posible del poder ejecutivo. Los jueces no deberían estar sujetos a ser destituidos según el capricho del poder ejecutivo, ni su salario debería depender de la voluntad o economía de ese poder.
De los Gastos en Obra Pública e Instituciones Públicas
En esta sección, Adam Smith comienza a discutir el tercer y último deber del soberano o de la comunidad, que es el de construir y mantener las instituciones y obras públicas. Según Smith, estas obras e instituciones, aunque pueden ser altamente beneficiosas para una gran sociedad, no son de tal naturaleza que el beneficio pueda compensar el gasto para cualquier individuo o pequeño grupo de individuos. Por lo tanto, no se puede esperar que un individuo o un pequeño número de individuos las construyan o mantengan.
El cumplimiento de este deber requiere distintos grados de gasto en diferentes períodos de la sociedad. Tras las instituciones y obras públicas necesarias para la defensa de la sociedad y para la administración de justicia, que ya se han mencionado, las demás obras e instituciones de este tipo son principalmente aquellas destinadas a facilitar el comercio de la sociedad y promover la educación de la gente.
Las instituciones de instrucción se dividen en dos tipos: las destinadas a la educación de los jóvenes y las destinadas a la instrucción de las personas de todas las edades. En los siguientes segmentos de este capítulo, Smith considerará cómo los gastos de estos diferentes tipos de obras e instituciones públicas pueden ser sufragados de la manera más adecuada.
Artículo 1: De las Obras Públicas e Instituciones para facilitar el Comercio de la Sociedad
De aquellas que son necesarias para facilitar el Comercio en general
En este segmento, Adam Smith analiza las obras e instituciones públicas que facilitan el comercio en la sociedad. Entre estas se encuentran las carreteras, los puentes, los canales navegables y los puertos. Smith reconoce que la construcción y el mantenimiento de estas infraestructuras requieren de gastos variables en las diferentes etapas de la sociedad, y estos aumentan a medida que crece el producto anual de la tierra y del trabajo de un país.
Aunque se necesita financiación para estas obras públicas, Smith argumenta que no necesariamente debe provenir de lo que comúnmente se conoce como ingresos públicos. Sostiene que la mayoría de estas obras pueden gestionarse de tal manera que proporcionen un ingreso específico suficiente para cubrir sus propios gastos, sin suponer una carga para los ingresos generales de la sociedad. Como ejemplos, cita los peajes que se cobran por el uso de carreteras, puentes o canales, los derechos portuarios moderados en los puertos, el seigneurage que aporta la acuñación de monedas y los ingresos que genera la oficina de correos.
Smith argumenta que este tipo de impuesto es equitativo, ya que los que usan y desgastan las infraestructuras pagan en proporción a su uso. Aunque el transportista adelanta este impuesto, al final lo paga el consumidor, ya que se añade al precio de los bienes. Sin embargo, las mercancías llegan al consumidor más baratas que si no existieran estas infraestructuras públicas, ya que reducen los costos de transporte.
El autor también expone su argumento a favor de la propiedad privada de los peajes en algunos casos, citando el ejemplo del Canal de Languedoc en Francia, que fue entregado a su ingeniero, Riquet, tras su construcción. Sin embargo, para las carreteras, Smith sugiere que los peajes deberían estar bajo la administración de comisionados o fideicomisarios, ya que las carreteras no se vuelven completamente intransitables si se descuidan, a diferencia de los canales.
Smith menciona el posible abuso por parte de los fideicomisarios en el manejo de los peajes en Gran Bretaña, pero atribuye estos defectos a la reciente implementación del sistema. Añade que, con la sabiduría del parlamento, la mayoría de estos defectos podrían remediarse con el tiempo.
Adam Smith aborda las posibles objeciones a su propuesta de financiar las infraestructuras públicas a través de peajes y derechos portuarios. En primer lugar, argumenta que si los peajes se consideran una fuente de ingresos para cubrir las necesidades del Estado, es probable que se incrementen para satisfacer estas necesidades, algo que él ve problemático. Según la política de Gran Bretaña, sugiere Smith, los peajes podrían aumentar rápidamente, lo que, en lugar de facilitar el comercio interno del país, podría llegar a ser una carga considerable para este. El coste del transporte de mercancías pesadas en todo el país se incrementaría, limitando el mercado para dichos bienes y, por tanto, desalentando su producción.
En segundo lugar, Smith argumenta que un impuesto sobre los vehículos en proporción a su peso es un impuesto muy desigual cuando se aplica a cualquier otro propósito que no sea la reparación de las carreteras. En este caso, cada vehículo se supone que paga por más de lo que desgasta en las carreteras y contribuye a satisfacer alguna otra necesidad del Estado. Como el peaje incrementa el precio de los bienes en función de su peso y no de su valor, Smith argumenta que los consumidores de productos toscos y voluminosos, que suelen ser los más pobres, soportarían la carga principal de este impuesto.
Por último, Smith plantea que si el gobierno en algún momento descuida la reparación de las carreteras, sería aún más difícil que ahora obligar a que se utilice una parte de los peajes en la reparación de las carreteras. Por tanto, se podría recaudar un gran ingreso de la población sin que ninguna parte de este se destine al único propósito para el que debería destinarse un ingreso recaudado de esta manera.
Este segmento pone de manifiesto la importancia de considerar las consecuencias indirectas de las políticas fiscales y de infraestructuras, así como la necesidad de un gobierno responsable que garantice que los impuestos y peajes se utilicen de manera apropiada.
Adam Smith contrasta la gestión de infraestructuras en diferentes regiones del mundo, con énfasis en Francia y Asia, y su impacto en la economía.
En Francia, los fondos para la reparación de carreteras provienen tanto del trabajo de los campesinos como de una porción del ingreso general del estado que el rey elige destinar a este fin. Sin embargo, el manejo de estos fondos y el trabajo de los campesinos está bajo la dirección de un funcionario nombrado por el consejo del rey. Esto, en opinión de Smith, ha llevado a un desequilibrio en la infraestructura francesa: las carreteras principales están bien mantenidas, pero las carreteras secundarias se descuidan. Según él, este descuido se debe a que los administradores prefieren enfocarse en proyectos grandiosos que llamen la atención en lugar de pequeñas obras de gran utilidad.
Luego, Smith se enfoca en Asia, específicamente en China, donde el gobierno se encarga de la reparación de carreteras y del mantenimiento de canales navegables. Argumenta que el estado chino se preocupa por estas infraestructuras porque su ingreso proviene casi en su totalidad de un impuesto o renta sobre la tierra, que está directamente relacionado con la calidad y cantidad de la producción agrícola. Según Smith, una buena infraestructura es esencial para llevar los productos agrícolas al mercado y maximizar su valor.
Finalmente, Smith argumenta que los proyectos de infraestructura que benefician principalmente a una localidad específica siempre se manejan mejor cuando se financian con ingresos locales o provinciales. Ejemplifica esto con la idea de que si las calles de Londres se mantuvieran con dinero del tesoro general, no estarían tan bien cuidadas como cuando se financian con impuestos locales.
Argumenta que, aunque los abusos en la administración local y provincial pueden parecer graves, en realidad suelen ser insignificantes en comparación con los que pueden ocurrir a nivel imperial. Además, señala que estos problemas son más fáciles de corregir a nivel local o provincial.
Como ejemplo, Smith contrasta la administración de los magistrados en Gran Bretaña con la de los intendentes en Francia. En Gran Bretaña, las seis jornadas de trabajo que los habitantes rurales están obligados a dar para la reparación de carreteras no siempre se aplican de la manera más sabia, pero rara vez se exigen con crueldad u opresión.
En cambio, en Francia, bajo la administración de los intendentes, la aplicación de estos días de trabajo puede no ser más juiciosa, y la exigencia de estos días puede ser frecuentemente cruel y opresiva. Estas imposiciones, llamadas corvées, se convierten en uno de los principales instrumentos de tiranía utilizados por estos funcionarios para castigar a cualquier parroquia o comunidad que haya tenido la desgracia de caer en desgracia con ellos.
En resumen, Smith argumenta que, aunque los sistemas locales y provinciales no están exentos de abusos, estos suelen ser menos graves y más fáciles de corregir que los que pueden ocurrir a nivel imperial.
De las Obras Públicas e Instituciones necesarias para facilitar ramas particulares del Comercio
En esta sección, Adam Smith discute las obras públicas e instituciones que son necesarias para facilitar ciertas ramas del comercio. Aunque estas instituciones se crean para facilitar el comercio en general, algunas ramas del comercio requieren protección adicional debido a su interacción con naciones bárbaras e incivilizadas.
Smith señala que los bienes de los comerciantes que comercian en la costa occidental de África, por ejemplo, necesitan protección adicional contra los nativos locales. Para defender estos bienes, es necesario que los lugares donde se depositan estén fortificados. Añade que esta precaución también se consideró necesaria en Indostán debido a los trastornos en el gobierno.
Además, Smith argumenta que el comercio en general necesita protección contra piratas y saqueadores, y que el costo de esta protección debería ser sufragado por un impuesto moderado sobre el comercio. Sugiere que este impuesto podría ser una multa que se pague cuando se entra por primera vez en el comercio, o un deber específico sobre los bienes que se importan o exportan.
Sin embargo, Smith también critica a las empresas de comercio que han logrado persuadir a los legisladores para que les encomienden la protección del comercio, argumentando que estas empresas han demostrado ser, en el largo plazo, una carga o inútiles, y han mal administrado o limitado el comercio. Estas empresas pueden ser reguladas (donde cada miembro negocia con su propio capital y asume su propio riesgo) o de acciones conjuntas (donde cada miembro comparte en las ganancias o pérdidas comunes).
Smith argumenta que estas empresas reguladas son similares a los monopolios corporativos de oficios que son comunes en las ciudades y pueblos de toda Europa, y que han tratado de limitar la competencia a través de regulaciones onerosas. Sin embargo, también señala que cuando la ley ha restringido a estas empresas de hacer esto, se han vuelto completamente inútiles e insignificantes.
Adam Smith habla sobre las compañías reguladas para el comercio exterior que existen en Gran Bretaña en ese momento. Estas incluyen la antigua compañía de comerciantes aventureros, conocida como la Compañía de Hamburgo, la Compañía de Rusia, la Compañía de Eastland, la Compañía de Turquía y la Compañía Africana.
Smith menciona que las condiciones para unirse a la Compañía de Hamburgo son bastante sencillas y que los directores no tienen poder para imponer restricciones o regulaciones pesadas al comercio. Sin embargo, no siempre fue así y la Compañía fue acusada en el pasado de ser extremadamente opresiva.
En cuanto a la Compañía de Turquía, Smith señala que sus prácticas monopólicas eran estrictas y opresivas. Se requerían multas elevadas para ingresar, se excluían a los minoristas y solo los comerciantes podían ser admitidos. Las restricciones en cuanto a quién podía comerciar y desde dónde, favorecían a los miembros de la Compañía y a sus amigos, lo que efectivamente creaba un monopolio. Sin embargo, un acto del Parlamento reformó estas prácticas, reduciendo las multas, eliminando algunas restricciones y permitiendo el comercio con Turquía desde todos los puertos de Gran Bretaña.
A pesar de estas reformas, Smith argumenta que el comercio con Turquía aún no es completamente libre. Menciona que la Compañía de Turquía todavía contribuye a mantener a un embajador y varios cónsules, costos que deberían ser asumidos por el estado. Además, sostiene que las diferentes tasas cobradas por la Compañía podrían ser más que suficientes para que el estado mantuviera a dichos ministros.
Adam Smith sostiene que las compañías reguladas no tienen un interés particular en el bienestar del comercio general, por el cual se mantienen fuertes y guarniciones. Por el contrario, la decadencia de este comercio general puede ser ventajosa para su comercio privado. En cambio, los directores de una compañía de acciones conjuntas, al tener solo su parte en las ganancias realizadas sobre el capital común, no tienen un comercio privado propio cuyo interés pueda separarse del del comercio general de la compañía. Su interés privado está ligado al bienestar del comercio general de la compañía y al mantenimiento de los fuertes y guarniciones necesarios para su defensa.
Smith menciona el caso de una compañía regulada establecida en 1750, la compañía de comerciantes que comercian con África, que se encargaba del mantenimiento de todos los fuertes y guarniciones británicos. El acto que establece esta compañía parece tener dos objetivos distintos: primero, restringir efectivamente el espíritu opresivo y monopolizador que es natural en los directores de una compañía regulada; y segundo, obligarles a prestar atención, lo que no es natural para ellos, hacia el mantenimiento de fuertes y guarniciones.
Para el primer objetivo, la multa por admisión se limita a cuarenta chelines. Se prohíbe a la compañía comerciar en su capacidad corporativa o con un capital conjunto. Para el segundo objetivo, se les asigna una suma anual por el parlamento para el mantenimiento de fuertes y guarniciones.
Sin embargo, Smith sostiene que el parlamento, que presta tan poca atención a la aplicación de millones, no es probable que preste mucha atención a la de 13,000 l. al año. Smith concluye que, aunque la defensa de los dominios es esencial para la dignidad del poder ejecutivo, las guarniciones en Gibraltar y Menorca, a pesar de ser costosas, nunca se han descuidado.
Luego se centra en las diferencias entre las compañías privadas y las compañías de acciones conjuntas (joint-stock companies), y cómo estas diferencias influyen en su éxito comercial.
Las principales diferencias radican en la capacidad de transferir acciones y la responsabilidad financiera. En las compañías privadas, ningún socio puede transferir su participación sin el consentimiento de los demás, y cada socio es responsable de las deudas contraídas hasta el límite de su patrimonio personal. En las compañías de acciones conjuntas, por otro lado, cualquier socio puede transferir su participación a otra persona sin necesidad de consentimiento, y solo es responsable de las deudas hasta el límite de su participación en la empresa.
Smith señala que estas empresas suelen atraer a más inversores, debido a la limitada responsabilidad y la menor implicación necesaria. Sin embargo, advierte que esta estructura a menudo lleva a una gestión negligente y derrochadora de los recursos de la empresa, ya que los directores están manejando el dinero de otras personas y pueden no vigilarlo con el mismo cuidado que lo harían con su propio dinero.
Smith examina también el papel de las compañías con privilegios exclusivos otorgados por la corona o el parlamento, utilizando ejemplos de la historia británica como la Compañía Real Africana, la Compañía de la Bahía de Hudson y la Compañía de las Indias Orientales. Sugiere que estas compañías a menudo no han podido mantener la competencia contra los empresarios privados sin tales privilegios, y que incluso con privilegios, a menudo han mal gestionado y restringido el comercio.
Finalmente, Smith argumenta que una empresa de acciones conjuntas con un pequeño número de propietarios y un capital moderado puede tener un rendimiento similar al de una sociedad privada, siempre que la vigilancia y la atención se mantengan. Este punto se ilustra con el caso de la Compañía de la Bahía de Hudson, que, a pesar de los riesgos y gastos, fue capaz de llevar a cabo su comercio con un grado considerable de éxito debido a su estructura más cercana a una sociedad privada.
La Compañía del Mar del Sur tenía un capital inmenso dividido entre un número enorme de propietarios, lo que, según Smith, conducía a la extravagancia y la negligencia en la gestión de sus asuntos. La Compañía del Mar del Sur obtuvo el derecho exclusivo de abastecer a las Indias Occidentales españolas con esclavos, pero la mayoría de sus viajes resultaron ser pérdidas financieras. Smith atribuye este fracaso a la corrupción y la extorsión del gobierno español, así como a la malversación de los agentes de la compañía.
En 1724, la Compañía del Mar del Sur se embarcó en la pesca de ballenas. Aunque no tenían un monopolio en este comercio, parecían ser los únicos sujetos británicos que se dedicaban a él. Sin embargo, de los ocho viajes que hicieron a Groenlandia, solo uno resultó ser rentable.
A lo largo de su existencia, la Compañía del Mar del Sur pidió varias veces al parlamento que se le permitiera dividir su capital entre las acciones de renta y las acciones de comercio, para reducir su exposición al riesgo y al endeudamiento.
En la última parte de este segmento, Smith argumenta que es improbable que una compañía de acciones conjuntas pueda tener éxito en cualquier rama del comercio exterior si los aventureros privados pueden competir con ellos de manera abierta y justa. Cita la negligencia, la profusión y la malversación de los sirvientes de la Compañía del Mar del Sur como factores que probablemente hayan costado más que cualquier arancel o impuesto.
Más adelante pone el foco en la famosa Compañía de las Indias Orientales de Inglaterra, establecida en 1600 por una carta real de la Reina Elizabeth. Inicialmente, operó como una compañía regulada, con acciones separadas. Sin embargo, se unió en una sola en 1612. Su carta era exclusiva, y aunque no estaba confirmada por el parlamento, se suponía que otorgaba un privilegio exclusivo real. Su capital nunca superó las 744,000 libras y sus operaciones no eran tan extensas como para permitir negligencia o malversación graves.
En el transcurso del tiempo, cuando los principios de la libertad se entendieron mejor, comenzó a dudarse de qué tan lejos una Carta Real, no confirmada por el parlamento, podría otorgar un privilegio exclusivo. A finales del reinado de Carlos II y durante todo el de Jacobo II, la compañía se vio reducida a grandes apuros debido a la competencia.
En 1698, el parlamento aceptó una propuesta para establecer una nueva Compañía de las Indias Orientales con privilegios exclusivos a cambio de un préstamo de dos millones al gobierno. En consecuencia, se estableció una nueva Compañía de las Indias Orientales. No obstante, la antigua compañía aún tenía derecho a continuar su comercio hasta 1701.
En 1708, las dos compañías se fusionaron en una sola, la “Compañía Unida de Mercaderes que comercian con las Indias Orientales”. A lo largo de los años, la compañía amplió su capital, llevó a cabo un comercio exitoso y realizó pagos anuales moderados a sus propietarios.
Sin embargo, a partir de 1767, la administración reclamó las adquisiciones territoriales de la compañía y los ingresos derivados de ellas, por lo que la compañía acordó pagar al gobierno 400,000 libras al año. Durante este tiempo, la compañía también aumentó su dividendo y trató de aumentarlo aún más.
En 1773, la compañía se encontraba en apuros financieros, a pesar del gran aumento de su fortuna. Sus deudas habían aumentado en lugar de disminuir y tuvieron que reducir su dividendo al 6% y solicitar al gobierno un préstamo para evitar la quiebra.
Como resultado de una investigación parlamentaria, se realizaron varias alteraciones muy importantes en la constitución de su gobierno. En India, sus principales asentamientos de Madrás, Bombay y Calcuta fueron sometidos a un gobernador general, asistido por un consejo de cuatro asesores. En Europa, se elevó la calificación necesaria para que un propietario pudiera votar en sus cortes generales.
Sin embargo, argumenta que es imposible que las cortes sean aptas para gobernar o incluso compartir en el gobierno de un gran imperio, ya que la mayoría de sus miembros tienen muy poco interés en la prosperidad de ese imperio.
Discute las dificultades y fracasos de la Compañía de las Indias Orientales. A pesar de haber recaudado sumas sustanciales de dinero y haber expandido sus dominios, la compañía se encontró desprevenida ante la incursión de Hyder Ali, lo que resultó en desorden y pérdidas significativas. En 1784, la compañía se encontraba en una crisis peor que nunca, obligándola a buscar la ayuda del gobierno. Varios planes fueron propuestos en el Parlamento para una mejor administración de sus asuntos, pero todos coincidían en que la compañía no estaba preparada para gobernar sus posesiones territoriales.
El texto prosigue argumentando que el derecho de poseer fortalezas y guarniciones en países lejanos y bárbaros está necesariamente conectado con el derecho de hacer la paz y la guerra en dichos países. Las compañías de acciones conjuntas que han tenido el primer derecho han ejercido constantemente el segundo, a menudo de manera injusta y cruel.
A continuación, el autor defiende la idea de otorgar a las compañías un monopolio temporal del comercio en caso de éxito, de manera similar a cómo se otorga un monopolio a un inventor o a un autor. Sin embargo, al finalizar el término del monopolio, este debe cesar, los fuertes y guarniciones deben ser transferidos al gobierno, su valor debe ser pagado a la compañía y el comercio debe ser abierto a todos los ciudadanos del estado. De lo contrario, se argumenta que todos los demás sujetos del estado son gravados absurdamente de dos maneras: primero, por el alto precio de los bienes y, segundo, por su total exclusión de una rama del comercio.
El texto cita al Abbé Morellet, un autor francés conocido por su conocimiento en economía política, quien proporcionó una lista de 55 compañías de acciones conjuntas para el comercio exterior que fueron establecidas en Europa desde 1600 y que, según él, todas fracasaron debido a la mala gestión, a pesar de tener privilegios exclusivos.
El pasaje final del Artículo 1 analiza las circunstancias en las que una compañía de acciones conjuntas puede operar exitosamente sin un privilegio exclusivo. Estas circunstancias incluyen aquellas en las que las operaciones pueden ser reducidas a una rutina o a un método uniforme que no permite variaciones significativas. Ejemplos de tales operaciones incluyen el comercio bancario, el seguro contra incendios y riesgos marítimos, la creación y mantenimiento de un canal navegable y el suministro de agua a una gran ciudad.
Smith sostiene que estas empresas son adecuadas para ser gestionadas por una compañía de acciones conjuntas sin necesidad de privilegios exclusivos, siempre que se cumplan dos condiciones. Primero, la empresa debe ser de gran utilidad y más beneficiosa que la mayoría de las empresas comunes. Segundo, debe requerir un capital mayor al que se puede recolectar en una copropiedad privada.
Finalmente, el autor critica a las compañías de acciones conjuntas establecidas para la promoción de una manufactura particular, argumentando que, a pesar de sus buenas intenciones, a menudo causan más daño que beneficio. Smith sostiene que la parcialidad inevitable de sus directores hacia ciertas ramas de la manufactura desalienta a las demás y rompe la proporción natural que se establecería entre la industria y el beneficio, lo que perjudica a la industria general del país.
Artículo 2: De los Gastos de las Instituciones para la Educación de la Juventud
Este artículo explora la financiación de las instituciones educativas y su impacto en la calidad de la educación. Smith sostiene que las instituciones educativas pueden generar ingresos suficientes para cubrir sus propios gastos a través de las tarifas que los estudiantes pagan a sus maestros. Sin embargo, plantea la pregunta de si estos ingresos han ayudado a mejorar la calidad de la educación o a orientarla hacia objetivos más útiles para la sociedad.
Smith afirma que la necesidad de éxito impulsa el esfuerzo en cualquier profesión. Aquellos que dependen enteramente de su profesión para su subsistencia están motivados para trabajar con precisión y diligencia. Por otro lado, Smith sostiene que los docentes de escuelas y universidades financiadas no tienen la misma necesidad de aplicarse ya que su subsistencia proviene de un fondo independiente de su éxito y reputación en sus respectivas profesiones.
Algunos maestros en universidades, sin embargo, dependen parcialmente de los honorarios de sus estudiantes, lo que motiva un cierto nivel de aplicación. En contraste, en otras universidades, los maestros tienen prohibido recibir honorarios de sus estudiantes y su salario constituye la totalidad de sus ingresos. En este caso, Smith argumenta que su interés estaría en oposición a su deber, ya que su ingreso permanece constante sin importar su nivel de esfuerzo.
Además, Smith critica el sistema donde el poder de supervisión reside en terceros ajenos al cuerpo docente, argumentando que tal sistema es arbitrario y se ejerce ignorante y caprichosamente. Afirma que los maestros sometidos a tal jurisdicción están inevitablemente degradados y se convierten en personas despreciables en la sociedad.
Smith cuestiona la práctica de forzar a los estudiantes a asistir a ciertas universidades sin tener en cuenta el mérito o la reputación de los maestros. Argumenta que esto disminuye la necesidad de que los maestros sean meritorios o reputados. Así mismo, critica las becas y otras fundaciones caritativas que atan a los estudiantes a ciertas universidades independientemente del mérito de estas instituciones.
Adam Smith argumenta que las regulaciones que limitan la elección de los estudiantes sobre sus profesores y les impiden cambiarlos, sofocan la emulación entre los tutores y disminuyen su necesidad de ser diligentes y atentos con sus alumnos. Un tutor puede recibir un buen salario de sus estudiantes pero aún así puede estar inclinado a descuidarlos.
Smith se centra en los profesores que, a pesar de su falta de conocimiento o interés, pueden dar la impresión de que están enseñando bien a través de varios trucos, como la lectura de libros en lenguas muertas y la interpretación del texto en lugar de enseñar de manera directa.
Smith critica la disciplina de las universidades, argumentando que se diseña para el beneficio de los profesores en lugar de los estudiantes. Según Smith, la disciplina parece presumir de sabiduría y virtud perfectas en los profesores, y debilidad y tontería en los estudiantes. Sin embargo, Smith cree que los estudiantes son generosos y dispuestos a perdonar las faltas de sus profesores, siempre que estos muestren intenciones serias de ser útiles para ellos.
Smith observa que aquellas partes de la educación que no se enseñan en instituciones públicas suelen estar mejor enseñadas. Argumenta que las habilidades esenciales como leer, escribir y contar se adquieren más comúnmente en escuelas privadas que en públicas.
Además, Smith sostiene que las universidades están más corruptas que las escuelas públicas en Inglaterra. Menciona que los profesores de las universidades dependen principalmente de las tasas o honorarios de sus alumnos y que las universidades no tienen privilegios exclusivos.
Smith reflexiona sobre la historia de las universidades europeas como corporaciones eclesiásticas, fundadas para la educación de los clérigos. Aunque critica la calidad de la enseñanza en las universidades, también reconoce que sin estas instituciones, muchos aspectos importantes de la educación no se habrían enseñado en absoluto.
Luego explora la relación entre la educación, la religión y las lenguas antiguas, además de presentar su visión de la evolución de la filosofía antigua.
Smith menciona que cuando el cristianismo se estableció legalmente, el latín corrupto se había convertido en el lenguaje común de Europa. A pesar de que este idioma finalmente dejó de ser entendido por la población general, la liturgia de la iglesia siguió llevándose a cabo en latín. Por lo tanto, los sacerdotes necesitaban entender este idioma, lo que hizo que el estudio del latín fuera una parte esencial de la educación universitaria desde el principio.
Por otro lado, los idiomas griego y hebreo no eran obligatorios para los eclesiásticos. Sin embargo, los primeros reformadores encontraron que los textos originales en griego y hebreo eran más favorables a sus opiniones que la traducción latina. Así, se introdujo gradualmente el estudio de estos idiomas en la mayoría de las universidades, tanto las que aceptaban como las que rechazaban las doctrinas de la Reforma.
Smith también explica que la antigua filosofía griega se dividía en tres ramas: la física o filosofía natural, la ética o filosofía moral, y la lógica. Esta división responde a la curiosidad innata del hombre por comprender los fenómenos naturales y su propio comportamiento. Según Smith, la filosofía moral, al igual que la física, comenzó como una recopilación de máximas de prudencia y moralidad, que finalmente se organizaron y conectaron a través de principios generales, siguiendo el ejemplo de la filosofía natural.
Adam Smith examina cómo la filosofía, tal como se enseña en las universidades de Europa, se ha desviado de sus raíces antiguas y se ha vuelto más esotérica e inaplicable a la vida real.
Smith observa que la filosofía antigua se dividió en tres partes: física, ética y lógica. Sin embargo, en las universidades europeas, esta división cambió a cinco partes. En esta nueva estructura, temas que antes se consideraban parte de la física, como la naturaleza de la mente humana y la divinidad, se convirtieron en su propia disciplina, la metafísica o pneumática. Esto llevó a la creación de una tercera disciplina, la ontología, que estudiaba las cualidades y atributos comunes a los temas de las otras dos ciencias.
Smith argumenta que, en lugar de concentrarse en la experimentación y la observación, que podrían llevar a descubrimientos útiles, las universidades se centraban más en los sutilezas y sofismas de la metafísica y la ontología, lo que a su vez daba lugar a oscuridad e incertidumbre.
Además, en lugar de considerar las obligaciones y los deberes de la vida humana como sirviendo a la felicidad y la perfección de la vida humana, tal como se hacía en la filosofía antigua, la filosofía moral comenzó a enseñarse como sirviendo a la felicidad de la vida futura. La perfección de la virtud, que en la filosofía antigua se veía como productora de la mayor felicidad en esta vida, en la filosofía moderna se presentaba a menudo como incompatible con cualquier grado de felicidad en esta vida.
En resumen, Smith critica la enseñanza de la filosofía en las universidades europeas de su tiempo por su alejamiento de la vida práctica y la utilidad, y su énfasis en las sutilezas y sofismas inútiles. Afirma que este curso de filosofía corrompido no mejora el entendimiento ni enmienda el corazón, y lamenta que este curso sigue siendo el que se enseña en la mayoría de las universidades de Europa.
Adam Smith discute los problemas y los beneficios de la educación universitaria en su época. Observa que las universidades a menudo han sido reacias a adoptar mejoras en sus programas de estudio, especialmente las universidades más ricas y mejor dotadas. Sin embargo, estas instituciones han atraído a la educación de casi todas las personas, particularmente a las personas de la nobleza y las personas adineradas.
Smith señala que aunque la educación universitaria se pretendía originalmente para la formación de eclesiásticos, se convirtió gradualmente en el principal medio de educación para casi todos los demás, a pesar de que lo que se enseña en estas instituciones no siempre parece ser la mejor preparación para el negocio del mundo real.
En Inglaterra, cada vez es más común que los jóvenes viajen a países extranjeros inmediatamente después de dejar la escuela, sin asistir a ninguna universidad. Aunque estos viajes pueden ofrecer alguna mejora, como el aprendizaje de uno o dos idiomas extranjeros, Smith argumenta que estos jóvenes a menudo regresan más arrogantes, más inmorales, más disipados e incapaces de aplicarse seriamente al estudio o al trabajo de lo que podrían haber sido si se hubieran quedado en casa.
Finalmente, Smith contrasta las prácticas educativas modernas con las de la antigua Grecia, donde cada ciudadano libre recibía instrucción en ejercicios físicos y música bajo la dirección del magistrado público. Argumenta que estos programas educativos tenían un objetivo claro y lograban ese objetivo, a diferencia de las instituciones educativas modernas.
Smith compara los sistemas de educación en la antigua Roma y Grecia. Observa que, aunque los romanos no tenían una correspondencia directa con la educación musical de los griegos, sus morales parecen haber sido superiores en la vida privada y pública. Esta afirmación la sustenta en testimonios de autores bien conocidos por ambas naciones y por la historia de las dos culturas.
Smith cuestiona la eficacia de la educación musical griega para mejorar las morales de las personas, dado que los romanos, sin una educación musical similar, parecen tener una moral general superior. Sugiere que el respeto de los antiguos sabios por las instituciones de sus antepasados probablemente los predispuso a encontrar mucha sabiduría política en lo que tal vez solo era una costumbre antigua.
En cuanto a la educación en la antigua Grecia y Roma, Smith señala que los maestros que instruían a los jóvenes en música o ejercicios militares no parecen haber sido pagados o incluso nombrados por el estado. Los ciudadanos estaban obligados a prepararse para defender el estado en tiempos de guerra y debían aprender ejercicios militares, pero se les dejaba aprender de cualquier maestro que pudieran encontrar.
Smith también observa que en las primeras edades de las repúblicas griegas y romanas, otras partes de la educación parecen haber consistido en aprender a leer, escribir y calcular según la aritmética de la época. Estos conocimientos solían ser adquiridos en casa por los ciudadanos más ricos con la ayuda de un pedagogo doméstico, mientras que los ciudadanos más pobres los adquirían en las escuelas de maestros que enseñaban a cambio de un salario.
Examina el surgimiento de la filosofía y la retórica en la antigüedad, señalando que no estaban respaldadas por el estado y que los primeros maestros tenían que viajar de un lugar a otro para encontrar empleo. Con el tiempo, estas escuelas se volvieron estacionarias y algunas fueron asignadas lugares específicos para enseñar, aunque esto a veces también era hecho por donantes privados. Sin embargo, hasta el tiempo de Marco Antonino, ningún maestro parece haber recibido un salario del estado.
Luego contrasta la educación en Roma y Grecia, argumentando que las leyes romanas se desarrollaron como una ciencia debido a la estructura organizada de sus cortes de justicia, superior a la de las asambleas populares desorganizadas en Grecia. Esta estructura legal formal llevó a los ciudadanos romanos a respetar más sus leyes y juramentos, lo que Smith atribuye a un mayor sentido de la responsabilidad debido al tamaño reducido y la transparencia de sus tribunales.
Además, Smith sostiene que aunque los griegos y romanos eran igualmente capaces en habilidades civiles y militares, el estado no jugó un papel importante en su formación, excepto en las áreas de ejercicios militares. Los maestros privados fueron suficientes para instruir a la élite en las artes y ciencias necesarias. Smith sugiere que la competencia desenfrenada entre estos maestros privados llevó a un alto grado de perfección en su enseñanza.
Sin embargo, Smith critica las instituciones de educación pública modernas, argumentando que corrompen la diligencia de los maestros públicos y dificultan la existencia de buenos maestros privados. Según Smith, la demanda del mercado dictaría qué materias se enseñarían si no existieran las instituciones educativas públicas, evitando así la enseñanza de sistemas de ciencia obsoletos o inútiles.
Finalmente, Smith compara la educación de las mujeres con la de los hombres, sugiriendo que la educación de las mujeres es más pragmática y orientada a lo útil, ya que se enseña en el ámbito privado y se centra en las habilidades necesarias para administrar un hogar y una familia. Esta educación, argumenta Smith, brinda conveniencia y ventajas en todas las etapas de la vida de una mujer.
Adam Smith se cuestiona sobre el papel que el gobierno debería jugar en la educación de la gente. Argumenta que en algunos casos, la sociedad misma forma las habilidades y virtudes de la mayoría de las personas, sin la necesidad de intervención gubernamental. Sin embargo, en otros casos, la intervención del gobierno es necesaria para evitar la corrupción y la degeneración del cuerpo principal de la población.
Smith sugiere que, a medida que la división del trabajo avanza, la ocupación de la mayoría de las personas se limita a unas pocas operaciones simples, lo que puede resultar en la pérdida de habilidades intelectuales y sociales, así como de la capacidad para participar en conversaciones racionales y tomar decisiones informadas. También menciona que esta situación podría debilitar la habilidad de estas personas para defender a su país en tiempos de guerra.
Sin embargo, en las sociedades “bárbaras” (como las llama Smith), como las sociedades de cazadores, pastores y agricultores en un estado primitivo de agricultura, la variedad de ocupaciones obliga a cada individuo a utilizar su capacidad inventiva y a superar dificultades constantemente. Smith sostiene que estas sociedades mantienen viva la invención y evitan la “estupidez somnolienta” que puede caracterizar a los rangos inferiores de la sociedad civilizada.
Smith argumenta que la educación de la mayoría de las personas en una sociedad civilizada puede limitarse a un pequeño conjunto de habilidades especializadas, mientras que en una sociedad “bárbara”, cada individuo adquiere un rango más amplio de habilidades y conocimientos, aunque ninguno llega a tener un alto grado de especialización.
Finalmente, Smith sugiere que si bien en las sociedades civilizadas puede haber poca variedad en las ocupaciones de la mayoría de las personas, existe una enorme variedad de ocupaciones en la sociedad en general. Esto proporciona una amplia gama de objetos de contemplación para aquellos pocos que tienen tiempo y disposición para examinar las ocupaciones de otras personas, permitiéndoles desarrollar una comprensión aguda y comprensiva. Sin embargo, Smith advierte que a menos que estas personas estén en situaciones muy particulares, sus grandes habilidades pueden no contribuir mucho al buen gobierno o la felicidad de la sociedad.
Subraya la importancia de la educación de las personas comunes en una sociedad civilizada y comercial. Afirma que requiere la atención del público más que la de las personas de rango y fortuna.
Las personas de rango y fortuna, explica Smith, generalmente tienen suficiente tiempo antes de entrar en su negocio, profesión o comercio para adquirir o prepararse para adquirir cualquier habilidad que pueda recomendarles al público, o hacerlos dignos de estima. A menudo, sus padres o tutores están ansiosos de que adquieran estas habilidades y dispuestos a invertir en su educación. Si no siempre están bien educados, no es por falta de gastos en su educación, sino por la aplicación incorrecta de esos gastos. Smith señala que las ocupaciones de las personas de rango y fortuna no son simples y uniformes como las del pueblo común, y rara vez dejan a estas personas inactivas por falta de ejercicio mental.
Por otro lado, las personas comunes tienen poco tiempo para la educación. Desde la infancia, sus padres apenas pueden mantenerlos, y tan pronto como son capaces de trabajar, deben dedicarse a algún oficio para ganarse el sustento. Este oficio suele ser tan simple y uniforme que da poco ejercicio al entendimiento, mientras que su trabajo es tan constante y severo que les deja poco tiempo libre y menos inclinación para dedicarse a cualquier otra cosa.
Sin embargo, Smith argumenta que, aunque el pueblo común no puede estar tan bien instruido como las personas de rango y fortuna, las partes más esenciales de la educación, como leer, escribir y calcular, pueden adquirirse a una edad tan temprana que la mayor parte de quienes están destinados a las ocupaciones más bajas tienen tiempo para adquirirlas antes de que puedan ser empleados en esas ocupaciones. Asegura que, con un gasto muy pequeño, el público puede facilitar, fomentar e incluso imponer a casi todo el cuerpo de la población la necesidad de adquirir esas partes más esenciales de la educación.
Aboga por la creación de pequeñas escuelas en cada parroquia o distrito, donde los niños puedan recibir una educación básica a un costo que incluso un trabajador común pueda pagar. El profesor de dicha escuela debería ser parcialmente pagado por el Estado, pero no en su totalidad, para evitar que descuide su labor.
Smith destaca el éxito de este modelo en Escocia, donde ha permitido que casi toda la población común pueda leer, y una gran proporción de ellos escribir y hacer cuentas (NdeR: Smith aún no lo sabía, pero esta generación de alumnos educados gracias a la educación pública darían lugar a la Ilustración Escocesa, movimiento del cual forman parte Adam Smith, David Hume y tantos otros, y que fue el motor de la Revolución Industrial gracias al desarrollo de las ideas de libertad y literalmente gracias a los motores a vapor de James Watt). En Inglaterra, las escuelas de caridad han tenido un efecto similar, aunque no tan universal. Si en estas pequeñas escuelas se enseñara geometría y mecánica en lugar de latín, la educación literaria de esta clase de personas sería probablemente completa. Casi todos los oficios comunes ofrecen oportunidades para aplicar principios de geometría y mecánica, lo que gradualmente ejercitaría y mejoraría al pueblo en estos principios.
Para fomentar la adquisición de estas habilidades esenciales, Smith sugiere que el público podría dar pequeñas primas y distintivos a los niños del pueblo común que se destacan en ellas. Asimismo, podría obligar a casi toda la población a adquirir estas habilidades esenciales, exigiendo que todo hombre las domine antes de obtener la libertad en cualquier corporación o poder establecer cualquier comercio.
Para apoyar su argumento, Smith recuerda cómo las repúblicas griega y romana mantenían el espíritu marcial de sus ciudadanos facilitando y fomentando el aprendizaje de sus ejercicios militares y gimnásticos, e imponiendo a todos la necesidad de aprenderlos.
Finalmente, Smith advierte que, a menos que el gobierno haga esfuerzos para apoyarla, la práctica de ejercicios militares tiende a decaer con el progreso de la mejora, y con ella, el espíritu marcial del gran cuerpo del pueblo. Sin embargo, sostiene que la seguridad de cualquier sociedad depende, en mayor o menor medida, del espíritu marcial del gran cuerpo del pueblo. En tiempos actuales, ese espíritu marcial por sí solo no sería suficiente para la defensa y seguridad de ninguna sociedad, pero si cada ciudadano tuviera el espíritu de un soldado, se necesitaría un ejército permanente más pequeño. Además, este espíritu minimizaría los peligros para la libertad que se suelen asociar a un ejército permanente.
Smith compara las antiguas instituciones de Grecia y Roma con las milicias modernas, argumentando que las primeras eran más efectivas para mantener el espíritu marcial del pueblo. Eran más simples, se autoejecutaban una vez establecidas y no requerían mucha atención del gobierno para mantenerse vigorosas. Por otro lado, las complejas regulaciones de las milicias modernas requieren la constante y meticulosa atención del gobierno para evitar su total desuso y olvido.
Además, la influencia de las antiguas instituciones era más universal, logrando que todo el cuerpo del pueblo estuviera completamente instruido en el uso de armas. Mientras que en las milicias modernas, solo una pequeña parte de la población puede ser instruida en este sentido, con la posible excepción de Suiza.
Smith argumenta que un cobarde, alguien incapaz de defenderse o vengarse, carece de una de las partes más esenciales del carácter humano. Sugiere que tal individuo está tan mutilado y deforme en su mente como lo estaría otro en su cuerpo si careciera de algunos de sus miembros más esenciales.
También se refiere a la ignorancia y la estupidez que a menudo parecen adormecer los entendimientos de las clases inferiores de la gente en una sociedad civilizada. Smith sostiene que incluso si el estado no derivara ningún beneficio de la educación de las clases inferiores, aún merecería su atención asegurarse de que no estuvieran completamente sin instrucción.
Asegura que el estado, sin embargo, obtiene un beneficio considerable de su instrucción. Cuanto más se les enseña, menos propensos son a caer en las ilusiones del entusiasmo y la superstición, que a menudo provocan los trastornos más terribles entre las naciones ignorantes. Un pueblo instruido e inteligente es siempre más decente y ordenado que uno ignorante y estúpido. Sienten que son más respetables y más propensos a obtener el respeto de sus superiores legales, por lo que están más dispuestos a respetar a esos superiores.
Smith concluye que, en países libres donde la seguridad del gobierno depende mucho del juicio favorable que el pueblo pueda formar de su conducta, es de suma importancia que no estén dispuestos a juzgar de manera precipitada o caprichosa sobre la misma.
Artículo 3: De los Gastos de las Instituciones para la Instrucción de Personas de todas las Edades
En este artículo, Adam Smith analiza el costo de las instituciones de instrucción para personas de todas las edades, principalmente aquellas destinadas a la instrucción religiosa. La meta de esta educación no es tanto formar buenos ciudadanos en este mundo, sino prepararlos para un mundo mejor en la vida futura.
Los maestros de la doctrina religiosa, como otros educadores, pueden depender completamente de las contribuciones voluntarias de sus oyentes para su subsistencia o pueden obtenerla de algún otro fondo al que la ley de su país les otorgue derecho, como un patrimonio de tierras, un diezmo o impuesto sobre la tierra, o un salario o estipendio establecido.
Smith argumenta que el esfuerzo, el celo y la industria de estos maestros probablemente serán mucho mayores si dependen de las contribuciones voluntarias en lugar de un ingreso garantizado. En este sentido, los maestros de las nuevas religiones han tenido una ventaja considerable al atacar sistemas antiguos y establecidos.
La clero de una religión establecida y bien dotada puede llegar a ser hombres de aprendizaje y elegancia, pero son propensos a perder gradualmente las cualidades que les dieron autoridad e influencia entre las clases inferiores, las cuales posiblemente fueron las causas originales del éxito y establecimiento de su religión. Cuando son atacados por un conjunto de entusiastas populares y audaces, se sienten tan indefensos que a menudo recurren al magistrado civil para perseguir, destruir o expulsar a sus adversarios.
Smith observa que, en Inglaterra, las artes de la popularidad han sido largamente descuidadas por el clero de la iglesia establecida, y actualmente son principalmente cultivadas por los disidentes y metodistas. Sin embargo, argumenta que las provisiones independientes que se han hecho para los maestros disidentes mediante suscripciones voluntarias y otros métodos han disminuido su celo y actividad. A pesar de que muchos de ellos se han vuelto muy eruditos, ingeniosos y respetables, en general han dejado de ser predicadores muy populares.
Smith continúa explorando los temas de incentivo, esfuerzo y dedicación en el contexto de la educación religiosa, en particular en la Iglesia Católica Romana. Argumenta que el celo y la industria del clero inferior son estimulados por un fuerte motivo de interés propio, más que en cualquier iglesia protestante establecida. Muchos clérigos parroquiales obtienen una parte considerable de su sustento de las obsequios voluntarios del pueblo, una fuente de ingresos que la confesión les brinda muchas oportunidades para mejorar. Las órdenes mendicantes dependen totalmente de tales obsequios.
La comparación entre los clérigos y los maestros continúa, presentando a los clérigos parroquiales como maestros cuya recompensa depende en parte de su salario y en parte de los honorarios que obtienen de sus alumnos. En cambio, las órdenes mendicantes son como aquellos maestros cuyo sustento depende totalmente de su industria. Por lo tanto, están obligados a utilizar todas las artes que puedan animar la devoción del pueblo común.
Smith destaca que, en los países católicos romanos, el espíritu de devoción es sostenido en su totalidad por los monjes y el clero parroquial más pobre. Los dignatarios de la iglesia, siendo hombres de mundo y a veces eruditos, se preocupan por mantener la disciplina necesaria sobre sus inferiores, pero rara vez se preocupan por la instrucción del pueblo.
El texto también introduce un argumento de David Hume sobre las profesiones en un estado. Según Hume, hay profesiones que, aunque útiles e incluso necesarias en un estado, no aportan ventaja ni placer a ningún individuo, y la autoridad suprema se ve obligada a darles un estímulo público para su subsistencia. Los ejemplos de esta categoría son las personas empleadas en las finanzas, las flotas y la magistratura.
Hume también argumenta que, si bien podría pensarse que los eclesiásticos pertenecen a la primera clase de profesiones (aquellas que pueden confiar su estímulo a la liberalidad de los individuos), cualquier legislador sabio tratará de evitar la diligencia interesada del clero. La razón es que esta diligencia puede pervertir cualquier religión, incluso la verdadera, al inyectarla con una mezcla de superstición, locura y engaño. Hume sugiere que la mejor composición que el magistrado civil puede hacer con los guías espirituales es sobornar su indolencia asignando salarios establecidos a su profesión, lo que hace innecesario que sean más activos de lo que es necesario para evitar que su rebaño se desvíe en busca de nuevos pastos. De este modo, los establecimientos eclesiásticos, aunque suelen surgir de visiones religiosas, resultan ser beneficiosos para los intereses políticos de la sociedad.
Adam Smith aborda cómo la conducta de un individuo puede ser moldeada por su estatus en la sociedad y las influencias circundantes, así como la función del Estado en la corrección de la conducta antisocial.
Smith sostiene que un hombre de rango y fortuna está obligado a prestar atención a su conducta debido a su estatus distinguido en la sociedad. En contraposición, un hombre de baja condición puede ser olvidado en la oscuridad de una gran ciudad, conduciendo potencialmente a la negligencia de su conducta y a la indulgencia en vicios.
El autor también argumenta que la adhesión a una pequeña secta religiosa puede proporcionar un grado de consideración que antes no existía para estas personas, ya que sus hermanos sectarios tendrían interés en observar su conducta. Sin embargo, también señala que las estrictas morales de estas pequeñas sectas pueden ser rigurosas y asociales.
Smith propone dos remedios para corregir lo que es antisocial o riguroso en las morales de todas las pequeñas sectas. Primero, el estudio de la ciencia y la filosofía, que puede proporcionar un antídoto contra el entusiasmo y la superstición. Segundo, la frecuencia y alegría de las diversiones públicas, que pueden disipar la melancolía y el humor sombrío que alimenta la superstición popular.
El autor también discute la posición del soberano frente a la religión establecida, destacando que su seguridad puede depender en gran medida de los temores y expectativas que puede despertar en el clero.
Smith critica el uso de la fuerza contra el clero de una iglesia establecida, argumentando que esto solo serviría para hacerlos y a su doctrina más populares y, por lo tanto, más problemáticos. Sugiere que la seguridad del soberano parece depender mucho de los medios que tiene para manejar al clero, y que esos medios parecen consistir completamente en el ascenso que tiene para otorgarles.
En la antigua organización de la iglesia cristiana, el obispo de cada diócesis era elegido por los votos conjuntos del clero y el pueblo de la ciudad episcopal. A medida que el Papa asumió gradualmente el control de las elecciones eclesiásticas, el poder del soberano se debilitó. La Iglesia se convirtió en un ejército espiritual bajo un solo liderazgo y plan, cuyos movimientos podrían dirigirse en contra de cualquier soberano si así lo desease el Papa.
El poder del clero en la antigüedad era inmenso, tanto en términos temporales como espirituales, ya que controlaban grandes cantidades de riqueza y tierra. La gente común dependía del clero para su sustento y, a cambio, mostraba un respeto y veneración incondicionales.
Sin embargo, con las mejoras graduales en las artes, la manufactura y el comercio, el poder del clero se vio minado, de la misma manera que ocurrió con los grandes barones. A medida que sus ingresos comenzaron a gastarse en vanidades personales y su caridad disminuyó, el clero perdió gran parte de su influencia sobre el pueblo.
En respuesta a esta situación, los soberanos de Europa intentaron recuperar la influencia que alguna vez tuvieron en el clero, restaurando los derechos de elección a los decanos y capítulos de cada diócesis y a los monjes de cada abadía. En Francia y Inglaterra, estas medidas fueron particularmente efectivas, limitando el poder del Papa en la asignación de los grandes beneficios eclesiásticos.
La independencia del clero de Francia del Papa, en particular, parece ser el resultado de la sanción pragmática y el Concordato. Sin embargo, antes de estas regulaciones, el clero de Francia parecía ser tan devoto al Papa como en cualquier otro país.
La autoridad de la Iglesia de Roma estaba en declive cuando surgieron las disputas que llevaron a la Reforma, la cual se extendió rápidamente por toda Europa. Las nuevas doctrinas fueron recibidas con gran favor popular y se propagaron con un fervoroso entusiasmo. Los defensores de estas doctrinas parecían estar mejor familiarizados con la historia eclesiástica y tenían ventaja en casi todos los debates.
Las nuevas doctrinas se recomendaban a algunos por su razón, a muchos por su novedad, y a aún más por su oposición al clero establecido. La elocuencia apasionada con la que se promovían atraía a la mayoría de las personas. Su éxito fue tan grande que permitió a los príncipes descontentos con la corte de Roma, derrocar a la Iglesia en sus propios dominios con poca resistencia.
La corte papal hizo esfuerzos por cultivar la amistad de los soberanos de Francia y España, quienes con su asistencia lograron suprimir o obstaculizar el progreso de la Reforma en sus dominios. Aunque Henry VIII no adoptó todas las doctrinas de la Reforma, pudo suprimir todos los monasterios y abolir la autoridad de la Iglesia de Roma en sus dominios.
En países como Escocia, donde el gobierno era débil e impopular, la Reforma fue suficientemente fuerte como para derrocar no solo a la Iglesia, sino también al Estado por intentar apoyarla.
Entre los seguidores de la Reforma en Europa, no había un tribunal general que pudiera resolver todas las disputas entre ellos. Cuando los seguidores de la Reforma en un país diferían de sus hermanos en otro, como no tenían un juez común a quien apelar, la disputa nunca se decidía.
Los seguidores de Lutero, junto con lo que se conoce como la Iglesia de Inglaterra, conservaron más o menos el gobierno episcopal, establecieron la subordinación entre el clero y dieron al soberano el control de todas las diócesis y otros beneficios eclesiásticos dentro de sus dominios, convirtiéndolo en la cabeza real de la Iglesia.
Los seguidores de Zuinglio, o más bien los de Calvino, otorgaron al pueblo de cada parroquia el derecho de elegir a su propio pastor e instauraron la igualdad entre el clero. El primer aspecto de esta institución resultó ser productivo de nada más que desorden y confusión, mientras que el segundo nunca tuvo efectos más que agradables.
La igualdad que la forma presbiteriana de gobierno de la Iglesia establece entre el clero consiste, primero, en la igualdad de autoridad o jurisdicción eclesiástica y, segundo, en la igualdad de beneficios. En todas las iglesias presbiterianas, la igualdad de autoridad es perfecta: la de beneficio no lo es.
De los gastos de mantener la dignidad del soberano
Esta parte del capítulo se centra en el gasto necesario para mantener la dignidad del soberano.
Smith argumenta que en una sociedad opulenta y avanzada, donde todos los diferentes órdenes de personas se vuelven cada día más costosos en sus casas, en sus muebles, en sus mesas, en sus vestidos y en sus equipajes, no se puede esperar que el soberano sea la excepción y vaya en contra de la moda. El soberano, de forma natural o incluso necesaria, se vuelve más costoso en todos estos diferentes artículos también. Su dignidad incluso parece requerir que así sea.
Smith también señala que, en términos de dignidad, un monarca está más elevado sobre sus súbditos que lo que el jefe de magistrados de cualquier república está sobre sus conciudadanos. Por lo tanto, se necesita un mayor gasto para mantener esa dignidad superior. Así, esperamos encontrar más esplendor en la corte de un rey que en la mansión de un dogo o burgomaestre.
Conclusión
En la conclusión de este capítulo, Smith reflexiona sobre los gastos que incurre una sociedad y cómo se deben financiar estos. Los gastos de defensa de la sociedad y de apoyo a la dignidad del jefe de estado, dado que se realizan en beneficio de toda la sociedad, razona Smith, deberían ser financiados por la contribución general de todos los miembros de la sociedad, en proporción a sus habilidades respectivas.
También sostiene que el costo de la administración de justicia es beneficioso para toda la sociedad y, por lo tanto, puede ser cubierto por la contribución general. Sin embargo, quienes ocasionan estos gastos son aquellos que, por su injusticia, hacen necesario buscar el amparo o protección de los tribunales. Por lo tanto, los costos de la administración de justicia podrían ser financiados por los que necesitan usar el sistema de justicia o aquellos que se benefician de él.
Smith agrega que los gastos locales o provinciales que benefician a una localidad o provincia específica deberían ser financiados por una recaudación de impuestos local o provincial, no deberían ser una carga para la recaudación general de la sociedad.
El mantenimiento de buenas carreteras y comunicaciones, aunque beneficia a toda la sociedad, beneficia de manera más directa a quienes viajan o transportan bienes de un lugar a otro. Por lo tanto, Smith argumenta que los peajes y otros impuestos similares recaen en estos grupos, aliviando la carga de la recaudación general.
En cuanto a la educación y la instrucción religiosa, Smith argumenta que, aunque benefician a toda la sociedad y podrían ser financiados por la contribución general, también podría ser apropiado que fueran financiados por aquellos que reciben el beneficio inmediato de tal educación e instrucción.
Finalmente, cuando las instituciones o trabajos públicos que son beneficiosos para toda la sociedad no pueden ser mantenidos completamente por aquellos que se benefician más inmediatamente de ellos, la deficiencia debe ser compensada por la contribución general de toda la sociedad. La recaudación general, además de cubrir los gastos de defensa de la sociedad y de apoyar la dignidad del jefe de estado, debe compensar la deficiencia de muchas ramas particulares de la recaudación.
Capítulo II: De las Fuentes de los Ingresos Generales o Públicos de la Sociedad
En la introducción del segundo capítulo del quinto libro, Adam Smith plantea las fuentes de las que puede provenir la recaudación general o pública de una sociedad. Esta recaudación debe cubrir los gastos necesarios para la defensa de la sociedad, el apoyo a la dignidad del jefe de estado, así como cualquier otro gasto gubernamental necesario para el que no se haya provisto ninguna recaudación específica en la constitución del estado.
Smith identifica dos posibles fuentes de ingresos. La primera fuente de ingresos puede ser un fondo que pertenezca de manera particular al soberano o a la mancomunidad, que sea independiente de la recaudación del pueblo. La segunda fuente de ingresos puede ser, directamente, la recaudación del pueblo. Este planteamiento establece el marco para la discusión que seguirá en este capítulo sobre cómo una sociedad puede y debe financiar sus gastos necesarios.
De los Fondos o Fuentes de Ingresos que pueden pertenecer particularmente al Soberano o al Estado
En la primera parte del segundo capítulo del quinto libro, Adam Smith discute los fondos o fuentes de ingresos que pueden pertenecer de manera peculiar al soberano o al estado. Estas fuentes de ingresos pueden consistir en acciones o tierras.
Smith discute cómo un soberano puede generar ingresos de acciones de dos maneras: empleándolas él mismo o prestando estas acciones a otros. Como ejemplo, menciona al jefe de una tribu Tártara o Árabe cuyos ingresos consisten en las ganancias de sus propios rebaños. Sin embargo, en un estado más avanzado, las ganancias son raras veces la principal fuente de ingresos públicos.
Los pequeños estados a veces han obtenido ingresos considerables de proyectos mercantiles. Smith menciona la República de Hamburgo, que obtiene beneficios de una bodega y una farmacia públicas. Sin embargo, argumenta que la administración de estos proyectos puede ser difícil para un gobierno grande y menos cuidadoso con sus gastos.
Otra fuente de ingresos podría ser el interés del dinero prestado, ya sea a estados extranjeros o a los propios sujetos del estado. El cantón de Berna, por ejemplo, genera ingresos al prestar parte de su tesoro a estados extranjeros, colocándolo en los fondos públicos de varias naciones endeudadas de Europa.
La renta de las tierras públicas ha sido la principal fuente de ingresos públicos para muchas naciones avanzadas. Las antiguas repúblicas de Grecia e Italia, por ejemplo, obtenían la mayor parte de sus ingresos para cubrir los gastos necesarios de la comunidad de la renta de las tierras públicas. En ese tiempo, los gastos de guerra eran mínimos ya que cada ciudadano era un soldado que se preparaba para el servicio a su propio costo.
Smith plantea que, en el estado actual de las monarquías civilizadas de Europa, el alquiler de todas las tierras del país, administradas como lo serían si todas pertenecieran a un solo propietario, probablemente no llegaría a la cantidad de ingresos que estas naciones obtienen de la población incluso en tiempos de paz. Como ejemplo, menciona que el ingreso ordinario de Gran Bretaña supera los diez millones al año, pero el impuesto sobre la tierra, a cuatro chelines por libra, no llega a los dos millones al año.
Sin embargo, este impuesto a la tierra se supone que es un quinto no solo del alquiler de toda la tierra, sino también de todas las casas y del interés de todo el capital de Gran Bretaña, con la excepción de lo que se presta al público o se emplea como capital agrícola en la cultivación de tierra. Smith sostiene que, si las tierras de Gran Bretaña no aportan más de veinte millones al año en alquiler, no podrían permitirse la mitad o la cuarta parte de ese alquiler si todas pertenecieran a un solo propietario y estuvieran bajo la gestión negligente, costosa y opresiva de sus factores y agentes.
Además, Smith sostiene que el ingreso que la mayoría de la gente obtiene de la tierra es proporcional, no al alquiler, sino a la producción de la tierra. Asegura que si se mantiene baja la producción de la tierra, también se mantendría baja la renta de la mayoría de la gente. Por lo tanto, si la tierra que en un estado de cultivo aporta un alquiler de diez millones de libras esterlinas al año, en otro aportaría un alquiler de veinte millones, la renta de los propietarios sería menor en diez millones al año, pero la de la mayoría de la gente sería menor en treinta millones al año.
En términos de la propiedad de la tierra, Smith sugiere que sería en el interés de la sociedad reemplazar este ingreso al estado por algún otro ingreso equivalente, y dividir las tierras entre el pueblo, lo cual podría hacerse mejor exponiéndolas a la venta pública. Para Smith, las tierras que deben pertenecer a la corona son aquellas destinadas al placer y la magnificencia, como parques, jardines, paseos públicos, etc.
Finalmente, Smith sostiene que las dos fuentes de ingresos que pueden pertenecer especialmente al estado, los activos públicos y las tierras públicas, son fondos inadecuados e insuficientes para sufragar el gasto necesario de cualquier gran estado civilizado. Así, concluye que la mayor parte de este gasto debe ser financiado por impuestos de un tipo u otro, con el pueblo contribuyendo una parte de su propio ingreso privado para constituir un ingreso público para el estado o la comunidad.
De los Impuestos
En la segunda parte del segundo capítulo del libro V, Adam Smith se adentra en el análisis de los impuestos. Argumenta que los ingresos privados provienen de tres fuentes: renta, ganancias y salarios. Todos los impuestos deben ser pagados a partir de uno o varios de estos tipos de ingresos.
En su análisis, Smith establece cuatro máximas respecto a los impuestos:
- Los sujetos de cada estado deben contribuir al soporte del gobierno en proporción a sus respectivas capacidades; es decir, en proporción a los ingresos que disfrutan bajo la protección del estado.
- El impuesto que cada individuo está obligado a pagar debe ser cierto y no arbitrario. La cantidad a pagar, el momento y la forma de pago deben ser claros para el contribuyente y para cualquier otra persona.
- Cada impuesto debe ser recaudado en el momento o de la manera en que es más probable que sea conveniente para el contribuyente pagarlo.
- Cada impuesto debe ser concebido de tal manera que quite y mantenga fuera de los bolsillos de la gente lo menos posible, además de lo que aporta al tesoro público del estado.
Además, Smith advierte que cada impuesto tiene la potencialidad de ser más gravoso para la gente de lo que es beneficioso para el soberano. Esto puede suceder de cuatro maneras: requiriendo muchos funcionarios para su recaudación, obstaculizando la industria y el empleo, arruinando a aquellos que intentan evadirlo infructuosamente y sometiendo a la gente a visitas frecuentes y odiosas inspecciones de los recaudadores de impuestos.
En resumen, Smith argumenta que todas las naciones han intentado hacer que sus impuestos sean lo más equitativos, ciertos, convenientes y menos gravosos posibles. Sin embargo, señala que no todas las naciones han tenido el mismo éxito en este esfuerzo.
Artículo 1: Impuestos sobre el alquiler.
Impuestos sobre el alquiler de tierras
Este artículo del Libro V de “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith se centra en las tasas sobre la renta, en particular sobre la renta de la tierra. Smith comenta dos formas principales en las que puede imponerse un impuesto a la renta de la tierra: se puede hacer de acuerdo a una cierta canonización que no se altera con el tiempo, o puede variar con cada cambio en la renta real de la tierra.
Smith menciona que un impuesto a la tierra que es evaluado en cada distrito según un canon invariable, como el de Gran Bretaña, aunque parezca justo en el momento de su establecimiento, con el tiempo se vuelve desigual debido a los diferentes grados de mejora o negligencia en la agricultura de diferentes partes del país.
Se detalla cómo el valor constante de la valoración de la tierra ha beneficiado a los propietarios, especialmente debido al aumento constante de las rentas desde que se estableció esta valoración. Sin embargo, en diferentes circunstancias, la constante valoración podría haber resultado perjudicial para los contribuyentes o para el estado.
Smith también discute las propuestas de los economistas franceses que recomiendan un impuesto a la renta que varía con cada cambio en la renta, argumentando que es el impuesto más equitativo. Finalmente, presenta la idea de un impuesto sobre la tierra en Venecia, donde todas las tierras arables que se arriendan a los agricultores se gravan con un diez por ciento de la renta. Propone un sistema administrativo que, aunque pueda ser costoso y cause algunas incertidumbres, resultaría más justo.
Los arrendamientos en especie o en servicios suelen ser más perjudiciales para el arrendatario que para el arrendador, dado que tienden a quitar más del bolsillo del primero de lo que ponen en el del segundo.
Smith también discute la idea de que un propietario ocupe parte de sus propias tierras, sugiriendo que esto puede ser beneficioso para la economía en general. Debido a que el capital del propietario suele ser mayor que el del arrendatario, puede generar un mayor rendimiento con menos habilidad. Smith señala que el propietario puede permitirse realizar experimentos y está generalmente dispuesto a hacerlo. Aunque estos experimentos pueden no tener éxito, los que sí lo hacen contribuyen a mejorar la agricultura y aumentar la producción.
La implementación de un impuesto variable a la tierra es otro tema que Smith aborda en este fragmento. Aunque el coste de recaudar este tipo de impuesto puede ser un poco más alto que el de un impuesto fijo, Smith argumenta que este gasto adicional puede ser moderado y mucho menor que el de otros impuestos que proporcionan un ingreso muy insignificante en comparación con lo que se podría obtener de un impuesto a la tierra.
Además, Smith destaca la importancia de la equidad de un impuesto a la tierra. Asegura que un impuesto de este tipo se ajustaría de forma natural y sin intervención del gobierno a los cambios en la sociedad, como las fluctuaciones en el valor de la plata y los cambios en el estándar de la moneda.
Smith también menciona el uso de un registro de arrendamientos como un método simple y efectivo para la administración de la tierra, en contraposición a la costosa y laboriosa tarea de realizar un censo y una valoración de todas las tierras del país.
Finalmente, Smith presenta varios ejemplos de cómo se implementa y administra un impuesto a la tierra en diferentes países. En estos ejemplos, se discute la disparidad entre cómo se grava a los propietarios laicos y eclesiásticos y se detalla cómo los gobiernos tratan de mantener la equidad de la imposición.
Impuestos proporcionados, no a la Renta, sino a la Producción de la Tierra
Aquí, Adam Smith discute la naturaleza de los impuestos sobre la producción agrícola y su impacto tanto en el agricultor como en el propietario de la tierra.
Smith sostiene que los impuestos sobre la producción de la tierra son en realidad impuestos sobre la renta. Aunque originalmente los avanza el agricultor, finalmente son pagados por el propietario. Cuando una porción de la producción se destina a impuestos, el agricultor calcula el valor de esa porción y hace una reducción proporcional en la renta que paga al propietario.
Smith señala que el diezmo y otros impuestos sobre la tierra de este tipo parecen ser equitativos, pero en realidad son muy desiguales. En tierras muy ricas, la producción es tan grande que la mitad es suficiente para cubrir el capital y las ganancias ordinarias del agricultor. La otra mitad podría ser pagada como renta al propietario. Sin embargo, si un diezmo se toma como impuesto, el agricultor necesitará una reducción de una quinta parte de su renta para mantener su capital y ganancia ordinaria.
Smith señala que el diezmo puede ser un gran obstáculo para las mejoras del propietario y para la cultivación del agricultor. Debido a que la iglesia, que no paga ninguna parte de los gastos, recibe una parte tan grande de las ganancias, ni el propietario ni el agricultor pueden permitirse realizar las mejoras más costosas o cultivar los cultivos más valiosos.
Mientras que en la mayor parte de Europa la iglesia es sustentada principalmente por un impuesto a la tierra, en muchos países de Asia es el estado el que se sustenta de esta manera. En China, por ejemplo, los ingresos del soberano consisten en una décima parte de la producción de todas las tierras del imperio. Sin embargo, esta décima parte se estima de manera tan moderada que, en muchas provincias, se dice que no supera una trigésima parte de la producción ordinaria.
Smith sostiene que este tipo de impuesto a la tierra en Asia interesa al soberano en la mejora y la cultivación de la tierra. Los soberanos de China, los de Bengala bajo el gobierno mahometano, y los del antiguo Egipto, se dice que han sido extremadamente atentos a la construcción y el mantenimiento de buenas carreteras y canales navegables, con el fin de aumentar la cantidad y el valor de la producción de la tierra.
En resumen, Smith argumenta que los impuestos a la tierra pueden ser muy desiguales y pueden desincentivar las mejoras y la producción agrícola. Sin embargo, también señala que estos impuestos pueden tener algunas ventajas cuando se destinan al mantenimiento del estado, en lugar de a la iglesia.
Sobre el cobro de estos impuestos
En esta sección, Smith discute cómo los impuestos sobre la producción de la tierra pueden cobrarse en especie o en dinero, de acuerdo con una cierta valoración.
El primero puede ser beneficioso para el párroco de una parroquia o un caballero de pequeña fortuna que vive de su propiedad, ya que pueden supervisar directamente la recolección y disposición de lo que se les debe. Sin embargo, un caballero de gran fortuna que vive en la capital podría sufrir por la negligencia o el fraude de sus factores y agentes si los alquileres de una propiedad en una provincia distante se le pagaran de esta manera. Smith sostiene que la pérdida del soberano sería mucho mayor debido al abuso y la depredación de sus recaudadores de impuestos. Argumenta que un ingreso público pagado en especie sufriría mucho debido a la mala gestión de los recolectores.
Por otro lado, un impuesto sobre la producción de tierras que se cobra en dinero puede variar según todas las fluctuaciones del precio del mercado o según una valoración fija. El producto de un impuesto recaudado de la primera manera solo variará de acuerdo con las variaciones en la producción real de la tierra. El producto de un impuesto recaudado de la segunda manera variará no solo de acuerdo con las variaciones en la producción de la tierra, sino también con las variaciones en el valor de los metales preciosos y la cantidad de estos metales contenidos en la moneda de la misma denominación en diferentes momentos.
Cuando se paga una suma de dinero en compensación total por todo impuesto o diezmo, el impuesto se convierte en la misma naturaleza que el impuesto a la tierra en Inglaterra. No sube ni baja con la renta de la tierra. No fomenta ni desanima la mejora. Smith señala que el diezmo en la mayor parte de las parroquias que pagan lo que se llama un Modus en lugar de todo otro diezmo es un impuesto de este tipo.
Finalmente, Smith critica la administración de la Compañía de las Indias Orientales en Bengala, que cambió el sistema de impuestos en especie por un sistema monetario. Afirma que este cambio probablemente desalentó la cultivación y ofreció nuevas oportunidades para abusar en la recolección de ingresos públicos. Si bien los servidores de la compañía pueden haberse beneficiado de este cambio, probablemente fue a expensas tanto de sus amos como del país.
Impuestos sobre el alquiler de casas
Adam Smith en este segmento de “La Riqueza de las Naciones” examina el concepto de impuestos sobre la renta de las casas, la cual se puede dividir en renta del edificio y renta del terreno.
La renta del edificio es el interés o ganancia del capital invertido en la construcción de la casa. Debe ser suficiente para pagar al constructor el mismo interés que hubiera obtenido si hubiera prestado su capital con buena garantía, y para mantener la casa en constante reparación. Si en cualquier momento el comercio de la construcción ofrece un beneficio mucho mayor o mucho menor que este, el capital será atraído por otros comercios hasta que el beneficio se reduzca a su nivel apropiado.
La renta del terreno es lo que queda de la renta total de una casa después de pagar el beneficio razonable al constructor. En casas de campo lejos de las ciudades, la renta del terreno puede ser mínima, pero en ciudades capitales y partes con alta demanda de casas, la renta del terreno puede ser significativamente alta.
Un impuesto sobre la renta de las casas, proporcional al alquiler total de cada casa, no afectaría la renta del edificio durante un tiempo considerable. Tal impuesto se dividiría entre el habitante de la casa y el dueño del terreno.
Smith sugiere que este tipo de impuesto caería más fuertemente sobre los ricos, ya que la proporción del gasto de alquiler de casa al gasto total de vida es diferente en los diferentes grados de fortuna. Es razonable que los ricos contribuyan al gasto público no solo en proporción a sus ingresos, sino algo más que en esa proporción.
El impuesto no debería aplicarse a las casas deshabitadas, ya que caería completamente sobre el propietario, quien estaría siendo gravado por un sujeto que no le proporciona ni conveniencia ni ingresos. Smith argumenta que las rentas de terrenos son un tema aún más adecuado para la imposición fiscal que las rentas de las casas. Un impuesto sobre las rentas de terrenos no aumentaría las rentas de las casas y caería completamente sobre el propietario de la renta del terreno.
Finalmente, Smith sostiene que tanto las rentas de terrenos como la renta ordinaria de la tierra son tipos de ingresos que el propietario, en muchos casos, disfruta sin ningún cuidado o atención propios. Por lo tanto, son los tipos de ingresos que mejor pueden soportar tener un impuesto peculiar impuesto sobre ellos.
En este fragmento, Adam Smith argumenta que los cánones de suelo (ground-rents) son un tema más apropiado para la tributación que el alquiler ordinario de la tierra, ya que deben su existencia al buen gobierno. Aunque en muchos países europeos se han impuesto impuestos sobre el alquiler de las casas, Smith señala que no conoce ninguno en el que los cánones de suelo se hayan considerado como un objeto de tributación separado.
El autor menciona el sistema de impuestos de Gran Bretaña, donde el alquiler de las casas se supone que se grava en la misma proporción que el alquiler de la tierra por lo que se llama el impuesto anual sobre la tierra. Sin embargo, Smith critica este sistema ya que considera que es muy desigual. Por ejemplo, las casas deshabitadas están exentas de impuestos en la mayoría de los distritos, lo que provoca algunas variaciones en la tasa de impuestos para ciertas casas.
Smith también menciona el sistema de impuestos en Holanda, donde cada casa se grava con un 2,5% de su valor, independientemente del alquiler que realmente pague o si está habitada o no. Smith considera injusto este sistema, ya que obliga al propietario a pagar un impuesto por una casa deshabitada de la que no puede obtener ningún ingreso.
En Inglaterra, se han impuesto diferentes impuestos a las casas, desde el impuesto por el número de chimeneas hasta el impuesto por el número de ventanas. Smith critica estos impuestos por su desigualdad, ya que a menudo recaen con mayor dureza sobre los pobres que sobre los ricos. Además, Smith señala que estos impuestos tienen la tendencia natural de reducir los alquileres, ya que cuanto más paga un hombre por el impuesto, menos puede permitirse pagar por el alquiler.
En resumen, Smith argumenta que los cánones de suelo deben ser un objeto de tributación, critica los sistemas de impuestos actuales en Gran Bretaña y Holanda, y propone la consideración de la desigualdad y la capacidad de pago en la estructuración de los impuestos sobre la propiedad.
Artículo 2: Impuestos sobre las ganancias o sobre los ingresos generados por acciones o participaciones
Adam Smith analiza los impuestos sobre los beneficios o ingresos procedentes del capital. Según él, los beneficios de una inversión se dividen naturalmente en dos partes: la que paga los intereses y pertenece al propietario del capital, y el excedente, que es lo que queda después de pagar los intereses. Este excedente, según Smith, no debería ser directamente imponible, ya que se trata de una compensación moderada por el riesgo y el esfuerzo de emplear el capital. Si se impusiera un impuesto sobre la totalidad de los beneficios, el empresario se vería obligado a aumentar la tasa de beneficio o a cargar el impuesto sobre los interesos del dinero, lo que implicaría pagar menos intereses.
Smith argumenta que a primera vista, los intereses del dinero parecen tan aptos para ser gravados directamente como la renta de la tierra. Sin embargo, presenta dos circunstancias que hacen que los intereses del dinero sean un sujeto mucho menos adecuado para la tributación directa que la renta de la tierra.
Primero, señala que la cantidad y el valor de la tierra que posee un individuo nunca pueden ser un secreto y pueden determinarse con gran exactitud, mientras que el monto total del capital que posee es casi siempre un secreto y rara vez se puede determinar con precisión. Además, está sujeto a constantes variaciones. Una inquisición en las circunstancias privadas de cada individuo, seguida de un seguimiento constante de las fluctuaciones de su fortuna para acomodar el impuesto, sería una fuente de continua molestia que ningún pueblo podría soportar.
Segundo, menciona que la tierra no puede moverse, mientras que el capital sí puede. El propietario del capital puede abandonar fácilmente un país si se le somete a una inquisición molesta y a un impuesto oneroso, llevando su capital a otro país donde pueda llevar a cabo su negocio o disfrutar de su fortuna con mayor facilidad. Esto tendría el efecto de poner fin a toda la industria que el capital había mantenido en el país que abandona, lo que disminuiría los ingresos tanto para el soberano como para la sociedad.
Smith concluye que las naciones que han intentado gravar los ingresos provenientes del capital han tenido que contentarse con estimaciones bastante sueltas y, por lo tanto, más o menos arbitrarias. Según él, la extrema desigualdad e incertidumbre de un impuesto evaluado de esta manera solo puede compensarse con su extrema moderación. En Inglaterra, por ejemplo, se intentó que el capital fuera gravado en la misma proporción que la tierra a través de lo que se llama el impuesto a la tierra, pero en realidad, la mayor parte del capital está valorado muy por debajo de su valor real.
Habla del ejemplo de Hamburgo, donde cada habitante paga al estado un cuarto de un por ciento de todo lo que posee, lo que equivale a un impuesto sobre el stock. Cada individuo se autoevalúa y declara bajo juramento el monto que debe pagar al estado, sin revelar el total de su fortuna. Este impuesto se paga generalmente con gran fidelidad, en parte debido a la confianza del pueblo en sus gobernantes.
Otro ejemplo es el del cantón de Unterwald en Suiza, que se enfrenta a costos extraordinarios debido a las tormentas e inundaciones frecuentes. En tales circunstancias, los ciudadanos se reúnen y declaran abierta y honestamente su valor neto para ser gravados de manera acorde.
En Zurich, la ley exige que en situaciones de necesidad, cada uno debe ser gravado en proporción a su ingreso, que deben declarar bajo juramento.
Por otro lado, en Holanda, se impuso un impuesto del dos por ciento sobre la totalidad de la riqueza de cada ciudadano tras la elevación al poder del Príncipe de Orange. Cada ciudadano se autoevaluaba y pagaba su impuesto de la misma manera que en Hamburgo, y se creía que se pagaba con gran fidelidad. Sin embargo, este impuesto era demasiado pesado para ser permanente y podía agotar los capitales de las personas.
Finalmente, Smith comenta sobre el impuesto al stock en Inglaterra, impuesto que, aunque proporcional al capital, no tiene la intención de disminuir o eliminar ese capital. Este impuesto se destinaba a ser un impuesto sobre el interés del dinero en proporción al de la renta de la tierra. Al igual que los impuestos en Hamburgo y en Unterwald y Zurich, no se trataba de gravar el capital sino el interés o la renta neta del stock. El impuesto en Holanda, por otro lado, pretendía gravar el capital.
Impuestos sobre las ganancias para empleos particulares
Este pasaje discute el impacto de los impuestos sobre los beneficios de determinados oficios y empleos, con ejemplos de Inglaterra y Francia.
En Inglaterra, Smith habla de impuestos extraordinarios sobre las ganancias de ciertos comercios, como los vendedores ambulantes, los cocheros de taxi y los dueños de bares que pagan una licencia para vender cerveza y licores. Afirma que este tipo de impuestos siempre recaen sobre los consumidores, que deben pagar en el precio de los bienes el impuesto que adelanta el vendedor.
Señala también la diferencia entre los impuestos proporcionales y los fijos para todos los comerciantes, el primero no oprime a los comerciantes ya que es proporcional a su comercio y finalmente es pagado por el consumidor. Sin embargo, el impuesto fijo puede favorecer a los comerciantes más grandes y oprimir a los pequeños. Da el ejemplo de los impuestos sobre los coches de alquiler y los vendedores de cerveza en Inglaterra.
En Francia, Smith menciona la “taille”, un impuesto sobre las ganancias de la tierra en la agricultura. Este impuesto es importante en un contexto histórico de feudalismo, donde los señores feudales a menudo evitaban pagar impuestos y los campesinos tenían que asumir la carga. Smith critica este impuesto como injusto y arbitrario, ya que se basa en suposiciones sobre los beneficios de una determinada clase de personas y se aplica de manera desigual.
Finalmente, habla sobre cómo la “taille” se impone de manera variada y compleja en diferentes regiones de Francia, y cómo el proceso puede ser influenciado no sólo por la ignorancia y la desinformación, sino también por amistades, animosidades partidistas y resentimientos personales. Señala que esta incertidumbre e injusticia en la aplicación del impuesto crea problemas para los contribuyentes, que nunca pueden estar seguros de cuánto tendrán que pagar.
Cuando se impone un impuesto a las ganancias de un determinado tipo de comercio, los comerciantes se esfuerzan por no traer más bienes al mercado de los que puedan vender a un precio que les permita recuperar el costo del impuesto. Algunos retiran parte de su stock del comercio, y el mercado recibe menos suministros que antes. Como resultado, el precio de los bienes aumenta, y el consumidor termina pagando el impuesto.
Sin embargo, cuando se impone un impuesto sobre las ganancias del capital empleado en la agricultura, los agricultores no tienen interés en retirar parte de su stock. Cada agricultor ocupa una cantidad de tierra por la que paga un alquiler. Para cultivar adecuadamente esa tierra, necesita cierto stock, y retirar cualquier parte de él no le ayudará a pagar el alquiler o el impuesto. Para pagar el impuesto, no le interesa disminuir la cantidad de su producto. Así, no puede repercutir el impuesto al consumidor aumentando el precio de su producto. Para seguir obteniendo ganancias razonables, tendrá que pagar menos alquiler al terrateniente.
Además, Smith señala las desventajas de la “taille” personal, un impuesto que se cobra en proporción al stock que el agricultor parece utilizar en la agricultura. A menudo, esto lleva al agricultor a utilizar los medios más pobres y miserables de agricultura para evitar un impuesto más alto. Esto lleva a una disminución de su producción y una pérdida mayor que el ahorro en impuestos.
Luego, Smith discute los impuestos por cabeza, como los que se imponen a cada esclavo en las plantaciones de América del Norte y las Islas del Caribe. Este tipo de impuesto se paga en última instancia por los propietarios de las plantaciones, ya que son a la vez agricultores y terratenientes.
Además, menciona los impuestos sobre los beneficios del stock en empleos particulares y cómo estos nunca pueden afectar la tasa de interés del dinero. Aquí se discuten los impuestos que se imponen a los ingresos procedentes del stock, y cómo estos pueden afectar la tasa de interés del dinero, como es el caso del “Vingtieme” en Francia.
Finalmente, Smith discute los impuestos sobre los sirvientes en Holanda y en Gran Bretaña, considerándolos impuestos sobre los gastos, similares a los impuestos sobre los productos de consumo. Este tipo de impuesto tiende a afectar más a las personas de rango medio, ya que las personas más pobres no se ven afectadas y las más ricas no mantendrán un número proporcional de sirvientes al aumento de sus ingresos.
Apéndice a los artículos I y II
Impuestos sobre el valor capital de tierras, casas y acciones
En este apéndice a los artículos I y II, Smith habla de los impuestos sobre el valor del capital de tierras, casas y acciones.
Explica que cuando la propiedad permanece en manos del mismo propietario, cualquier impuesto permanente sobre ella no está destinado a disminuir su valor de capital, sino a tomar parte de los ingresos que genera. Sin embargo, cuando la propiedad cambia de manos, ya sea por herencia o por venta, se han impuesto frecuentemente impuestos que disminuyen su valor de capital.
Smith divide la transferencia de propiedad en dos tipos: la transferencia de inmuebles (tierras y casas) y la transferencia de bienes muebles o acciones. Ambas pueden ser gravadas de manera directa ya que estas transacciones son notorias o no pueden ser ocultadas durante mucho tiempo.
Habla también de los impuestos que se han impuesto de forma indirecta, como los impuestos de timbre y de registro, que también han sido aplicados a las escrituras que transfieren todo tipo de propiedades de los muertos a los vivos y de los vivos a los vivos.
Smith también menciona el Vicesima Hereditatum, un impuesto romano antiguo sobre las herencias, y el impuesto holandés sobre las sucesiones, que varía dependiendo del grado de relación entre el difunto y el heredero.
Las “casualidades” de la ley feudal eran impuestos sobre la transferencia de tierras. Estos constituían en la antigüedad uno de los principales ingresos de la corona en toda Europa. Smith da ejemplos de estas casualidades, como el pago de un año de renta por la investidura de la propiedad y el pago de una multa por la alienación de la propiedad sin el consentimiento del superior.
El texto describe diferentes tipos de impuestos en dos países: Holanda y Francia. En Holanda, hay impuestos de timbre e impuestos sobre el registro, que en algunos casos están proporcionados al valor de la propiedad transferida y en otros no. Cada testamento debe estar en papel timbrado y el precio del timbre varía en función de la propiedad en cuestión. También se mencionan otros impuestos sobre sucesiones, además de los sellos fiscales. Todas las ventas de terrenos y casas, y todas las hipotecas, deben registrarse y pagar un impuesto del dos y medio por ciento sobre el precio total o la hipoteca. Esto se aplica incluso a la venta de barcos de más de dos toneladas de carga.
En Francia, también hay impuestos de timbre e impuestos sobre el registro. Los primeros son considerados como una rama de los “aides” o impuestos al consumo, y en las provincias donde se aplican estos impuestos son recaudados por los funcionarios de impuestos al consumo. Los segundos son considerados como una rama del dominio de la corona y son recaudados por un conjunto diferente de oficiales.
Estos métodos de tributación son de invención reciente y en poco más de un siglo, se han vuelto casi universales en Europa. Adam Smith señala que no hay arte que un gobierno aprenda más rápido de otro que el de extraer dinero de los bolsillos de la gente.
Las tasas sobre la transferencia de propiedad de los muertos a los vivos, final e inmediatamente, recaen sobre la persona a la que se transfiere la propiedad. Los impuestos sobre la venta de terrenos recaen por completo sobre el vendedor, pues este se ve casi siempre en la necesidad de vender y, por lo tanto, debe aceptar el precio que puede obtener. El comprador rara vez está bajo la necesidad de comprar y, por lo tanto, solo ofrecerá el precio que le parezca adecuado.
Todos los impuestos sobre la transferencia de propiedad de cualquier tipo tienden a disminuir los fondos destinados al mantenimiento del trabajo productivo. Estos impuestos, incluso cuando se proporcionan al valor de la propiedad transferida, son aún desiguales, ya que la frecuencia de transferencia no siempre es igual en propiedades de igual valor.
Finalmente, se mencionan los impuestos de timbre en Inglaterra sobre cartas y dados, periódicos y folletos periódicos, que son impuestos sobre el consumo y cuyo pago final recae en las personas que utilizan o consumen dichas mercancías. Del mismo modo, los impuestos sobre las licencias para vender cerveza al por menor, vino y licores destilados, aunque tal vez estén destinados a recaer sobre los beneficios de los minoristas, también son finalmente pagados por los consumidores de esos licores.
Artículo 3: Impuestos sobre los salarios del trabajo
Smith señala que los salarios de las clases trabajadoras inferiores están regulados por la demanda de trabajo y el precio promedio de los bienes de consumo. Explica que un impuesto directo sobre los salarios del trabajo solo tiene el efecto de elevar estos salarios más allá del monto del impuesto. Por ejemplo, si se impusiera un impuesto del veinte por ciento sobre los salarios, estos tendrían que aumentar no solo un veinte por ciento, sino un veinticinco por ciento para que el trabajador pueda seguir llevando el mismo nivel de vida después de pagar el impuesto.
Smith argumenta que un impuesto directo sobre los salarios del trabajo, aunque el trabajador pudiera pagarlo de su mano, no podría decirse que es realmente avanzado por él. En cambio, la carga final del impuesto recaería sobre el consumidor en el caso del trabajo manufacturero y sobre el arrendador en el caso del trabajo del campo. Un impuesto de este tipo causaría una mayor reducción en la renta de la tierra y un mayor aumento en el precio de los bienes manufacturados que si se impusiera un impuesto similar sobre la renta de la tierra y los bienes de consumo.
Si los impuestos directos sobre los salarios del trabajo no han causado siempre un aumento proporcional en esos salarios, es porque generalmente han provocado una disminución considerable en la demanda de trabajo. Tales impuestos han llevado a la disminución de la industria, la disminución del empleo para los pobres y la disminución de la producción anual de la tierra y el trabajo del país.
Smith también observa que un impuesto sobre los salarios del trabajo del campo no eleva el precio de los productos agrícolas en proporción al impuesto, por la misma razón que un impuesto sobre las ganancias del agricultor no eleva ese precio en esa proporción.
A pesar de lo absurdo y destructivo de estos impuestos, señala Smith, se aplican en muchos países. Por ejemplo, en Francia una parte de la taille (un impuesto francés) se carga sobre la industria de los trabajadores y jornaleros en los pueblos, mientras que en Bohemia, a raíz de una reforma del sistema financiero en 1748, se impone un pesado impuesto sobre la industria de los artesanos.
Finalmente, Smith sostiene que los salarios de los artistas ingeniosos y los profesionales liberales necesariamente mantienen una cierta proporción con las ganancias de los oficios inferiores. Un impuesto sobre estas ganancias, por lo tanto, solo tendría el efecto de elevarlas un poco más en proporción al impuesto. En cambio, los emolumentos de los cargos públicos, que a menudo son mayores de lo que el trabajo realmente requiere, pueden soportar ser gravados. De hecho, los impuestos sobre los emolumentos de los funcionarios públicos son generalmente impopulares y pueden ser más altos que los impuestos sobre otros tipos de ingresos.
Artículo 4: Impuestos que se pretende que recaigan indistintamente sobre cada diferente especie de ingreso
Smith menciona dos tipos de impuestos que, según se pretende, deben recaer indistintamente sobre cada especie de ingreso. Estos son los impuestos de capitación y los impuestos sobre bienes de consumo. Ambos deben ser pagados independientemente de la fuente de ingresos del contribuyente, ya sea de la renta de su tierra, de las ganancias de su capital o de los salarios de su trabajo.
Impuestos per capita
Los impuestos per capita, si se intenta proporcionarlos a la fortuna o ingresos de cada contribuyente, se convierten completamente en arbitrarios. La situación financiera de una persona varía de un día a otro, y sin una inquisición más intolerable que cualquier impuesto y renovada al menos una vez al año, solo puede ser estimada. Su evaluación, por lo tanto, depende en la mayoría de los casos del buen o mal humor de sus tasadores y, por lo tanto, es completamente arbitraria e incierta.
Si los impuestos per capita se proporcionan no a la supuesta fortuna, sino al rango de cada contribuyente, se vuelven completamente desiguales, ya que los grados de fortuna a menudo son desiguales en el mismo grado de rango. Por lo tanto, si se intenta hacer estos impuestos iguales, se vuelven completamente arbitrarios e inciertos, y si se intenta hacerlos ciertos y no arbitrarios, se vuelven completamente desiguales. Ya sea que el impuesto sea ligero o pesado, la incertidumbre siempre es una gran queja. En un impuesto ligero, se puede soportar un grado considerable de desigualdad; en uno pesado, es completamente intolerable.
Smith pone ejemplos de los diferentes impuestos per capita que tuvieron lugar en Inglaterra durante el reinado de Guillermo III y del impuesto de capitación en Francia, señalando las diferentes formas en las que se aplicaron y los resultados de cada uno. En Francia, por ejemplo, se recauda un impuesto per capita sin interrupción desde principios de siglo, donde los órdenes más altos de personas son tasados según su rango por una tarifa invariable, mientras que los órdenes inferiores de personas, según lo que se supone que es su fortuna, por una evaluación que varía de año a año.
Los impuestos per capita, en la medida en que se imponen a las clases inferiores de personas, son impuestos directos sobre los salarios del trabajo y están acompañados de todas las inconveniencias de tales impuestos. Sin embargo, se cobran con poco gasto y, donde se exigen rigurosamente, proporcionan un ingreso muy seguro al estado. Es por esta razón que en los países donde se atiende poco a la facilidad, la comodidad y la seguridad de las clases inferiores de personas, los impuestos de capitación son muy comunes. Sin embargo, en general, solo una pequeña parte de los ingresos públicos, en un gran imperio, se ha obtenido de tales impuestos y la mayor suma que estos han proporcionado siempre podría haberse encontrado de alguna otra manera mucho más conveniente para la gente.
Impuestos sobre bienes de consumo
La imposibilidad de gravar a las personas, en proporción a sus ingresos, mediante cualquier capitación, parece haber dado lugar a la invención de impuestos sobre bienes de consumo. El estado, al no saber cómo gravar directa y proporcionalmente los ingresos de sus súbditos, intenta gravarlos indirectamente mediante la imposición de impuestos a sus gastos, que, se supone, en la mayoría de los casos será casi proporcional a sus ingresos. Sus gastos se gravan mediante la imposición de impuestos a los bienes de consumo en los que se incurre.
Los bienes de consumo son esenciales o lujos
Por esenciales, Smith no solo se refiere a los bienes indispensables para la vida, sino también a aquellos que la costumbre del país hace indecente que las personas respetables, incluso de la orden más baja, carezcan. Smith utiliza ejemplos como la camisa de lino o los zapatos de cuero en Inglaterra, que se consideran necesarios debido a las normas sociales, aunque no son imprescindibles para la supervivencia.
Cualquier aumento en el precio de estos artículos necesarios debe necesariamente aumentar los salarios, para que el trabajador pueda seguir comprando la cantidad de esos artículos que necesita. Por tanto, un impuesto sobre estos artículos necesarios afecta de la misma manera que un impuesto directo sobre los salarios de los trabajadores. El empleador, que inicialmente paga el impuesto al aumentar los salarios, recupera este costo a través del precio de los bienes o servicios que vende, y al final el impuesto recae en el consumidor.
Por otro lado, Smith considera lujos a todos los demás bienes. Un impuesto sobre estos lujos, incluso aquellos que son consumidos por los pobres, no necesariamente resultará en un aumento en los salarios. Pone ejemplos de impuestos sobre el tabaco, el té, el azúcar, y el chocolate, que aunque han aumentado sus precios, no han llevado a un incremento en los salarios.
Estos impuestos sobre los lujos no necesariamente disminuyen la capacidad de las clases inferiores para tener familias. Al contrario, pueden actuar como leyes suntuarias que moderan el uso de superfluos. Este tipo de impuestos cae indistintamente sobre todo tipo de ingresos: salarios, ganancias de capital y rentas de la tierra.
Los impuestos sobre los bienes esenciales, en cambio, al aumentar los salarios, tienden a aumentar el precio de todos los bienes manufacturados y, en consecuencia, a disminuir su venta y consumo. Este tipo de impuestos termina siendo pagado en parte por los propietarios de tierras a través de una renta reducida, y en parte por los consumidores ricos a través del precio elevado de los bienes manufacturados, siempre con un considerable sobrecargo.
Por tanto, las clases medias y superiores deberían oponerse a todos los impuestos sobre los bienes esenciales y sobre los salarios, ya que la carga final de ambos recae totalmente sobre ellos, y siempre con un considerable sobrecargo. Estos impuestos recaen con mayor dureza sobre los propietarios de tierras, que siempre pagan en una doble capacidad: como propietarios por la reducción de su renta, y como consumidores ricos por el aumento de sus gastos.
En Gran Bretaña, los principales impuestos sobre las necesidades de vida se aplican a la sal, el cuero, el jabón y las velas. A pesar de que estos artículos son esenciales, se gravan con impuestos bastante elevados, lo que aumenta el costo de vida de los pobres trabajadores y, por lo tanto, sus salarios.
El combustible, especialmente el carbón, también es esencial, especialmente en un país frío como Gran Bretaña. Sin embargo, el gobierno ha impuesto un impuesto sobre el carbón transportado por la costa, en lugar de otorgar un subsidio para su transporte desde las áreas donde es abundante hasta las áreas donde se necesita.
Aunque estos impuestos aumentan el costo de vida y, por consiguiente, los salarios, también proporcionan un ingreso considerable al gobierno, por lo que pueden tener buenos argumentos para su continuación. Sin embargo, las regulaciones que prohíben la importación de ciertos bienes, como el ganado vivo o las provisiones de sal, solo tienen efectos negativos y no producen ingresos para el gobierno.
En muchos países, los impuestos sobre las necesidades de vida son mucho más altos que en Gran Bretaña. Por ejemplo, en países como Holanda, se gravan los alimentos básicos como la harina y el pan, y estos impuestos pueden duplicar el precio de estos alimentos.
Los bienes consumibles pueden gravarse de dos maneras: el consumidor puede pagar una suma anual por consumir ciertos bienes, o los bienes pueden gravarse mientras estén en manos del comerciante, antes de ser entregados al consumidor. Los bienes que duran un tiempo considerable antes de ser consumidos son más adecuados para ser gravados de la primera manera, mientras que aquellos cuyo consumo es inmediato o más rápido son más adecuados para ser gravados de la segunda manera.
Smith critica la propuesta de Sir Matthew Decker de gravar todas las mercancías, incluso las de consumo inmediato, de la misma manera, argumentando que tal sistema sería más desigual, disminuiría la comodidad de los impuestos pagados a plazos, funcionaría menos como leyes suntuarias y sería más opresivo para los trabajadores. Sin embargo, señala que varios países han adoptado este sistema de impuestos, a pesar de sus desventajas.
Smith continúa hablando de los impuestos de aduana, que se originaron como tasas sobre las ganancias de los comerciantes. En los tiempos de anarquía feudal, los comerciantes eran considerados poco más que siervos emancipados, y sus ganancias eran vistas con envidia.
Los impuestos de aduanas también diferenciaban entre mercaderes extranjeros y locales, con los primeros siendo gravados más pesadamente. Esta práctica, que comenzó por ignorancia, se mantuvo para dar a los comerciantes locales una ventaja tanto en el mercado local como en el extranjero.
Smith también analiza la estructura de los antiguos impuestos de aduanas, que se dividían en tres ramas: sobre la lana y el cuero, el vino y todas las demás mercancías. Estos impuestos se imponían tanto a los bienes exportados como a los importados. Sin embargo, con el tiempo, los impuestos a la exportación se han aligerado o eliminado, y se han otorgado incentivos en algunas circunstancias. Al mismo tiempo, los impuestos a la importación han aumentado, con pocas excepciones.
Finalmente, Smith critica el sistema mercantil, que favorece la exportación y desalienta la importación. Argumenta que este sistema no ha sido favorable ni para la renta de la mayoría de la gente, ni para la renta del soberano en lo que respecta a los impuestos de aduanas. Como resultado del sistema, la importación de varios tipos de bienes ha sido prohibida, lo que ha llevado a una disminución en la importación y ha fomentado el contrabando, aniquilando en algunos casos los ingresos aduaneros que podrían haberse obtenido.
Adam Smith critica las recompensas y las devoluciones de impuestos que se dan a veces en la exportación de bienes y manufacturas locales, así como en la reexportación de la mayoría de los bienes extranjeros. Según Smith, estas prácticas han dado lugar a numerosos fraudes y a un tipo de contrabando que resulta muy perjudicial para los ingresos públicos. En ocasiones, para obtener la recompensa o la devolución de impuestos, los productos son enviados al mar solo para ser desembarcados clandestinamente en otra parte del país poco después.
Smith argumenta que las pesadas tarifas impuestas a casi todas las mercancías importadas incitan a los importadores a contrabandear tanto como puedan y a declarar lo menos posible. Por otro lado, los exportadores a menudo declaran más de lo que realmente exportan para aparentar ser grandes comerciantes o para obtener una recompensa o devolución de impuestos. Como resultado, las exportaciones registradas en los libros de aduanas superan con creces las importaciones, lo que alivia a aquellos políticos que miden la prosperidad nacional por lo que llaman el balance comercial.
El economista escocés sostiene que todos los bienes importados, a menos que estén exentos específicamente, están sujetos a algún tipo de derechos aduaneros. Smith critica la complejidad del sistema, que puede llevar a errores y causar mucha molestia y gastos al importador. Además, propone que, sin perjuicio de los ingresos públicos y con gran beneficio para el comercio exterior, los derechos de aduanas podrían limitarse a solo unos pocos productos.
Smith también señala que los impuestos altos a menudo proporcionan menos ingresos al gobierno de lo que se podría obtener con impuestos más moderados, ya que pueden disminuir el consumo de los productos gravados o fomentar el contrabando. Para solucionar esto, Smith propone dos posibles remedios: disminuir la tentación de contrabandear, lo que se puede lograr reduciendo los impuestos, y aumentar la dificultad de contrabandear, lo que se puede lograr estableciendo un sistema de administración más adecuado para prevenirlo.
Smith propone que, en lugar de las prácticas actuales, el sistema aduanero podría ser simplificado de tal manera que se recaudaría al menos la misma cantidad de ingresos netos que en el momento en que escribió este pasaje, pero con la eliminación de todas las recompensas sobre la exportación de productos locales y evitando las pérdidas actuales por devoluciones de impuestos sobre la reexportación de bienes extranjeros que luego se vuelven a importar y se consumen en el país.
Sostiene que si se cambia el sistema impositivo de modo que el gobierno no sufra pérdidas, el comercio y las industrias del país se beneficiarían enormemente. Según su propuesta, el comercio de productos no gravados sería completamente libre, incluyendo los artículos de primera necesidad y los materiales de fabricación. Este sistema reduciría el precio de la mano de obra sin reducir su compensación real y podría dar a las industrias locales una ventaja en los mercados extranjeros.
Además, Smith argumenta que algunos productos podrían ser más baratos si se pudieran importar sus materias primas sin pagar impuestos. Por ejemplo, si la seda cruda pudiera ser importada de China e Indostán sin impuestos, los fabricantes de seda ingleses podrían vender sus productos a un precio mucho más bajo que los de Francia e Italia.
Smith también menciona que el impuesto sobre los bienes de lujo importados para consumo interno a menudo recae sobre la gente de mediana o alta fortuna. Los impuestos sobre bienes de lujo producidos localmente y destinados al consumo interno, por otro lado, caen en proporción al gasto de todos los rangos sociales.
El excise sobre las bebidas fermentadas y los licores destilados, que es el impuesto que más recauda, recae en gran medida sobre la gente común. Smith advierte que se debería gravar el consumo de lujo de las clases inferiores, y no su consumo necesario. Un impuesto sobre el consumo necesario de estas clases aumentaría los salarios de los trabajadores y la carga de este aumento recaería en las clases superiores.
Smith también señala que las cervezas fermentadas y licores destilados para uso privado no están sujetos a ninguna excisa en Gran Bretaña. Esto permite que la carga de estos impuestos recaiga menos sobre los ricos que sobre los pobres.
Luego habla en detalle sobre las implicaciones de los diferentes impuestos sobre el alcohol en el Reino Unido en ese tiempo. Comienza detallando las cifras del antiguo impuesto a la malta y de los impuestos adicionales que se cobraban sobre la sidra y la cerveza. A pesar de que el impuesto sobre la cerveza era más pesado, era menos productivo debido a la menor cantidad de esta bebida que se consumía.
También señala que estos impuestos son contrarrestados por lo que se conoce como el excise, que incluía cuatro impuestos adicionales sobre la sidra, el vinagre y la hidromiel. Smith sostiene que la recaudación de estos impuestos probablemente superará a la de los impuestos sobre la sidra y la cerveza.
A continuación, Smith compara las cifras de ingresos generadas por el impuesto a la malta y el excise durante varios años, para demostrar que la combinación de estos impuestos podría generar una cantidad considerable de ingresos.
Smith luego examina el uso de la malta en la elaboración de cerveza, vino y licores, sugiriendo que si se aumentara el impuesto sobre la malta, podrían necesitarse ajustes en los impuestos sobre los licores hechos a partir de malta. Además, argumenta que si se aumentan los impuestos sobre la malta y se reducen los de la destilería, las oportunidades y las tentaciones de contrabando disminuirían, lo que podría aumentar aún más los ingresos del gobierno.
También discute la política del Reino Unido de desalentar el consumo de licores por razones de salud pública y moralidad. Según Smith, esta política podría implementarse manteniendo altos los impuestos sobre los licores, pero reduciendo los precios de la cerveza y la sidra, lo que aliviaría a la gente de parte de la carga fiscal y probablemente aumentaría la recaudación de impuestos.
Rechaza las objeciones del Dr. Davenant a este cambio en el sistema de impuestos, argumentando que los impuestos en la cerveza y la sidra no afectarían los beneficios de los productores de estas bebidas, ya que podrían recuperar el impuesto en el precio de sus productos. Además, sostiene que un impuesto sobre la malta no reduciría la demanda de cebada, ni disminuiría la renta y los beneficios de las tierras donde se cultiva.
También discute las desventajas de los impuestos sobre bienes de consumo, las cuales según él, generan más problemas que beneficios para el estado y los ciudadanos.
Primero, destaca que recaudar estos impuestos requiere un gran número de funcionarios de aduanas y de impuestos especiales, cuyos salarios y beneficios son un impuesto real para la gente, pero no generan ingresos para el estado. Además, argumenta que la recaudación de estos impuestos suele ser costosa en términos de administración.
En segundo lugar, estos impuestos obstaculizan o desalientan ciertos sectores de la industria. Al elevar el precio de los productos gravados, desalientan su consumo y, por lo tanto, su producción. Aunque pueden dar ventaja a productos locales sobre los importados, al mismo tiempo, perjudican a otros sectores de la industria.
Tercero, la posibilidad de evadir estos impuestos por medio del contrabando puede llevar a penas severas que pueden arruinar al contrabandista, lo que a su vez implica la pérdida de capital que podría haberse empleado en el mantenimiento de trabajo productivo.
Finalmente, Smith argumenta que estos impuestos exponen a los comerciantes a visitas frecuentes y exámenes odiosos por parte de los recaudadores de impuestos, generando molestias y problemas. Las leyes del impuesto especial son especialmente perjudiciales en este sentido, ya que los comerciantes no tienen respiro de las visitas y exámenes continuos de los funcionarios de impuestos especiales.
Smith compara las prácticas fiscales de Gran Bretaña con las de otros países, destacando las desventajas de las tasas excesivas y repetitivas como la alcavala en España y un impuesto similar en el Reino de Nápoles. Smith señala que estos impuestos obstruyen el comercio interno y, en el caso de la alcavala española, sugiere que contribuyó a la ruina de las manufacturas y la agricultura en España.
En contraste, el sistema de impuestos unificado del Reino Unido permite una mayor libertad de comercio interno, lo que, según Smith, ha sido una de las principales causas de la prosperidad británica. Argumenta que si se extendiera esta misma uniformidad a Irlanda y las plantaciones, tanto la grandeza del estado como la prosperidad de todas las partes del imperio probablemente serían aún mayores.
Smith también examina la compleja red de leyes de ingresos y regulaciones fiscales en Francia y cómo dificultan el comercio interno del país. Asimismo, discute cómo los monopolios sobre bienes gravados, como la sal y el tabaco, pueden llevar a la extracción de dos tipos de ganancias excesivas: las del arrendatario del impuesto y las del monopolista.
Además, Smith critica el sistema de “arrendamiento” de impuestos, donde un individuo o grupo paga una renta al gobierno por el derecho a recaudar un impuesto. Argumenta que este método es ineficaz y caro, ya que el arrendatario debe obtener una ganancia de la recaudación del impuesto y el gobierno también debe supervisar y administrar el sistema.
Smith destaca que un gobierno responsable entenderá que la prosperidad de su pueblo es esencial para la grandeza y estabilidad de su reino. En cambio, argumenta, los arrendatarios de ingresos gubernamentales pueden ser indiferentes a la prosperidad de la gente, ya que pueden prosperar a expensas del pueblo.
Smith analiza el sistema de ingresos y fiscalidad en Francia, donde la mayor parte de los ingresos de la corona proviene de ocho fuentes diferentes: la taille, la capitación, los dos vingtiemes, las gabelas, las ayudas, los traites, el dominio y el impuesto sobre el tabaco. Los cinco últimos se cobran en la mayor parte de las provincias a través de arrendatarios, mientras que los tres primeros son recaudados directamente por el gobierno. Smith sostiene que, aunque estos últimos son más costosos para el público, traen más ingresos al tesoro del príncipe que los otros cinco, que son administrados de manera más derrochadora y costosa.
Smith sugiere tres reformas para el sistema financiero francés. La primera consiste en abolir la taille y la capitación e incrementar el número de vingtiemes, lo que generaría ingresos adicionales igual al monto de esos otros impuestos. Esto reduciría los gastos de recolección, eliminaría la presión fiscal sobre las clases inferiores y no afectaría más a las clases superiores de lo que ya lo hacen. La segunda reforma propuesta es uniformar la gabelle, las ayudas, los traites y los impuestos al tabaco en todo el reino para reducir el costo de recolección e impulsar el comercio interno. Finalmente, la tercera reforma implica someter todos estos impuestos a la administración directa del gobierno para incrementar los ingresos del estado al eliminar las ganancias exorbitantes de los arrendatarios. Sin embargo, Smith señala que el interés personal y la oposición de los beneficiarios de las prácticas actuales son los obstáculos más probables a estas reformas.
Smith considera que el sistema francés de fiscalidad es inferior al británico en todos los aspectos. A pesar de tener un territorio y clima más favorables, además de un estado de desarrollo más avanzado, Francia recauda menos de la mitad de lo que debería en comparación con Gran Bretaña, y sin embargo, su población se siente más oprimida por los impuestos.
Además, compara a Francia con los Países Bajos, donde los altos impuestos sobre los productos básicos han arruinado sus principales manufacturas y están desalentando gradualmente incluso sus pesquerías y su comercio de construcción naval. En contraste, en Gran Bretaña, estos impuestos son inconsiderables y no han arruinado ninguna manufactura hasta ahora.
Smith también comenta que, cuando todos los sujetos adecuados de fiscalidad se han agotado y el estado aún necesita nuevos impuestos, estos deben imponerse sobre los inadecuados, como los alimentos y otros productos básicos. En resumen, si bien Francia y los Países Bajos tienen sistemas fiscales fuertes, estos países aún enfrentan desafíos significativos y pueden aprender del sistema británico más eficiente y menos opresivo.
Capítulo III: De las Deudas Públicas
El Capítulo III del Libro V de “La Riqueza de las Naciones” se titula “De las Deudas Públicas” y aborda cómo las naciones acumulan y gestionan la deuda.
Adam Smith comienza el capítulo describiendo cómo, en una sociedad sin comercio ni manufactura avanzada, las personas con grandes ingresos sólo pueden gastar su riqueza al mantener a tantas personas como puedan. En estos contextos, la hospitalidad y la generosidad son los principales gastos de los ricos, pero estas no son costumbres que suelan llevar a la ruina financiera. Al contrario, Smith sostiene que en estas sociedades, la gente generalmente vive dentro de sus ingresos y ahorra parte de su dinero. Esta tendencia al ahorro se extiende incluso al soberano, que en estas sociedades simples a menudo también acumula tesoros.
Sin embargo, en una sociedad comercial que abunda en lujos, tanto el soberano como los grandes propietarios tienden a gastar gran parte de sus ingresos en adquirir estos lujos. Esto puede llevar a que su gasto ordinario se iguale o incluso supere a sus ingresos ordinarios, eliminando la posibilidad de acumular tesoros. Cuando surgen gastos extraordinarios, como durante una guerra, el soberano debe pedir a sus súbditos una ayuda extraordinaria, es decir, endeudarse.
En estas sociedades comerciales, los súbditos a menudo tienen la capacidad y la disposición para prestar dinero al gobierno. Los comerciantes y fabricantes, cuyos capitales circulan con mucha más frecuencia que los ingresos de una persona que vive de sus ingresos, tienen la capacidad de prestar grandes sumas de dinero al gobierno. Además, confían en la justicia del gobierno para proteger su propiedad y hacer cumplir los contratos, por lo que están dispuestos a prestarle su dinero. Cuando prestan dinero al gobierno, los comerciantes y fabricantes no solo no disminuyen su capacidad para llevar a cabo su comercio y manufactura, sino que a menudo la aumentan.
Señala que los gobiernos de las sociedades comerciales a menudo dependen de la capacidad y disposición de sus súbditos para prestarles dinero en momentos de necesidad, lo que los exime de la necesidad de ahorrar.
En una sociedad primitiva no existen grandes capitales mercantiles o manufactureros. Las personas ahorran y ocultan su dinero por miedo a ser saqueados si se descubre su riqueza. En este contexto, pocos estarían dispuestos a prestarle dinero al gobierno en tiempos de necesidad, lo que lleva al soberano a prever la necesidad de ahorro.
Smith analiza la deuda creciente que agobia a las grandes naciones de Europa. Las naciones, como los individuos, comienzan a endeudarse a través de créditos personales, sin asignar o hipotecar un fondo específico para el pago de la deuda. Cuando se agota este recurso, recurren a la hipoteca de fondos específicos.
La deuda no financiada de Gran Bretaña se contrae de ambas maneras. Una parte es una deuda que no genera intereses y otra parte genera intereses. El Banco de Inglaterra, al descontar voluntariamente los bonos a su valor actual, mantiene su valor y facilita su circulación, permitiendo así al gobierno contraer una gran deuda de este tipo.
Cuando se agota este recurso y es necesario recaudar dinero, el gobierno asigna o hipoteca una rama específica de los ingresos públicos para el pago de la deuda. En algunos casos, este compromiso es por un corto período de tiempo, mientras que en otros casos es perpetuo.
En Gran Bretaña, los impuestos a la tierra y la malta se anticipan anualmente. El Banco de Inglaterra generalmente adelanta, con intereses, las sumas por las que se otorgan estos impuestos y recibe el pago a medida que se recaudan. Si hay un déficit, se proporciona en los suministros del año siguiente.
Durante los reinados del Rey Guillermo y la Reina Ana, antes de que se generalizara la práctica de la financiación perpetua, la mayor parte de los nuevos impuestos se impusieron sólo por un corto período de tiempo. A medida que el producto de estos impuestos resultaba frecuentemente insuficiente para pagar el capital y los intereses del dinero prestado dentro del plazo limitado, surgieron déficits, lo que hizo necesario prolongar el plazo.
En varias ocasiones, estos déficits se cargaron en lo que se llamaba el primer, segundo, tercero y sucesivos fondos de hipoteca general. Cada uno de estos fondos consistía en una prolongación de varios impuestos diferentes que habrían expirado dentro de un plazo más corto.
En 1711, los mismos impuestos, junto con varios otros, se continuaron para siempre, y se convirtieron en un fondo para pagar los intereses del capital de la Compañía del Mar del Sur, que ese año había adelantado al gobierno una suma considerable para pagar deudas y cubrir déficits.
Este capítulo continúa con la discusión sobre la financiación de la deuda pública. Smith critica las prácticas de los gobiernos europeos de endeudarse anticipadamente, sobrecargando sus fondos públicos con más deuda de la que pueden pagar en un plazo limitado. En vez de pagar tanto el principal como los intereses de la deuda, estos gobiernos a menudo se veían obligados a cargar al fondo únicamente con el interés, o una renta vitalicia equivalente al interés, una práctica que Smith califica de imprudente y que condujo al aún más perjudicial método de financiación perpetua.
Durante el reinado de la Reina Ana, la tasa de interés del mercado cayó del seis al cinco por ciento. En consecuencia, la mayoría de los impuestos temporales de Gran Bretaña se hicieron permanentes y se distribuyeron en los Fondos Agregados, de la Compañía de los Mares del Sur y Generales. Los acreedores públicos, al igual que los privados, se vieron inducidos a aceptar un cinco por ciento por el interés de su dinero, lo que resultó en un ahorro de un por ciento sobre el capital de la mayor parte de las deudas que se habían financiado de manera perpetua. Este ahorro dejó un considerable superávit en la recaudación de los diferentes impuestos, lo que estableció las bases para lo que luego se denominó el Fondo de Amortización.
El Fondo de Amortización, aunque fue creado para el pago de deudas antiguas, facilitó en gran medida la contratación de nuevas deudas. Se convirtió en un fondo subsidiario siempre disponible para ser hipotecado en caso de una urgencia del estado. Smith señala que aún está por verse si este Fondo de Amortización se utilizó más para pagar deudas antiguas o para financiar nuevas.
Smith menciona dos métodos de endeudamiento que se encuentran a medio camino entre la anticipación y la financiación perpetua: el endeudamiento sobre anualidades por términos de años y el endeudamiento sobre anualidades de por vida. Durante los reinados del Rey Guillermo y la Reina Ana, se tomaron grandes préstamos sobre anualidades por términos de años, y también sobre anualidades de por vida. Aunque estos términos parecían ventajosos, pocas veces se llenaron completamente las suscripciones debido a la supuesta inestabilidad del gobierno.
Smith señala que durante las dos guerras que comenzaron en 1739 y 1755, se prestó poco dinero ya sea en anualidades por términos de años o por vidas. Afirma que las anualidades con derecho de supervivencia son más valiosas que las de vida separadas, ya que el principio de la confianza en la buena fortuna propia suele hacer que estas anualidades se vendan por más de lo que realmente valen.
Además, explica que en Francia, una gran proporción de la deuda pública consiste en anualidades por vidas en comparación con Inglaterra. Argumenta que la diferencia en los modos de préstamo no se debe a los diferentes grados de preocupación por la liberación de los ingresos públicos en los dos gobiernos, sino a las diferentes perspectivas e intereses de los prestamistas.
En el caso de Inglaterra, dice Smith, los comerciantes son generalmente quienes prestan dinero al gobierno con la intención de aumentar sus capitales comerciales, no de disminuirlos. Por otro lado, en Francia, quienes prestan dinero al gobierno son personas relacionadas con las finanzas, como los recaudadores de impuestos y los banqueros de la corte. Smith se refiere a la facilidad de endeudamiento que tienen los gobiernos modernos. Indica que durante tiempos de guerra, estos gobiernos son tanto reacios como incapaces de aumentar sus ingresos en proporción al aumento de sus gastos. A través del endeudamiento, los gobiernos pueden recaudar dinero para llevar a cabo la guerra sin tener que incrementar mucho los impuestos.
Adam Smith argumenta sobre la forma en que los gobiernos administran la deuda pública. De acuerdo con Smith, los impuestos impuestos durante tiempos de guerra rara vez se reducen una vez que la paz regresa. A pesar de esto, es probable que se establezca un fondo de amortización para pagar la deuda si los ingresos exceden a los gastos. Sin embargo, sostiene que estos fondos a menudo son insuficientes y terminan siendo usados para cubrir otros gastos.
Smith indica que la paz no siempre garantiza la reducción de la deuda pública. Las necesidades extraordinarias que surgen durante tiempos de paz a menudo se cubren utilizando el fondo de amortización en lugar de establecer nuevos impuestos, lo que se percibe como menos problemático por parte del público. La creciente acumulación de la deuda pública, sin embargo, hace que sea cada vez más necesario y, a la vez, más peligroso desviar fondos destinados a la reducción de la deuda.
El autor proporciona un desglose detallado de la historia de la deuda pública en Gran Bretaña, señalando cómo la deuda se ha acumulado durante tiempos de guerra y raramente se ha reducido en períodos de paz. Además, destaca que las reducciones de la deuda a menudo se financian no solo con los ingresos ordinarios del gobierno, sino también con ingresos extraordinarios.
Smith discute la idea de que los fondos públicos son una acumulación de capital que permite a los países expandir su comercio, multiplicar sus manufacturas y mejorar sus tierras. Aunque reconoce que las personas que prestaron dinero al gobierno pudieron haber obtenido nuevas fuentes de capital a través de la venta o el préstamo de la anualidad que recibieron, subraya que este “nuevo” capital ya existía en el país y simplemente se redirigió de una actividad productiva a otra. Concluye argumentando que, a pesar de que el capital puede haber sido reemplazado para los prestamistas, no fue reemplazado para el país.
Smith discute las implicaciones de financiar los gastos públicos a través de impuestos o deuda. Explica que cuando los impuestos financian los gastos públicos, parte del ingreso de las personas se desvía de mantener un tipo de trabajo improductivo a otro. Esto puede afectar la acumulación de capital nuevo, pero no necesariamente destruye el capital existente.
Por otro lado, cuando los gastos públicos se financian a través de la deuda, se destruye una parte del capital que antes existía en el país. No obstante, dado que los impuestos son más ligeros bajo este sistema, la capacidad de las personas para ahorrar e invertir se ve menos perjudicada. En este sentido, Smith sostiene que el sistema de financiamiento de la deuda puede ser menos perjudicial para la acumulación de nuevo capital, especialmente durante tiempos de guerra.
A pesar de esto, Smith advierte que la paz posterior a la guerra podría haber llevado a una mayor acumulación de capital si los gastos de la guerra se hubieran financiado con impuestos en lugar de deuda. Argumenta que las guerras se concluirían más rápidamente y se llevarían a cabo con menos frivolidad si las personas sintieran el peso completo de su costo.
Smith también cuestiona la afirmación de que el pago de la deuda pública no empobrece a la nación, ya que simplemente transfiere ingresos de un grupo de habitantes a otro. Sostiene que esta idea es errónea y peligrosa, incluso si toda la deuda pública se debiera a los habitantes del país.
Smith concluye discutiendo cómo las cargas fiscales y la deuda pueden afectar la gestión de las dos fuentes originales de todos los ingresos: la tierra y el capital. Sugiere que los impuestos excesivos pueden disuadir a los propietarios de tierras y a los dueños de capital de realizar mejoras y mantener sus propiedades. Asimismo, el sistema de financiamiento de la deuda puede llevar a la negligencia de la tierra y al despilfarro o traslado del capital.
Finalmente, Smith advierte que la práctica de financiar gastos a través de la deuda ha debilitado gradualmente a todos los estados que la han adoptado. Cuestiona si Gran Bretaña puede ser la excepción a esta tendencia. Aunque la economía británica ha demostrado ser fuerte, Smith insta a la cautela y a no suponer que pueda soportar cualquier carga sin dificultades.
Smith argumenta que una vez que las deudas nacionales han sido acumuladas a un cierto grado, es raro que se paguen completamente y justamente. En lugar de eso, las naciones a menudo recurren a métodos de quiebra disfrazada, como la elevación de la denominación de la moneda. Explica, por ejemplo, que si un penique fuera elevado a la denominación de un chelín, una persona que había tomado prestados veinte chelines bajo la antigua denominación pagaría con veinte peniques, esencialmente pagando la deuda con menos plata.
Este tipo de quiebra disfrazada puede parecer una solución a corto plazo para la deuda nacional, pero en realidad perjudica a los acreedores, que reciben menos de lo que se les debía originalmente. Además, este proceso tiende a perjudicar a la mayoría de los ciudadanos, ya que muchos también experimentarán una pérdida proporcional. Por lo tanto, aunque se pueda reducir la deuda nacional, se produce un trastorno generalizado de las fortunas privadas y una transferencia de capital desde los más industriosos y frugales hacia aquellos que son más propensos a despilfarrar y destruirlo.
Smith señala que la mayoría de las naciones, tanto antiguas como modernas, han recurrido a este tipo de tácticas cuando se ven reducidas a la necesidad. Cita el caso de Roma, que redujo el valor de su moneda después de las Guerras Púnicas para pagar sus grandes deudas.
Además, argumenta que la adulteración del estándar de la moneda ha sido otro medio comúnmente utilizado por las naciones para disminuir su deuda. Esto implica mezclar una mayor cantidad de aleación en la moneda, lo que también tiene el efecto de disminuir su valor.
Smith concluye el capítulo advirtiendo que la liberación completa de la deuda pública de Gran Bretaña parece poco probable sin un aumento significativo de los ingresos públicos o una reducción igualmente considerable de los gastos públicos. Sugiere que una distribución más igualitaria de los impuestos, así como la extensión del sistema británico de impuestos a todas las provincias del imperio, podrían ser posibles soluciones. Sin embargo, admite que la implementación de tales cambios podría ser difícil y encontrar resistencia.
Luego llegamos a un segmento del Capítulo 3 en el que analiza minuciosamente las estructuras fiscales en Gran Bretaña.
En primer lugar, Smith analiza el impuesto sobre la tierra, planteando que Irlanda, y en particular las plantaciones americanas y del oeste de India, están en una mejor posición para pagar este impuesto que Gran Bretaña. Explica que en lugares donde el terrateniente no está sujeto a diezmos ni a impuestos para los pobres, es más capaz de pagar este impuesto.
A continuación, Smith trata sobre los impuestos de timbre, que podrían implementarse en todos los países con procesos legales y transacciones de propiedad similares.
En cuanto a las leyes de aduanas, sugiere que la extensión de las leyes aduaneras británicas a Irlanda y las plantaciones sería altamente ventajosa, siempre y cuando venga acompañada de una extensión de la libertad de comercio. Esto eliminaría las restricciones que actualmente oprimen el comercio de Irlanda y unificaría las regulaciones aduaneras en todo el imperio británico.
Smith también discute el impuesto al consumo, el único aspecto del sistema tributario británico que requeriría variación dependiendo de la provincia del imperio a la que se aplicara. Por ejemplo, una bebida fermentada hecha de melaza, común en América, no podría ser gravada de la misma manera que la cerveza en Gran Bretaña.
El autor considera que el azúcar, el ron y el tabaco, que son bienes de consumo casi universales pero no necesidades básicas, son objetos extremadamente adecuados para la imposición de impuestos.
Por último, Smith reflexiona sobre cuánto podría ser la recaudación si este sistema de impuestos se extendiera a todas las provincias del imperio. Según sus cálculos, debería ser posible recaudar más de dieciséis millones doscientas cincuenta mil libras esterlinas, que podrían utilizarse para sufragar los gastos generales del imperio y para pagar la deuda pública. Sugiere que este sistema también podría permitir aliviar algunos de los impuestos más gravosos para el pueblo, lo que permitiría a los trabajadores pobres vivir mejor y trabajar y comercializar sus bienes a un costo más bajo.
Smith pone como ejemplo a Escocia, donde la población consume menos cerveza y licor de malta que en Inglaterra, lo que resulta en una recaudación tributaria menor. Del mismo modo, argumenta que los impuestos podrían producir menos ingresos en Escocia e Irlanda debido al menor consumo y a la facilidad para el contrabando.
En el caso de América y las Indias Occidentales, Smith argumenta que incluso la gente de rango más bajo tiene una situación económica mejor que en Inglaterra, lo que probablemente resulta en un mayor consumo de bienes de lujo. Aunque reconoce que la mayoría de los habitantes de estas regiones, que son esclavos, están en peores condiciones que los pobres de Escocia o Irlanda, insiste en que aún así consumen bienes que podrían ser sujetos a impuestos.
Para reducir las oportunidades de contrabando y maximizar la recaudación de impuestos, Smith propone un cambio en la estructura de los impuestos, sugiriendo que los impuestos se concentren en bienes de consumo general y se apliquen leyes de impuestos especiales a la recaudación de estos impuestos.
Smith también aborda el tema de la falta de dinero en oro y plata en América, afirmando que no es una cuestión de pobreza, sino de elección. Argumenta que en un país donde los salarios son más altos y los precios de los alimentos más bajos que en Inglaterra, la mayoría de la gente debería ser capaz de comprar más oro y plata si fuera necesario o conveniente para ellos hacerlo.
Smith analiza en este fragmento la conveniencia de la utilización de monedas de oro y plata en las transacciones comerciales tanto nacionales como internacionales. Él argumenta que el comercio interno de un país puede realizarse con casi la misma eficacia a través de una moneda de papel que con oro y plata. Esto es especialmente cierto en tiempos de paz.
Para los estadounidenses, que podrían emplear con provecho en la mejora de sus tierras un mayor capital del que pueden obtener fácilmente, Smith sostiene que es conveniente ahorrar lo más posible el costo de un instrumento de comercio tan costoso como el oro y la plata. En lugar de comprar estos metales, sería más ventajoso para ellos invertir su superávit de producción en la compra de instrumentos de comercio, materiales de vestir, varios elementos de mobiliario doméstico y la herrería necesaria para construir y expandir sus asentamientos y plantaciones.
El autor también analiza cómo los gobiernos coloniales encuentran beneficioso proporcionar a la población una cantidad de papel moneda que es más que suficiente para llevar a cabo su comercio interno. Algunos gobiernos coloniales, como el de Pensilvania, obtienen ingresos prestando este papel moneda a sus sujetos con interés.
En el comercio entre Gran Bretaña y las colonias de tabaco, las mercancías británicas suelen ser adelantadas a los colonos a crédito y luego se pagan con tabaco, valorado a un precio determinado. A Smith le parece más conveniente para los colonos pagar en tabaco que en oro y plata.
Finalmente, Smith menciona que en Maryland y Virginia, que tienen tan poca necesidad de metales en su comercio exterior como en su interior, se dice que hay menos dinero de oro y plata que en cualquier otra colonia de América. Sin embargo, se considera que estas colonias son tan prósperas y, por lo tanto, tan ricas como cualquier otra de sus vecinas.
Smith explica en esta sección que la balanza comercial entre las colonias norteñas (Pennsylvania, New York, Nueva Jersey, los cuatro gobiernos de Nueva Inglaterra, etc.) y Gran Bretaña a menudo resulta en un saldo que las colonias deben pagar en oro y plata. Por otro lado, las colonias de azúcar exportan más a Gran Bretaña de lo que importan, lo que en teoría requeriría que Gran Bretaña enviara un gran saldo en dinero cada año. Sin embargo, muchos de los propietarios principales de las plantaciones de azúcar residen en Gran Bretaña y sus rentas se remiten en azúcar y ron.
Smith luego examina la dificultad y la irregularidad de los pagos de las diferentes colonias a Gran Bretaña. Los pagos han sido generalmente más regulares desde las colonias del norte que desde las colonias de tabaco. La dificultad de obtener el pago de las colonias de azúcar ha sido mayor o menor en proporción a la cantidad de tierra inculta que contienen, es decir, a la mayor o menor tentación que los plantadores tienen de excederse en comercio o de emprender el asentamiento y plantación de más tierras baldías de las que sus capitales pueden soportar.
Smith argumenta que no es la pobreza de las colonias la que provoca la escasez de oro y plata, sino su gran demanda de capital activo y productivo. Les conviene tener lo menos posible de capital muerto y, por lo tanto, se conforman con un instrumento de comercio más barato pero menos cómodo que el oro y la plata.
Smith también defiende la idea de que tanto Irlanda como América deberían contribuir a la cancelación de la deuda pública de Gran Bretaña, ya que dicha deuda se contrajo en apoyo del gobierno establecido por la Revolución, un gobierno que proporcionó numerosas ventajas a ambos territorios. Por último, Smith sostiene que una unión con Gran Bretaña proporcionaría a Irlanda ventajas mucho más importantes que cualquier aumento de impuestos que pudiera acompañar a dicha unión.
Smith concluye su obra sosteniendo que las colonias podrían beneficiarse en términos de felicidad y tranquilidad al unirse con Gran Bretaña, lo que podría contrarrestar las facciones vehementes y virulentas que frecuentemente dividen a sus pueblos y perturban sus gobiernos. Advierte que si las colonias se separan totalmente de Gran Bretaña, estas facciones se intensificarán, lo que podría dar lugar a la violencia y el derramamiento de sangre.
Smith plantea que la distancia geográfica de las provincias más remotas del centro del imperio suele suavizar el espíritu partidista, y sugiere que una unión podría fomentar la concordia y unanimidad en las colonias, aunque admite que esto implicaría impuestos más altos.
Señala que los territorios adquiridos por la Compañía de las Indias Orientales podrían ser una fuente adicional de ingresos para Gran Bretaña, aunque aconseja contra la introducción de nuevos impuestos en estos países ya gravados, y sugiere que se podría obtener más ingresos previniendo el mal uso de los impuestos actuales.
Smith destaca que si Gran Bretaña no puede aumentar sus ingresos, debe buscar reducir sus gastos. Apunta que el establecimiento militar de Gran Bretaña es más moderado que el de cualquier otro estado europeo con una riqueza o poder similar.
Por último, Smith cuestiona la verdadera utilidad de las colonias para Gran Bretaña. Aunque se las considera un imperio, advierte que este imperio sólo ha existido en la imaginación. Señala los enormes costos que Gran Bretaña ha incurrido en la defensa y el mantenimiento de estas colonias, y sugiere que si las colonias no pueden contribuir al apoyo del imperio, Gran Bretaña debería liberarse de la carga de defenderlas y mantenerlas. En su lugar, debería ajustar sus expectativas y planes futuros a su situación económica real.
Comentarios finales sobre el Capítulo III
El Capítulo 3 del Libro V de “La Riqueza de las Naciones” constituye un análisis detallado de la naturaleza y las implicaciones de la deuda pública. Adam Smith proporciona un marco amplio para comprender el papel de la deuda pública en la economía y su influencia en la sociedad.
Smith inicia la discusión destacando cómo se puede financiar la guerra mediante el endeudamiento, lo que evita los inconvenientes inmediatos de aumentar los impuestos. Sin embargo, también señala que esto lleva a la acumulación de deuda que debe ser pagada por las generaciones futuras.
Smith propone tres métodos para liquidar la deuda pública: el repudio, la inflación o la implementación de un plan de austeridad, cada uno con sus propios desafíos y consecuencias. Sugiere que los planes de austeridad, a pesar de ser impopulares, podrían ser la opción más viable.
En la parte final del capítulo, Smith analiza la relación entre Gran Bretaña y sus colonias, argumentando que a pesar de las tensiones actuales, la unión con las colonias podría ser beneficiosa en términos de felicidad y tranquilidad. También menciona las posibilidades de aumentar los ingresos a través de los territorios de la Compañía de las Indias Orientales, sugiriendo que no sería necesario introducir nuevos impuestos, sino más bien prevenir el desvío y la mala aplicación de los impuestos existentes.
Este capítulo resalta la importancia de manejar la deuda pública de manera prudente y considerada, subrayando las consecuencias a largo plazo del endeudamiento excesivo y la necesidad de estrategias efectivas para su amortización.